—¡¡¿¿Pero...??!! ¿¿¡¡Qué están haciendo ustedes dos!!??
Al escuchar esa voz, los jóvenes se separaron. Sebastian se puso pálido al ver a la señora Bernadette entrar a la cocina y pescarlos besándose. Johann bajó la mirada y aguantaba las ganas de reírse.
—¡En menos de media hora llegará Hilda a hacer el almuerzo y miren como dejaron esta cocina! ¡Más les vale que limpien y ordenen este desorden antes o vamos a tener serios problemas!
Bernadette se puso la mano en la frente y suspiraba muy molesta por todo el desastre que hicieron los chicos, aunque aún enojada siempre mantenía sus finos modales. Sebastian miraba a Johann de reojo sorprendido de que su tía parecía ignorar el hecho de que los encontró besándose, sólo miraba el desorden y se quejaba de eso. Así que se lanzó al suelo muy nervioso a recoger todo lo que habían tirado. Johann hizo lo mismo, aunque observó el calzado rojo de tacón alto que se detuvo frente a él y sintió el dedo de su tía que le golpeaba en la cabeza, de esta forma le dejó bien en claro que vio mucho más que el desorden de la cocina:
—Johann Alexander Lehmann: Luego que terminen de recoger todo este tiradero, usted y yo vamos a hablar seriamente en privado, jovencito...
—Si tía...—contestó en voz baja.
Así se retiró la dama de allí. Entonces Sebastian, que aún no había pasado el susto por completo de que los hubiesen descubierto, se acercó muy preocupado a Johann.
—Johann... ¿Tu tía nos vio? ¿Mientras...?
—Si...nos vio, no lo dudes.
—Pero...ella no nos dijo nada sobre eso...
—No te preocupes, ella sabe todo...
—¿Todo?
—Si...ella me comprende.
—Entonces creo que puedo respirar...tranquilo.
Sebastian se puso las manos en la cabeza en señal de alivio.
—¡Hey! ¡Deja de perder el tiempo y ayúdame a recoger este desorden! ¡No creas que no estaremos en problemas si no lo hacemos!
—¡Ya! ¡Ya! ¿Quién empezó a lanzar golpes como una niña?
—¿Y vas a seguirme molestando?
—Quizás...sólo un poco...
Sebastian le miró con una sonrisa de malicia, esa que le hacía parecer un niño que se deleita en sus travesuras. Johann no pudo menos que sonreírse y ocultar un poco la emoción que sentía después de lo que pasó entre ellos. Tenían que arreglar pronto la cocina, así que recogieron la vajilla que rompieron, limpiaron la comida que cayó al piso y pusieron en su lugar los muebles que habían quedado patas arriba. Pocos minutos después llegó Hilda que era la señora que ayudaba en la cocina y en los quehaceres, sin prestarle mucha atención a los muchachos se puso manos a la obra a preparar el almuerzo.
Sebastian llenó el termo de hielo y agua y regresó al jardín a ayudar a su padre, no sin antes guiñarle el ojo a Johann de forma pícara. El azabache sentía que su corazón latía a mil por hora y nadie podía borrarle la sonrisa que tenía en la boca. Aun durante el almuerzo Gretchen no le quitaba la vista de encima tras el notable cambio de ánimo que tenía, pero no comentó nada, la pobre estaba ya demasiado estresada a tan sólo cuatro días de su boda. Quién no paraba de hablar en la mesa era el abuelo quejándose de toda la maquinaria proselitista de los nazis y como le fastidiaron la mañana mientras compartía en el club de campo con sus amigos. Pero Johann estaba en las nubes, aun saboreaba en su mente ese beso apasionado con Sebastian y se moría de ganas de estar con él, pero el muchacho estaba ocupado con su padre en el jardín y su tía Bernadette le mantenía bien vigilado para que no cometiera ninguna imprudencia.
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"Nunca me digas Adiós"
Historical FictionUn amor imposible, Una fuerza imparable. Quien conociera a Johann Alexander Lehmann sabía de ante mano que no era alguien que se rindiera fácilmente ante las circunstancias. "Volar" Fue su sueño desde muy pequeño y aun cuando era un niño debil y enf...