Y a pesar de todo...

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23 de Enero, de 1.935, Ciudad de Berlín.

—¡Buenos días, señorito Johann! ¿Va a salir a correr?

—¡Si, Karine! ¿Y mi padre?

—El señor Lehmann salió muy temprano. Vinieron a buscarlo. ¿Comerá algo antes de salir?

—No, Karine. Quizás un jugo de naranja.

La empleada le acompañó a la cocina, allí le sirvió al joven un vaso de jugo de naranja recién exprimido.

—¿Le agrego algo de azúcar, señorito Johann?

—No, está perfecto así.

Después de beber su jugo de naranja, Johann dejó el vaso sobre la mesa y salió por la puerta de la cocina trotando.

Desde hacía unos meses, Johann se había mudado con su padre; quien vivía en una hermosa casa en todo el centro de Berlín. Todos los días sin falta, Johann salía muy temprano a trotar, y en el parque corría midiendo su resistencia.

Como si su abuelo siguiese con vida, Johann mantenía ese mismo espíritu de prepararse lo mejor posible para la academia.

Además que correr mantenía su mente despejada, se sentía libre y tranquilo. Lo malo es que nunca estaba solo: Desde que vivía con su padre tenía que soportar tener cerca un vehículo de escoltas que siempre lo vigilaba.

Así que mientras trotaba por la avenida, el vehículo le seguía a una distancia prudente.

La capital de Alemania había sufrido grandes cambios: Para los nazis, La ciudad de Berlín debía ser ejemplo de belleza, progreso y orden. El alcalde de Berlín había dictado muchas ordenanzas con este fin, así que al menos en apariencia, la ciudad era todo un ejemplo en Europa.

Johann comenzó a correr, en el mismo sitio donde siempre lo hacia. Era inevitable que al pasar frente al banco donde su abuelo lo cronometraba; no se lo imaginase allí sentado sonriendo:

—¿Es lo más que puedes dar, Johann? ¡Si quieres entrar a la Luftwaffe, tienes que volar más alto que una gallina!

—Tienes razón, abuelo. ¡Tengo que esforzarme aún más!

Así que Johann se esforzaba al máximo en cada vuelta.

Perdió la noción del tiempo, hasta que escuchó el sonido de un claxon repetitivo cerca de donde estaba. Reconoció el vehículo, y sonrió. Corrió hasta él y se asomó por la ventanilla: Su padre le dio una gran sonrisa:

—¡A ese paso podrás representar a tu país en las olimpiadas!

—¡Quién sabe! ¡En un año podría romper una marca mundial! —Le respondió Johann.

Un joven escolta se bajó del auto, y de forma muy respetuosa le abrió la puerta al hijo de su superior.

—¿Vamos a casa?

—¡Te invito a almorzar! No sé tú pero ya a esta hora quiero comer algo bien suculento. ¡Y hay un restaurant cerca de aquí que prepara el mejor Eisben de toda Alemania! ¿Se te antoja?

—¡Apoyo la idea! —Le respondió a su padre.

La relación de Johann con su padre era muy buena. Este le demostraba que quería afianzar muchos de los lazos que sentía perdidos por su demandante ocupación. Así que en cada espacio libre, el padre lo aprovechaba bien con su hijo.

Y Johann amaba a su padre, aunque no tanto como llegó a querer y a respetar a su abuelo.

Cuando el vehículo se detuvo frente al popular restaurant, en el lugar se hizo una especie de revuelo: Ya que era obligatorio por su alto rango, que el SS-Obersturmbannführer viniese acompañado de sus escoltas.

"Nunca me digas Adiós"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora