Un nuevo y peculiar aliado

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La vieja camioneta se detuvo en la plaza central del colorido poblado de Gyverny, que a pesar de los eventos suscitados luego del desembarco de Normandía, aun se mantenía en completa calma. Los ciudadanos parecían ajenos a todos estos acontecimientos y mantenían su monótona rutina esa mañana. El teniente Günther se bajó de la camioneta y corrió a la parte posterior para ayudar a Johann y a su prisionero a salir de allí. Luego de una noche tan larga y difícil, emocionado abrazó al azabache apenas bajó del vehículo.

—¡Lo hicimos, Johann! ¡Llegamos!

—¡Estás maricón, Eugen! ¡Me arrugas el uniforme!

—¡Imbécil! ¡Si estás hecho un asco!

—Eso es cierto...pero no pienso detenerme aquí a descansar, tenemos que llegar a Paris.

El anciano y su hija estaban de pie observándolos. El teniente Günther le hizo una seña indicándoles que siguieran su camino, lo que estos agradecieron y subiendo rápidamente al vehículo para alejarse cuanto antes de sus captores.

—Me alegra que tu compañero no hubiese asesinado a esas personas inocentes...—masculló el prisionero mirando al pelirrojo con rabia.

Al escuchar ese comentario Johann sonrió y el teniente Günther presintió que este hablaba de él.

—¿Qué te dijo tu querido prisionero?

—Que se alegra que no le hayas disparado a esa gente...—Le respondió Johann riendo.

Al escuchar eso, el teniente Günther sacó de nuevo su arma y furioso se acercó a John Anderson y le apuntó con el cañón en la frente.

—¡Me tiene harto este americano de mierda! —Y accionó el arma.

El prisionero aterrado apenas y pudo cerrar sus ojos pensando que moriría, pero teniente Günther sólo reía y aunque presionó varias veces el gatillo, no sucedió nada ya que el arma estaba descargada.

—¡Eugen! ¡Déjalo en paz! ¡Suficiente!

—¡No es mi culpa que este imbécil no sepa contar! Pero sería bueno que los enemigos piensen que por ser nazis nunca nos quedamos sin municiones...

Johann sujetó a John del brazo y lo apartó de su compañero que riendo volvió a enfundarse el arma en su correa. Caminaban por la calle principal bajo la mirada curiosa de los pueblerinos, los tres se veían agotados y muy sucios luego de todo lo que pasaron en el bosque horas antes. Al ver al fin un puesto militar, se apresuraron a ponerse en contacto con sus superiores.

—¡Heil, Herr leutnant! ¡Heil, Herr Oberleutnant! ¡Heil Hitler! —Les saludaron los soldados presentes al reconocer sus insignias en el uniforme.

—¡Descancen, soldados! ¿Algún superior presente?

—Ninguno, ¡Herr Oberleutnant! Sólo estamos nosotros custodiando este puesto.

—¿Tienen un radio o teléfono cercano?

—¡Un radio, señor!

Johann se dirigió con el joven soldado hasta el puesto de comunicación. Una vez allí, el operador reportó la presencia de los oficiales en el puesto e inmediatamente recibieron respuesta, desde París enviarían una comisión a recogerles. En menos de veinte minutos Johann, su compañero y el prisionero abordaban un vehículo militar con destino a la capital de Francia.

—¿Qué quedó?

—Mi rifle, tu Luger... Unos mapas de lugares a los que no volveré jamás en mi vida, la cámara de ese idiota... ¡Y esto! — El teniente Günther sacó de la mochila dos pequeñas libretas y le entregó la suya a Johann.

"Nunca me digas Adiós"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora