Tonto y Testarudo Amor

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—Karl... Mejor regresamos. ¡Mi tía va a enloquecer!

—Lo sé, pero tenía que hacerlo. Johann, me gustas, muchísimo. Quiero que seamos algo más que "amigos por correspondencia". Sabes que no podemos tener una relación abierta, ni siquiera puedo escribir en esas cartas que te envío todo lo que quisiera, lo que siento por ti. Como oficial vería mi integridad personal severamente comprometida si tan sólo sospecharan de lo nuestro, pero soy capaz de arriesgarme si tú me das la oportunidad.
—Yo...no...

—¿No te gusto?

—¡Sí! Es sólo que... Sólo soy un chico, tú eres ya todo un hombre y eres oficial. No sé si...

—Johann, te quiero. Tampoco es que tengamos una gran diferencia de edad, y de todas formas yo te puedo enseñar muchas cosas...

Karl acariciaba el rostro de Johann. Realmente se sentía muy atraído por el joven de bellos ojos azules y hermoso rostro. Pero el azabache se sentía algo abrumado por el intenso deseo del oficial y por el hecho de que sus sentimientos por Sebastian eran muy fuertes, inclusive a pesar del maltrato del que siempre era objeto por su parte.

—Bien, creo que es hora que regresemos al salón. Me apartaré de ti y puede que no hablemos más en el resto de la velada, pero mañana iré a tu casa y saldremos a dar un paseo. No estaré sino por dos días en Berlín, tengo que regresar pronto a mi destacamento.

Karl volvió a besar a Johann. Toda esa atención que él le brindaba hacía que el joven se sintiera realmente estimado. Johann no podía menos que corresponderle y muy dentro de sí lo veía como una forma de sacarse a Sebastian del corazón.

Cuando salieron de ese pequeño cuarto de mantenimiento se toparon con un joven que iba a sacar algunos implementos para limpiar un reguero que se hizo en uno de los espacios del salón. Al ver a los dos hombres salir de allí, le sorprendió. Pero cuando vio la mirada del oficial nazi se amedrentó.

—¿Qué miras? —Karl notó la inquietud en el empleado de limpieza.

—No, nada, señor. —El joven bajó la mirada y entró al cuartito ignorándoles.

Apenas llegaron al salón, Bernadette los vio juntos. La mirada que le lanzó a Johann hizo que este se sonriera nervioso; nadie le iba a salvar del regaño que le esperaba. Su tía se acercó a ellos y Karl notó su molestia.

—Siento haberte metido en problemas, mi dulce Johann.

—Te lo dije...

  Ignorando a Karl, su tía muy enojada comenzó a reprender al muchacho.   

—¡Johann! ¿Se puede saber dónde demonios estabas metido? ¿En qué quedamos tú y yo?

—Señora, Lehmann. No se moleste con Johann, fue mi entera culpa. Sólo quería hablar en privado con él unos minutos. Yo ya me retiro.

—Pues fue un placer verlo, joven. Pero no olvide que su amigo no es mayor de edad ni tampoco es muy maduro que digamos. Este es un evento muy importante y hay muchas personalidades aquí asi como miles de ojos observando las actitudes y comportamientos de los demás. No quiero que Johann sea la comidilla de las lenguas viperinas; y usted también debería cuidarse.

—Tiene usted toda la razón, señora Lehmann. Con su permiso.

Karl se retiró muy apenado, dejando a Johann con su tía. Apenas se alejó, Bernadette sujetó con fuerza del brazo a su sobrino y se lo llevó a un lugar apartado para hablar con él.

—¡Lo primero que te digo y lo primero qué haces! ¿Qué tienes tú dentro de esa cabeza? ¿Aire?

—Tía, por favor...

"Nunca me digas Adiós"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora