No hay vuelta atrás...

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—Johann... ¿Qué te dije hace rato? ¡Cambia esa cara! Sé que estás muy preocupado por la suerte de Sebastian, pero...

—Sebastian está bien...Ya lo liberaron.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque lo acabo de ver...estaba en el estacionamiento.

—¿Y entonces...?

—¡Soy un maldito idiota por estar preocupándome por él! Es más, ¡ya no quiero saber nada de él! Lo único que hace es insultarme todo el tiempo y hacerme sentir como un estúpido, no le importa lo que siento, siempre anda burlándose de mí o molestándome. No debí enamorarme de Sebastian, quizás ni siquiera debería ser su amigo.

Su tía le miro con pena, sabía por experiencia lo difícil que es estar con alguien tan marcadamente diferente y bajo el estigma de la época. Lo único que hizo fue abrazarlo y darle un beso en la frente.

—Por ahora, trata de olvidarte de ese tema. Los esposos ya van a retirarse de la fiesta, deberías acompañar a tu hermana a recoger su equipaje. Los acompañaremos hasta Bremerhaven, el barco partirá al amanecer.

—¿Tiene que irse tan pronto...? Al menos que se vaya la semana entrante...

—Sabes que es lo mejor. Las cosas se están poniendo cada vez más difíciles para Robert, es mejor que se marchen antes de que suceda algo que no se pueda remediar.

Johann regresó al salón de fiesta y procuró compartir más con su hermana en esas últimas horas del evento. Como dictaba la tradición, a eso de las dos de la mañana los esposos se marcharon sin despedirse de los invitados. Luego de retirar el equipaje de ambos, los esposos y la familia de Gretchen se dirigieron al puerto de Bremerhaven, en la provincia de Bremen.

Este puerto se encuentra a orillas del río de Weser, a unas sesenta millas al sudoeste de Hamburgo, y servía como el punto de embarque para millones de emigrantes de Europa Central y Oriental que se dirigían hacia América dada su salida al Mar del Norte. Debido a una ordenanza en 1832, el Ayuntamiento de Bremen requirió a las compañías que transportaban emigrantes realizar una lista de todos los pasajeros que se conservaría en el Departamento de Emigración de la ciudad. Estas listas contenían los nombres, edades, ocupaciones, y los lugares del origen de los emigrantes. Gretchen y su esposo Robert Miller, bastante cansados y trasnochados, esperaban por ser atendidos en una larga fila de personas que tramitaban sus documentos para salir de Alemania.

Entretanto, Johann aprovechaba esos últimos minutos junto a su hermana. Platicaban acerca de la posibilidad de que el joven pudiera visitarles antes de fin de año. Gretchen comenzaba a sentir la gran inquietud de abandonarlo todo para irse a un país desconocido, lejos de sus seres más queridos. Pero amaba profundamente a su ahora esposo Robert Miller, así que pese a sus temores continuaba firme en su decisión de seguirle a su país. Ese 22 de abril de 1934, en el dársena de Columbus, se agolpaban los amigos y familiares de cientos de pasajeros que embarcaban en el lujoso trasatlántico alemán Bremen, que los llevaría rumbo a Nueva York con escalas en Southampton y Cherburgo. Como es usual en esos casos, había gran algarabía entre los pasajeros, que por fin podían ascender al buque. Y no era para menos: El orgullo de la flota comercial alemana —ganador, el 17 de Julio de 1929, de la Banda Azul por cruzar el Atlántico en el tiempo récord de 4 días, 17 horas y 42 minutos— estaba listo para zarpar, con sus cuatro turbinas de vapor de 126 mil CV cada una, listas para mover las 52 mil toneladas de registro bruto de esa ciudad flotante de 286 metros de eslora y 31 metros de manga, y que surcaría el Atlántico a 28.5 nudos.

A las 04 horas, la sirena del Bremen anunciaba la salida. Gretchen abrazó a su hermano conteniendo las lágrimas ante su inminente partida. Robert tomó la cámara y sacó un bello retrato de Gretchen junto a su padre, abuelo, tía y su hermano menor. Nadie lo sospechaba, pero sería la última vez que ella estaría junto a su familia.

"Nunca me digas Adiós"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora