C a p í t u l o 11

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J O R G E

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J O R G E

No sabía si creía necesariamente en un cielo o infierno, pero si había un infierno, estaba en él. Estaba sufriendo, ardiendo de necesidad y sólo parecía estar empeorando. Verla tres veces a la semana y que me mirara con esos ojos soñadores y esos labios regordetes que suplicaban ser besados me estaba matando lentamente.

Todas las malditas noches del último mes me había despertado bruscamente, con dolor y anhelando su toque. Mi mano ya no era suficiente. Necesitaba algo real. Mis ojos se deslizaron y la vi mirándome mientras mordía su labio inferior. Era esa mirada la que me hacía doler.

Mi polla se sentía pesada, y mis bolas estaban peligrosamente azules. Quería acercarme y decirle que dejara de mirarme como si me desnudara con los ojos. No tenía esa clase de fuerza de voluntad. Me estaba empujando a mis límites.

Me vio observándola y rápidamente apartó la mirada, sus mejillas tiñéndose de rojo. Eso me dijo exactamente lo que había sospechado. Me había estado desnudando mentalmente e imaginando todo tipo de cosas sucias. Eso no era lo que necesitaba saber. Pensé en pedirle que se quedara después de la clase. Le daría un beso a hurtadillas y quizá podría tocarla. No, no puedo. No me atrevería. Sabía que mi autocontrol estaba más allá de la tensión. Acabaría quitándole la ropa y desnudándola y llevándola a mi escritorio. No sería capaz de parar una vez que empezara.

Era demasiado arriesgado.

¿Iba a perder los nervios? ¿Se echaría atrás cuando terminara el trimestre? Parte de mí esperaba que lo hiciera. Otra parte de mí rezaba para que no lo hiciera. Era lo único en lo que pensaba desde que me dejó en la acera con su pequeña promesa. Esa molesta y maldita voz que era mi conciencia no se callaba. Me decía que me alejara. Era demasiado joven.

Tenía un enamoramiento inocente y no tenía por qué dejarla seguir con ello. Mi pequeño acuerdo conmigo mismo era que no daría el primer paso.

No la animaría. Si hacía un movimiento y si era persistente, entonces tal vez me rendiría.

¿A quién estaba engañando? Si hacía un movimiento, iba a aprovechar la oportunidad. Cuando la clase terminó, me senté detrás de mi escritorio, viendo a los estudiantes salir. La mayoría de las veces la miraba, admirando la forma en que se movía. Se detuvo en la puerta y se giró para mirarme por encima del hombro. Era una mirada tímida que provocaba y excitaba. Le mantuve la mirada, casi retándola a que volviera.

No lo hizo, para mi decepción.

Metí mi portátil en el bolso y salí del aula, cerrando la puerta tras de mí. Necesitaba ponerme al día con las notas y prefería la privacidad de mi oficina. Estaba caminando por la acera, una brisa fresca me rozaba y me provocaba un escalofrío en la columna vertebral. Rápidamente cerré la cremallera de la ligera chaqueta que tenía puesta. Miré a mi izquierda y sentí una sacudida de reconocimiento.

El Padre De Mi ExDonde viven las historias. Descúbrelo ahora