CAPITULO 40.- AMBER:

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— ¡Espera! —grité a Gabriel.
El chico detuvo su andar y me miró.
— ¿Ahora qué?
—Siéntate— pedí.
Lo había alcanzado en la orilla del lago. Hizo lo que le pedí y se dejó caer sobre un tronco viejo que estaba cubierto de escarcha
—Fuiste sincero, tal vez no desde el principio, pero ahora lo fuiste.
— ¿Y eso qué? ¡Tendré mucha maldita suerte su Summer vuelve a hablarme!
Sonreí un poco.
—De eso no te preocupes, a ella le gusta hablar.
Gabriel sonrió pasa si mismo.
— ¿Qué quieres? —preguntó al fin.
—Supongo que darte las gracias— respondí encogiéndome de hombros—. Por cuidarnos y todo eso, ya sabes, por sacar a Violeta del lago.
—De nada.
— ¿Conoces la leyenda? —pregunté.
Negó con la cabeza.
—No la recuerdo muy bien, pero dice algo como que una vez existieron cuatro hermanas. Ellas vieron que el mundo estaba sumido en caos. Sintieron que al mundo le hacía falta algo. El mundo, antes, se dividía en partes y en cada parte había una estación. Así que decidieron que debían compartirlas con las demás personas. La más pequeña y caprichosa eligió la primavera, la más cálida y risueña fue por el verano, la nostálgica y enmendadora seria el otoño. Y al final, la hermana mayor eligió el invierno.
Es algo así. Según la leyenda, ellas no dejaron espacio para el caos que antes reinaba, así que de ahí surgieron las sombras, quienes se alimentan de dolor, pena, muerte y sufrimiento. Cuando un padre tiempo descubrió que las sombras acechaban, fue cuando acudió a los guardianes. Porque, lo único que impide que el caos vuelva este mundo, lo único que no deja que gobierne de nuevo, son las estaciones, y harán lo posible por acabar con nosotras.
No tienes idea de hasta qué punto eso me hace sentir aterrorizada.
Gabriel miró al frente en todo momento.
— ¿Ahora sabes cuanta responsabilidad recae sobre ti? —pregunté.
El chico simplemente asintió.
—Gracias— dijo.
Sonreí y me puse de pie.
—No hay de qué.
Él avanzó hacia el lago, volvería a casa.
— ¿Gabriel? —llamé.
— ¿Qué? —preguntó sin volverse.
—Si quieres que Summer te perdone, no vuelvas a decir mentiras.
Él asintió y siguió su camino, yo volví a casa, donde, de seguro todo estaría volteado al revés.
Debíamos esperar que Ralph llegara y así interrogarlo entre las cuatro. Porque, si de algo estaba segura, era que los secretos se acabarían justo ahora.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora