CAPITULO 6.- SUMMER:

429 56 3
                                    

La escuela del pueblo. Amber y Violeta irían a la secundaria y Hanna y yo a la preparatoria.
Parecía un convento abandonado, con torres alzándose casi hasta el cielo. Una bandera de color azul, negro y blanco. Los colores de la escuela.
No debíamos llevar uniforme, ninguna de las cuatro.
Me despedí de mis hermanitas y les deseé suerte.
— ¡Que emocionante! —exclamé.
Hanna me regaló una mirada de incredulidad.  
—No puedo esperar— murmuró con la voz de un muerto.
Puse los ojos en blanco, pero antes de que le pudiera responder, una mujer nos interceptó en el pasillo.
Nos frenamos de golpe.
—Deben ser las señoritas Farmiga— dijo la mujer extendiendo la mano para que la estrecháramos.
—Sí, somos nosotras. Soy Summer— dije tomando su mano—. Y ella es Hanna.
La mujer estrechó la mano de mi hermana.
—Bien, síganme. Las llevaré a su aula de clases—nos dio una carpeta a cada una—. Estos son su horarios. Nos encargamos de que estén juntas en todas las clases, tal y como su tutor legal nos lo pidió.
—Papá, nos gusta llamarlo papá, no tutor legal− corregí.
La mujer me sonrió.
—De acuerdo.
Llegamos a un salón con puertas blancas, ventanas grandes que daban al jardín, el cual aún tenía un poco de nieve.
Hanna y yo entramos.
—Profesor Nicolás. Estas son las señoritas Farmiga, las dejo en sus manos.
El hombre asintió y la mujer se fue.
—Será mejor que se presenten— dijo el profesor.
Le sonreí al grupo.
—Mi nombre es Summer, tengo diecisiete años y nos mudamos aquí desde la ciudad—finalicé con otra sonrisa.
—Y usted, señorita...
Farmiga— dijo Hanna.
— ¡Vaya! ¿Son familia? —preguntó el hombre frunciendo el ceño.
—Somos mellizas— me apresuré a decir.
Todos en el grupo comenzaron a reír.
—Bien, preséntese señorita Farmiga  ordenó a Hanna.
Ella suspiró.
—Mi nombre es Hanna Farmiga, tengo diecisiete— su voz fría.
—Bien— dijo el profesor—. Tomen sus lugares.
Solo había dos lugares vacíos. Uno atrás junto a la ventana y otro al frente en la misma hilera.
Hanna se apresuró y tomó el asiento de atrás. A mí no me molestaba estar al frente.
El hombre siguió explicando alguna cosa relacionada con la química.
Sentí ese cosquilleo en mi brazo derecho. Sonreí, hace mucho tiempo que no lo sentía.
El mensaje estaba claro.
"El profesor tiene cara de sapo".
"¿Solo la cara? ¿Ya le viste el trasero? Es igual al de una vaca"
Lo habíamos aprendido cuando éramos niñas, era una especie de código entre nosotras, un lenguaje al que los demás no tenían acceso.
Era muy sencilla la forma en la que nos comunicábamos. Ella escribía un mensaje con sus dedos sobre su brazo derecho y yo sentía y descifraba el mensaje. Por mi parte, respondía de la misma manera.
"Mira como camina. Parece una vaca en celo"
"¿Las vacas tienen celo?" pregunté.
"No se muchas cosas sobre las vacas, pero apuesto a que los toros correrían detrás del profesor solo por su trasero"
Esta era la vieja Hanna, la que hacia bromas sobre todo, aunque las bromas fuesen crueles. Esta era la hermana divertida que compartía lenguajes secretos y chistes sobre los defectos sobre las personas.
"¿Te imaginas que en este momento entrara una estampida solo para él?" dije.
Pude escuchar a mi espalda como Hanna resoplaba una risa.
No pude aguantarlo más y también reí.
— ¿Pueden compartir sus chistes con el resto de la clase? —preguntó el profesor.
Lo miré asustada.
—No, señor— dijo Hanna—. No pasa nada, no hay ningún chiste.
Solté la respiración. Ella había iniciado con la charla y yo no quería interrumpirla. Hace mucho tiempo que no nos conectábamos de esa manera.
—Señorita Farmiga— dijo el señor Nicolás.
— ¿Sí? —respondimos las dos al mismo tiempo.
—Usted no— me dijo el hombre—. Ella— apuntó a Hanna.
— ¿Qué? —dijo mi hermana.
—Está prohibido utilizar cualquier tipo de gorro, sombrero, boina o esas cosas durante la clase.
Los ojos de Hanna se abrieron con sorpresa.
—Quíteselo— ordenó el hombre.
La mirada de ella cambió de afable a glacial en unos segundos.
Quitó el gorro negro y su cabello platinado cayó en una cascada sobre su espalda.
Pude escuchar como la clase contenía la respiración.
Yo sabía que era realmente extraño encontrarse con una persona albina, de hecho las posibilidades eran casi nulas, y ahora ellos la harían sentir incomoda.
El profesor continuó con la clase sin prestar demasiada atención a nada más.
Hanna no volvió a hablarme con nuestro lenguaje secreto.
La siguiente clase era la de historia.
Ambas caminamos en silencio hasta el aula, estábamos sentadas en butacas contiguas.
Levanté la vista al escuchar una risa masculina. Gabriel estaba rodeado de personas, tanto chicas como muchachos, él parecía ser muy popular.
Era taaaaan guapo.
"Tu saliva se caerá" sentí en mi brazo.
Moví la cabeza para despertar.
Le sonreí a Hanna.
"Es guapo" dije.
"Es un adolescente ególatra, egoísta y guapo... si, si es guapo, pero parece un idiota"
"Mmm..."
"Olvídalo, no tendrá sentido discutir contigo"
"¿Como que no tendrá caso? Yo..."
— ¿Cómo está el verano? —preguntó una voz.
Me sorprendí y dejé de escribir en mi brazo.
—Bien— dije y sonreí.
Hanna miraba hacia la ventana.
—Ven con nosotros— me invitó Gabriel.
Miré a Hanna y negué con la cabeza.
—No gracias, estoy con mi hermana.
—Puede venir ella también.
Hanna levantó la vista y lo fulminó con la mirada.
—O no— completó Gabriel.
Se despidió de mí y se unió a sus amigos.
"¿Por favor?" escribí.
Mi hermana puso los ojos en blanco.
"Solo no esperes nada de mí".
"Gracias".
"Olvídalo, vamos con tu novio".
"¡No es mi novio!".
Puso los ojos en blanco.
"Como sea, vamos a demostrarte que puedo ser un poco sociable si me lo propongo"
Le sonreí, nos pusimos de pie y caminamos en dirección a Gabriel y sus amigos. Él inmediatamente nos ayudó a acomodar los asientos, uno al lado de la otra y él quedo sentado a mi derecha.
El profesor entró y pidió silencio.
—El día de hoy continuaremos con historia de Inglaterra— anunció—. ¿Alguien puede recordarme lo que vimos la clase pasada?
Un chico que estaba sentado al frente levantó la mano.
— ¿Si, Dominik? —dijo el profesor dándole la palabra.
—Hablábamos de Tomas de Beckett, señor.
—Bien. A lo largo de la historia los hombres se han sacrificado por sus creencias básicas, quizá no sea apropiado oponer la fuerza de Dios contra los deseos humanos, pero…
Hanna levantó la mano.
— ¿Sí? —dijo el hombre.
— ¿Es clase de religión o de historia? —preguntó ella.
El chico de la primera fila la miró y sonrió.
—Historia— respondió el profesor.
Ajam... Tomas Beckett fue el Arzobispo de Canterbury a principios del siglo XII, en 1170 fue asesinado frente al gran altar de su catedral. Él sabía que los Caballeros vendrían a aniquilarlo pero eligió esperarlos ante Dios— Hanna soltó una risa sarcástica—. Según la iglesia, su asesinato fue un acto de sacrilegio de extrema profanidad. Sin embargo, aún se cree estúpidamente que casi inmediatamente después de su muerte, se realizaban milagros. Incluso las personas ignorantes viajaban día y noche a pie para poder tener acceso a él. Aunque, si lo razonas, es fácil ponerte a pensar que su muerte fue por motivos políticos. Beckett se entrometió, así que la iglesia hizo que lo aniquilaran. En fin, la historia no puede cambiarse. Si lo analiza, vera que es exactamente igual a las demás atrocidades que cometió la Iglesia con otras personas. Y— agregó Hanna cuando el profesor iba a abrir la boca para replicar—. Por atrocidades me refiero a los Cataros, que a punto de vista de la iglesia solo eran unos paganos que crearon sus propias reglas para su propio beneficio y que la iglesia simplemente intentaba mantener el orden en una tierra muy volátil. Pero… ¿Qué me dice de los caballeros Templarios? Fueron ellos los que mataron a Thomas Beckett y me parece una completa ironía, porque se conocía a los Templarios como los Caballeros de Cristo, eran ellos los soldados al pie de la iglesia. Esto comprueba que si fue un acto político, ya que entonces ¿Para qué matar al Arzobispo? Al menos tenían la percepción necesaria para darse cuenta de lo inútil que fue la Santa Cruzada. ¿Por qué no le cuenta a la clase como los Caballeros de Cristo le dieron la espalda al Vaticano y adoptaron las creencias de los Cataros? Liberados de la iglesia, los Templarios tomaron el control. Tenían más poder que el mismo Vaticano, y eso vaya que es mucho poder. Aunque ¿No es por eso que los persiguieron y los quemaron vivos?...
—Traicionaron la causa original— alegó el profesor.
Mi hermana sonrió.
— ¿Y de quien era esa causa? ¡Del Vaticano! —exclamó.
—Fuera de mi clase— interrumpió el hombre.
Hanna se sorprendió.
— ¿Qué? —preguntó atónita.
—Que se vaya de mi clase, no quiero volver a verla aquí.
—Bien— ella se puso de pie, tomó sus cosas y caminó a la salida.
Una risa a mi derecha mi hizo odiar a Gabriel por un momento.
Hanna se giró y le mostro el dedo medio. La sonrisa del chico se borró de golpe cuando todos en el salón lo llenaron de abucheos.
El profesor estaba respirando agitadamente después de la rabieta de Hanna.
— ¿Señor? —Preguntó el chico del asiento de adelante— ¿Puedo salir un momento?
El profesor asintió y Dominik se fue.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora