Un piloto enamorado

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Cuando descendió del taxi, los vecinos más curiosos se fijaron en el elegante piloto. Orgulloso, y sacudiendo su uniforme; Karl respiró profundo antes de anunciarse en la entrada de la residencia.

Gastón notó al joven, y recordándolo le abrió el portón. Así que Karl se enrumbó al pórtico de la residencia.

Antes de tocar la puerta, el rubio se revisó, se pasó la mano de nuevo por el uniforme, se paró en mejor posición y esbozó su mejor sonrisa. Traía consigo un ramo de flores muy vistosas y una botella de un vino finísimo en un estuche. Se dispuso entonces a tocar el timbre.

Para su sorpresa, quien abrió la puerta fue un joven que se le hacía conocido. Karl no pudo recordarle de inmediato, pero apenas Sebastian lo vio; recordó de quien se trataba.

—Buenas tardes. ¿Qué desea? —Le respondió Sebastian de forma seca.

—Soy el oficial Karl Bohm Hertz, amigo de Johann Lehmann. ¿Puedes anunciarle que he venido a verle?

Sebastian vio las flores y el vino, su corazón se llenó de celos y de rabia; porque sabía muy bien las intenciones del piloto. Asi que de forma muy odiosa, le respondió:

—Johann Lehmann ya no vive aquí, se mudó. ¡Que tenga buenas tardes!

Y le tiró la puerta en la cara.

Pero cuando iba a regresar a sus quehaceres, Bernadette le sorprendió. Sebastian se sonrojó de vergüenza ante su patrona. Pero ella, conociendo sus sentimientos, sólo se acercó hasta él y le habló en voz baja:

—Ya tú tienes tu vida, Sebastian. Johann tiene derecho también a ser feliz, con quien si le valore.

Sebastian inclinó la cabeza, y se retiró. Bernadette abrió la puerta, y encontró a Karl a punto de volver a tocar el timbre.

—¡Oh! ¡Karl! ¿Pero qué haces? Pasa, muchacho...

—Si...yo... Bueno, es que...

Muy confundido, Karl al fin entró a la residencia. Bernadette lo condujo a la sala.

—¡Qué flores más hermosas!

—Son para usted, señora Bernadette; pero no se comparan con su belleza...—Le dijo Karl de forma muy educada.

Bernadette se echó a reír y tomó las flores.

—¡Annette! ¡Annette! —Llamó Bernadette a su empleada.

La muchacha apareció, y al ver las flores comprendió lo que debía hacer:

—Permítame, señora Bernadette...—Annette tomó el ramo, para buscarle un florero y agua.

—Luego, ¿puedes pedirle a Hilda que nos traiga té y galletas?

—Sí, señora. Enseguida lo hago. —Le respondió Annette.

Bernadette entonces se sentó en el mueble, frente a Karl.

—¿Johann ya no vive aquí? —preguntó Karl aún medio confudido.

—Luego de la muerte de su abuelo, Johann se fue a vivir con su padre. ¡Pero no te preocupes! No es muy lejos, te llamaré un taxi para que te lleve allá.

—¡Oh! No sabía lo del Coronel. Mi sentido pésame, señora Bernadette.

—Gracias, Karl. —Le respondió la dama.

Karl recordó el segundo obsequio que traía:

—Señora Bernadette, traje también este vino. Es exclusivo de la campiña italiana, ¡excelente reserva!

"Nunca me digas Adiós"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora