Sueños rotos

3.6K 377 401
                                    


—¡Diez más! ¡Tú puedes, Johann! ¡Hazlo!  

—¡Abuelo! ¡Has dicho eso desde hace dos horas! ¡Ya no puedo!

—¿Dos horas? ¡Mentira! ¡Ahora harás quince! ¡¡¡Muévete, soldado!!!

Sebastian no paraba de reír mientras veía a Johann hacer sentadillas con una pesada losa en sus manos. Día tras día, desde muy temprano, el abuelo se dedicaba a entrenar a Johann, de modo que estuviese preparado para aprobar los duros y muy estrictos parámetros de admisión.

—¡Abuelo! ¡Voy a morir!

Sebastian se acercó a Johann, y sólo por molestarlo se recostó de él para darle más peso.

—¡Tú puedes, Johann! ¡No seas perezoso!

—¡Te voy a poner esta piedra de sombrero! ¡Quítate, idiota!

—Asi no me decías anoche...—Le susurró Sebastian en el oído y le empujó hacia adelante.

El pobre Johann cayó de frente. Se levantó furioso mientras escupía la tierra y el césped que se metió en su boca, entretanto Sebastian y el abuelo se reían de él. Orgulloso, Johann se levantó sacudiendo su ropa.

—¿Felices? ¿Ya se rieron lo suficiente? ¡Tengo hambre!

—Bueno, bueno, muchacho... Vamos a descansar entonces. ¡Mírate, Johann! Con todo lo que te puedas enojar y pensar que te torturo, debes reconocer que hasta has ganado algo de tamaño y musculatura. ¡Asi debe lucir un soldado!

—¿Lo crees?

—¡Por supuesto! Ahora vayan a comer algo, luego hablamos.

—¿No vienes a comer, abuelo?

—No, ahora... quizás me quede aquí un rato disfrutando el aire libre. ¡Pero vayan ustedes! ¡No se paren por mí!

Estaban en el bosque, a unos quinientos metros de la residencia de los Lehmann, dentro de esa enorme y arbolada propiedad.

—¿Cuándo piensas decirle...? —Le preguntó Sebastian a Johann mientras caminaban de regreso a la casa.

—No lo sé, supongo que cuando ya me falte poco para presentar la prueba de admisión.

—Johann... ¿Estás seguro de esto?

Johann se detuvo y volteó a ver a Sebastian con mucha seriedad:

—¡Claro que lo estoy! Tú no puedes seguir aquí. En diciembre le diré a mi padre que quiero ir a Estados Unidos a visitar a Gretchen, él me dará suficiente dinero asi que aprovecharé para comprar también tu pasaje, y entonces vendrás conmigo. ¡Seremos libres allá!

—¿Y cómo piensas sacarme? Si un judío ni siquiera tiene permitido subir a un tranvía. ¿Crees acaso que me dejarían subir a un barco?

—¡Ya veremos cómo! ¡Pero de que nos vamos, nos vamos! Ahora vamos a comer, idiota...

Johann sorprendió a Sebastian robándole un beso y se echó a correr para llegar primero a la casa. El joven judío sonrió y corrió tras él para tratar de alcanzarle.

Entretanto el abuelo no disfrutaba el aire libre como dijo, sino que se encontraba con un hombre en secreto. Este era un sujeto de baja estatura que llevaba un chaleco de cuero negro, además de una boina enorme y anteojos muy grandes,  haciendo que a simple vista fuese difícil distinguir su rostro.

—Le vigilan, saben que está implicado.

—¿Por qué no vienen por mi entonces?

—Lo harán, Coronel. Pero supongo que la influencia de su hijo ha intervenido a su favor, al menos por un tiempo.

"Nunca me digas Adiós"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora