—Escúchame— susurró una voz— Tienes que hacerlo, podrás hacerlo.
—Tengo miedo— respondí.
— ¿Amber? —preguntó Ralph.
Desde el desmayo afuera de la academia, estuve entrando y saliendo de la inconsciencia. Abrí los ojos para enfocarlo, porque no era capaz de responder.
El dolor se detuvo, pero tenía esa sensación de estar en todas partes a la vez, como si una fuerza extraña tirara de mí.
— ¿Puedes escucharme? —preguntaron ambas voces.
Asentí respondiéndoles a ambos. ¿Quién era la otra voz? Me sentía como si la realidad y los sueños se mezclaran.
—Tus hermanas están preocupadas— dijo Ralph, él estaba sentado a un lado de mi cama. Minutos atrás dejé de escuchar los gritos de Hanna ¿O acaso eran horas?
—Amber, tienes que poner atención— me llamó papá—. Ha ocurrido algo grave. El otoño anterior ha muerto, debes irte, cumplir con tu papel antes de tiempo, las cosas deben estar en orden y seguir su curso, se debe cumplir un ciclo, tú debes cumplirlo.
Todo, incluso respirar se estaba volviendo difícil, realmente difícil. Quise responderle a Ralph, pero de nuevo fui tragada por esa bruma de pensamientos entremezclados. Curiosamente, me recordaban un día ventoso de otoño, con las hojas entremezclándose con todo, siendo llevadas sin rumbo fijo.
Tenía frio ¿Por qué hacía frío?
Había algo debajo de mí, ya no estaba en mi cama ¿Cómo rayos llegué a este lugar? El viento estaba helado, sin embargo, el sol brillaba sobre mí, estaba recostada sobre pasto de un color muy verde, a mi alrededor había flores de diferentes colores. Con ningún esfuerzo me puse de pie ¿A dónde se fue todo el agotamiento?
Una gran cabaña estaba al frente, lo que más llamaba mi atención es que tenía varios vitrales en vez de ventanas, lo que hacía que la luz del sol se reflejara en ellos y que todo se viera espectacular. Afuera lucía un fantástico jardín. Se podía escuchar correr agua muy cerca ¿Acaso había un rio?
El paisaje me hacía sentir bien, feliz y relajada.
Un chillido de alegría me obligó a volverme de inmediato.
Y ahí estaba. Los ojos ligeramente rasgados y de un color verde atrapante. Su piel un poco quemada por el sol, cabello lacio y negro azabache. Era idéntica a mi hermana, solo que años más grande.
La mujer reía, saltaba y gritaba al mismo tiempo, soltando chillidos de alegría, como el que me hizo descubrirla.
— ¿Violeta? —pregunté en voz alta.
— ¡No! No, no, no— dijo una y otra vez. No parecía que lidiara muy bien con sus emociones—. Soy Chandra.
Seguía sonriendo y dando pequeños saltitos.
—Soy Amber— dije frunciendo el ceño.
—Yo sé quién eres— contestó y siguió feliz.
—Bien ¿Qué es este lugar y por qué estoy aquí?
— ¿Él no te lo explicó? —preguntó y frunció el ceño.
— ¿Quién? ¿Explicarme qué?
Al fin, Chandra, dejó de sonreír y me miró de una forma curiosa, incluso ladeó la cabeza, al igual que un gato.
—Tu padre tiempo— explicó—. No recuerdo su nombre, no me agradaba mucho, así que no me importó aprenderme como se llama.
Reí un poco, eso sonaba tan Violeta.
—Eres la primavera— dije en voz alta, tratando de atar cabos sueltos.
—Si. Esa soy yo.
—Su nombre es Ralph— respondí. Ella hizo un ademan con la mano para restarle importancia— ¿Por qué estoy aquí? Se supone que debo ir al lugar del otoño, no de la primavera.
Sus facciones se descompusieron y sus ojos se llenaron de lágrimas. Ella ahogó un sollozo para después respirar profundamente.
—Layla— susurró—. Ella es… era…
—El otoño— completé, ya que ella parecía incapaz de continuar.
Asintió.
—Estás aquí porque debemos mostrarte algo. Debes aprender antes de tiempo, y esta es la mejor forma que pudimos encontrar.
— ¿Por qué hablas en plural?
— ¿Por qué no hacerlo? Después de todo, nunca vas a estar sola, siempre serás como una con tus hermanas. Por eso sienten el dolor de las demás, a veces se complementan en pensamientos y sentimientos.
—De acuerdo— dije y me llevé las manos a la cabeza—. Vayamos poco a poco ¿Si?
—No, ya no hay tiempo.
—Esto va a acabar conmigo.
Chandra se acercó, y tomó mis manos entre las suyas.
—Debes comprender y aceptar lo que todo esto es. Lo que tú eres y serás. Vas a cruzar a un lugar, partirás a un viaje sin retorno…
— ¿Por qué? —Grité y me alejé de ella— ¿Por qué debo hacerlo? ¿Por qué no puedo elegir? ¡Yo quiero quedarme! Con mis hermanas, con Ralph… con Thomas.
Sus ojos no dejaron de observarme ni un segundo.
—No tenemos elección, jamás la hemos tenido. Cuando la magia decida que ya es tiempo, serás reclamada, sin importar lo que tú quieras.
Me mordí el labio y me tragué las lágrimas, supieron amargas, y calaron en mi garganta como si tragara hiel.
—Vamos— dijo y me ofreció su mano.
Suspiré profundo y la tomé. Todo llegó muy rápido, como un pensamiento, demasiado nítido.
— ¿Qué estamos haciendo? —grité. Ya que había ruido y mucho movimiento.
—Una vez que llegue tu momento, te darás cuenta de que puedes moverte, viajar. No modificarás nada, pero puedes ver las cosas que ya sucedieron, también entrarás en los sueños de las estaciones siguientes, así como en los del padre tiempo, incluso podrás tratar con los guardianes.
—Espera— pedí una vez que nos detuvimos abruptamente— ¿De qué estás hablando? ¿Cómo es eso posible? ¿C-como esperas que procese toda esta información si no me das tiempo?
—Ya te lo dije— replicó de una forma que me hizo sentir tonta por preguntar—. No tenemos mucho tiempo.
Y fue cuando me detuve a ver lo que nos rodeaba. Paisajes como los que nunca había visto, un cielo completamente limpio, sin toda esa contaminación que ya era parte de todos los días, y árboles, grandes aboles con mucha vegetación, un gran rio y un puente de madera para atravesarlo… y al fondo ¿Eso era un castillo?
— ¿Dónde estamos? —pregunté.
—Te lo dije, podemos ver las memorias de las estaciones pasadas. Te muestro las mías, ya que Layla no puede mostrártelas.
—No entiendo nada de lo que dices.
Chandra puso los ojos en blanco, y tiró de mi mano para que la siguiera. Las dos caminando hacia la gran construcción de piedra.
Me sentía muy asustada. Vamos, asustada era poco, tenía ansiedad, miedo, todo junto. No era ese miedo que siempre estaba, este era nuevo, un miedo a lo desconocido, a lo que me aguardaba más allá. No tenía idea de todo lo que me esperaba, y lo que Chandra decía, no tenía sentido alguno. ¿Cómo es posible que ahora estuviera atrapada aquí? Hasta hace unos minutos, estaba en mi habitación, escuchando a Ralph.
—Te traje a ese día— dijo de pronto.
— ¿Qué día?
—El ultimo día que vi a mis hermanas. Cuando las sombras nos atacaron.
Tragué saliva sintiéndome nerviosa.
—N-no quiero estar aquí.
— ¿Por qué no? No te harán daño, tu puedes verlas pero ellas a ti no, es una memoria.
—No estas resolviendo mis dudas ¿Lo sabías?
Chandra sonrió.
—Es por eso que esta es tu primera parada.
— ¿Habrá más?
—Dos más. Alina y Elizabeth.
— ¿Quiénes?
Ella se detuvo de golpe y me miró.
— ¡El verano y el invierno! —Exclamó— ¿Quieres pensar más rápido para que no tenga que explicarte todo?
—Bien— dije, ya sin paciencia.
Habíamos llegado a la entrada del castillo.
—Hogar. Dulce hogar— dijo suspirando.
— ¿Vivían aquí?
—Si. Era fantástico. Primero fue Elizabeth y unos minutos después nació Alina. Dos años después llegamos Layla y yo. También, la primera en irse fue nuestra Lizzie. Y así sucesivamente. Nuestros padres eran los dueños de estas tierras, no es un castillo en sí, más bien una casa muy grande con muchos sirvientes— explicó.
—Eso suena como un castillo para mí— repliqué.
—Algo estalló, era una noche muy tranquila, se supone que Elizabeth sería reclamada al siguiente día, la noche antes de la entrada del invierno. Se quemaba, la casa se estaba quemando y todos corrían en diferentes direcciones, nadie sabía qué hacer. Y muy rápido, tanto como empezó, todo se detuvo. Ahí estaba Kevin, nuestro padre tiempo, y Elizabeth, mi querida hermana. El fuego quedó aplastado por el hielo, y las personas suspendidas en el tiempo, al igual que esas cosas que vagaban por todas partes, esos horribles engendros que parecían la esencia del miedo—. Chandra estaba pérdida en sus palabras.
Y conforme su historia avanzaba… también las cosas. Porque el castillo ardía en llamas y al momento estaban las sombras y el padre tiempo, también las demás hermanas, que al contemplarlas, sentí un nudo en el pecho. Los padres estaban muertos, el lastimarlas, acabarlas emocionalmente, para luego ir por ellas, cuando más débiles estaban.
Y ahí, para hacerles frente, para cuidar de las demás, aun por encima de ella misma, se encontraba el invierno. Un cabello tan blanco como la nieve y atado en una trenza que llegaba a su cintura, su piel era muy pálida y los ojos grandes y de color gris. Esos ojos que expresaban todo, excepto miedo.
Podía ver todo, así como lo contaba Chandra, las escenas cobrando vida alrededor. Por eso me había traído aquí, para que pudiera observar las cosas y así comprenderlas.
Todo estaba tranquilo, demasiado silencioso.
—Nunca olvidaré este día— dijo la primavera—. Ni lo que hizo por nosotras.
— ¿Qué fue lo que hizo?
Chandra me miró, de una forma tan familiar que me hizo sentir tranquila.
—Eran personas en las que confiábamos, ellas tomaron el lugar de aquellos a quienes amábamos. Elizabeth estaba enamorada… y las sombras tomaron ventaja de eso. Antes de irse, ella enfrentó y acabó con esas cosas, incluyéndolo a él.
Ahogué una respiración. Siempre había que hacer sacrificios.
— ¿Y que más…?
—Se acabó mi tiempo— interrumpió—. Fue un placer conocerte, y sé que no volveré a verte, pero me gustaría saberlo… ¿La música? —preguntó.
— ¿Qué hay con ella? —dije confundida.
— ¿Qué significa para ti?
Sonreí ligeramente.
—Es la voz de mi alma.
—Eso es suficiente. Ten un buen viaje. Saluda a mis hermanas por mi ¿Si? Diles que las extraño— se despidió.
— ¡No! ¡Espera! —grité.
Fue demasiado tarde, la escena se desvaneció frente a mis ojos, mientras la primavera se despedía de mí agitando sus manos.
Abrí los ojos. Estaba de nuevo en mi habitación, ahora completamente sola, Ralph se había ido, y mis hermanas no se escuchaban por ninguna parte.
Me dolía la cabeza, pero de una manera en la que era posible ignorarse. Me di cuenta de que la puerta estaba abierta solo unos centímetros ¿Ralph la había dejado así? ¿Por qué?
“Las cosas nunca suceden como deberían ser…
Cuatro cosas te digo, mi niña a ti…
Nunca esperes por nada, la vida no se detendrá.
Ama sin medidas.
Ríe lo más que puedas, la risa es música para el alma.
No te aferres a nada, las cosas y las personas vienen y van…”
Sophie. Mamá. Te extraño. Quisiera poder gritar esas palabras, por algún motivo no podía gritar. La pequeña canción de cuna que Sophie me cantaba, se repetía una y otra vez en mi cabeza, incluso mis dedos se movían contra las sabanas, buscando algún timbre que no estaba ahí.
La puerta rechinó ante un empujón, solo que no vi entrar a nadie. Incorporándome un poco en la cama, fue que vi a Silver ladear la cabeza hacia mí.
Le sonreí al pequeño, él se acercó y empezó a lamer mi mano. Quería hablarle, decirle cuanto lo quería y cuan agradecida estaba porque llegó a nuestra familia a traernos un poco de diversión cuando todo estaba mal.
De nuevo vino ese mareo, fue tan intenso que me dejé caer en la cama, mis ojos cerrándose ante sueño que venía ¿De verdad eran sueños?
— ¡Hola! —exclamó una voz. Ella habló mucho antes de que pudiera ver el lugar en el que me encontraba.
La mujer era bastante linda. Ojos grandes de color azul y una cabellera esponjada y pelirroja. Las pecas cubriendo su nariz.
—Déjame adivinar ¿Alina? —pregunté.
—Creí que me llamarías verano.
—Nunca me ha gustado llamar a mis hermanas como una estación.
—A Layla tampoco le gustaba— murmuró.
— ¿Cómo ocurrió lo de tu hermana? —pregunté, incapaz de pronunciar las palabras “El otoño muerto”.
—Las sombras, encontraron una manera de viajar, no tengo idea de cómo, pero…
—Significa que ustedes también están en riesgo, que tampoco estaremos seguras una vez que seamos reclamadas— dije.
—Eso depende de tu padre tiempo— respondió.
—No comprendo.
—Es complicado, el padre tiempo, todos ellos son quienes saben cómo moverse a través de todas las estaciones, y en el mundo normal. Ellos saben, eso es todo. Ahora, la gran pregunta es ¿Por qué las sombras pueden moverse igual que un padre tiempo lo hace?
—Ralph nunca nos ha dicho nada.
—Él quiere protegerlas, lo comprendo. He tratado de advertirle a tu hermana, a Summer, pero ella nunca me ha hecho caso, creo que también está asustada.
—Lo lamento— dije y bajé la mirada.
— ¿Por qué? —preguntó extrañada.
—Porque si nosotras hubiéramos hecho caso de sus advertencias, tu hermana ahora estaría viva.
Alina sonrió ligeramente.
—Todas hemos tenido que sacrificar muchas cosas a través de los tiempos. No solo nosotras, ha habido estaciones que dejan personas amadas en el mundo.
—Eso ocurrirá— dije.
—No lo sabemos.
— ¡Ya lo sé! —Estallé— ¿Si? Sé que no podemos saber lo que ocurrirá y que tampoco puede cambiarse lo que ya pasó, solo que quiero hacer algo para solucionar las cosas.
Alina rio por mi reacción y después de unos momentos tomó aire y me respondió.
— ¿Quieres solucionar algo que aún no ha ocurrido? Eso es raro.
—No, solo me preocupo por lo que pueda pasar.
—Pero aun no ocurre— dijo y se llevó la mano a la barbilla, como si estuviera pensando de más en las cosas—. Todo esto del tiempo y los espacios es demasiado complicado para mí. Mejor pregúntaselo a Elizabeth.
— ¿Y qué me mostrarás tú?
— ¿Por qué tienes tanta prisa?
—Porque la primav… —me corregí con un movimiento de cabeza—. Chandra dijo que casi no había tiempo.
—Chandra cree que nunca habrá tiempo, ella siempre está corriendo por todas partes, esa es su esencia.
Sacudí la cabeza, eso no era importante.
—De todas formas ¿Qué es este lugar? —pregunté.
—Es mi hogar ahora— respondió ligeramente triste.
El sol me estaba haciendo sudar, y provocaba que mi piel picara de una forma poco agradable. Demasiado calor, aunque Alina parecía fresca y normal. Y un mar, un hermoso mar para ella sola, además de los árboles frondosos y su casa, una hermosa casa a la orilla del océano, era todo para ella.
—Es lindo— comenté.
—Mentirosa— me acusó—. No te gusta el calor.
—No. Pero aun así en un lindo sitio.
— ¿Quieres conocer mi memoria ahora? —preguntó y me ofreció su mano.
Tomé una respiración profunda y cerré la distancia que nos separaba.
No fue igual que la otra ocasión. Ahora solo hubo un estremecimiento, por lo demás, estaba bien.
Abrí los ojos, pensando en todo y en nada al mismo tiempo. Había demasiadas preguntas, pero estaba segura de que ella no me daría las respuestas. Si iba a cumplir con mi rol antes de tiempo, lo más que podía pedir, era comprender porque lo estaba haciendo.
Sobre nosotros había una gran cúpula, y enredaderas, tenía el aspecto de un gran jardín abandonado, ya que la naturaleza había cobrado factura sobre todo. Las plantas lucían lúgubres y al mismo tiempo hermosas, además del estanque del centro del lugar.
— ¿Dónde estamos? —pregunté.
— ¿Conoces algún guardián? —respondió con otra pregunta.
Eso estaba comenzando a fastidiarme.
—Sí, conozco uno— repliqué.
— ¿Solo uno? Eso es extraño, normalmente vienen en grupos.
—Se supone que son dos, pero ella no conoce nada de esto…
— ¿Por qué no? Una mujer guardián suele ser más sensible a este tipo de magia, y por lo tanto, mejor en su trabajo. En nuestra época, había dos de ellas y un solo hombre, los tres siendo entrenados por la generación anterior. Eran mis amigos, mucho antes de que supiéramos sobre todo esto, yo los estimaba, incluso escapaba de la seguridad de la casa para divertirme, solo que las cosas llegaron, y tuve que despedirme de mis amigas para siempre. Tú y tus hermanas no son las únicas que han perdido algo por culpa de las sombras. Fue ahí, con la muerte de mis amigas, donde lo entendí: El mundo nos necesitaba. Si alguien tan fuerte podía morir de una manera tan sencilla… lo demás será pan comido— tomó una respiración profunda y después caminó hacia el interior del lugar—. Este sitio era nuestro punto de encuentro.
No era necesario que me explicara eso, ya que conforme ella avanzaba en la historia, pude ver las escenas desarrollándose alrededor. Las dos jóvenes de cabello negro azabache y ojos de un azul muy fuerte. Y el joven…
— ¿Los guardianes siempre han pertenecido a una sola familia? —pregunté.
La mujer asintió.
—Fueron los únicos que aceptaron la magia, y sacrificar sus vidas por el bien de los demás.
Comprendí a que se refería, aun así me costaba trabajo aceptar las cosas para mí.
—Hemos perdido mucho. Primero nuestros amigos, después nuestros padres y al final… Elizabeth fue reclamada y ella destruyó a esas cosas, acabando con quien era el amor de su vida. ¿Lo entiendes ahora? No importa cuántas cosas debas dejar atrás, lo que importa es que aceptes lo que eres y aprendas a vivir con eso.
— ¿Por qué? —pregunté frunciendo el ceño.
—Porque maduras, y tienes que aceptar lo que viene, aunque no te haga feliz. Simplemente tienes que aprender a vivir con eso.
—Eso no me ayuda en mucho… —respondí.
Alina volvió a respirar profundamente, como si mis preguntas acabaran con su paciencia. Tal vez, le molestaba hablar mucho sobre un mismo tema, al igual que Summer, quien siempre cambiaba de temas a una velocidad impresionante.
—Todo el mundo está en equilibrio, no sé si ya te han explicado que son las sombras, pero volveré a hacerlo. Fueron creadas por el odio, rencor, resentimiento, amargura y decepción de las personas. Ellas viven y crecen dentro de aquellos que ya están cansados de la vida, toman el lugar de aquellos a quienes amamos y en quienes confiamos, para acabar con el equilibrio del mundo, así ellas tendrán el control, nadie quiere que eso suceda. Guardianes, padre tiempo, estaciones… Todo tiene un propósito, al igual que tú.
Miré hacia el suelo en todo momento, yo no quería nada de esto, yo quería quedarme, ser feliz con mis hermanas y Thomas, seguir con mi vida, dar algún concierto algún día y transmitir a las personas todo aquello que Sophie me enseñó.
Pero los sacrificios eran necesarios. Alina perdió a sus amigos, Chandra recuerda la muerte de sus padres, aunque es algo que nunca se olvida y Elizabeth, a quien aún no conocía… ella mató al hombre que amaba.
Además… Thomas tenía a su familia, y ellos dependían demasiado de él, no podía hacerle daño, al menos, no uno del que no hubiera vuelta atrás.
Yo creía que el otoño daba a todos la oportunidad de enmendarse y mejorar, pero no, al parecer, creaba nostalgia y conforme el paso del tiempo, la nostalgia se convierte en tristeza.
—Nosotras también hemos creado sombras— dije en voz alta. Mis pensamientos me llevaron en esa dirección.
—No lo sé— respondió con una sonrisa—.Tuvieron que comenzar en algún lugar.
—Tengo miedo ¿Y si entran aquí de nuevo y acaban con ustedes? ¿Y si les hacen daño a mis hermanas? —exclamé alarmada.
— ¿Y si? ¿Y si? ¿No son demasiadas hipótesis? No todo depende de ti, querida. Esta su padre tiempo y los guardianes.
—Ralph no me dirá nada.
— ¿Ralph? ¡Vaya! Así que aún no elige a un sucesor —comentó.
—No, y no tiene qué hacerlo, él siempre ha cuidado de nosotras.
—Reúne todas las preguntas que tengas acerca de las estaciones y del cambio, sobre los cambios en el tiempo y en el espacio. Elizabeth será más paciente y más explícita en estas cosas. Ha sido un placer conocerte.
— ¿Ya hemos terminado?
—Aun te queda una parada— dijo.
— ¡Espera! Una última pregunta para ti—pedí— ¿Qué ocurrirá con ustedes, cuando nosotras tomemos su lugar?
Alina soltó una risilla algo triste.
—Moriremos— respondió.
—No…
—Cien años es un largo tiempo, más si estás sola. Nos despediremos felizmente si tú y tus hermanas cumplen con su deber. Layla se fue antes de tiempo, faltaban dos años para ella… ha sido triste, pero confío en que volveré a verla, no importa en qué vida sea.
—Entonces, me queda confiar en lo mismo.
Alina tenía algo sobre su mano, se la llevó a la altura de los labios y sopló algo sobre mí.
El frío me calaba hasta los huesos.
Me costó varios intentos y caídas ponerme de pie, cuando por fin pude hacerlo, me quedé sin habla.
Nieve, nieve algodonosa y fría por todas partes. Hielos colgando de las ramas de los árboles secos, y montañas nevadas.
Mi respiración se tornó blanca al contacto con el ambiente. Comencé a frotar mis brazos para entrar en calor, hasta ese momento, no me di cuenta de que iba descalza.
A lo lejos había una cabaña, pude ver salir humo de su chimenea, lo que significaba que había alguien dentro.
Tragué saliva de una manera audible ¿Estaba lista para conocer a Elizabeth? ¿Y si era igual a Hanna? ¿Y si yo no le caía bien?
Me llevé las manos a la boca para soplar aire caliente sobre ellas.
—Son idénticas— dijo una voz a mi espalda.
Giré rápidamente, para encontrarme con una mujer, que colocaba su mano helada sobre mi mejilla. Sus ojos eran grandes y de un gris plata sorprendente, su cabello blanco y atado en una trenza. Su piel era incluso más pálida que la de Hanna.
Su mano estaba temblando. Algo me decía que no era por frío.
—Eres igual a Layla— dijo para aclarar su comentario anterior. Ella sacudió la cabeza para centrarse—. Creo a que te estás muriendo de frío, ven conmigo.
No esperó una respuesta y comenzó a caminar a la cabaña. Con muchas dificultades, la seguí. Elizabeth no habló en todo el camino, miraba hacia atrás para cerciorarse de que la estaba siguiendo.
Al fin, después de lo que me parecieron mil años, llegamos al lugar. Ella me miró por encima del hombro.
—No es mucho— dijo y empujó la puerta—. Pero es mi humilde hogar.
Entré, más para resguardarme del frío que para ver el sitio, cosa de la que me arrepentí de inmediato. Solo en ese momento caí en la cuenta de que no había conocido el interior del hogar de la primavera y del verano, tenía algunas pistas como los vitrales y la casa grande.
Y aquí… Hanna amaría este lugar.
Una cabaña, no dejaba de ser eso, solo que por dentro tenía un aspecto más grande que por fuera… o tal vez se trataba de percepción. Todo estaba hecho de madera, las paredes, el suelo y los libreros… llenos de bueno, libros. Y la chimenea que crepitaba un fuego cálido y agradable. Frente a ella estaba una mecedora de madera en la que ella se sentaba a leer.
Había algunas puertas más, pero no quise preguntar lo que había ahí.
—Puedo ofrecerte algo caliente para beber— dijo.
—Estaré bien— respondí—. Pero gracias.
Me acerqué al fuego y me senté sobre el suelo para entrar en calor. Podía sentir su mirada siguiéndome por todas partes.
Decidí que me estaba haciendo sentir incomoda, así que la miré de vuelta.
—Disculpa que te vea, tengo cien años sin hablar con otra persona, y tu llegas aquí, y eres igual a Layla— me di cuenta de que su voz era fuerte y algo ronca.
—Está bien— dije y me encogí de hombros.
Al fin, Elizabeth se sentó a mi lado, sobre el suelo.
—Ya habías soñado con este lugar— comenzó a explicar—. Tú y tu hermana. Hanna, si mal no recuerdo.
—Yo moría en ese sueño, así que no es algo que me guste recordar— solté de golpe, para luego darme cuenta de que fui grosera.
—Era una advertencia. Yo sabía que algo estaba mal con Layla. Pero no pude ayudarla. Se supone que tu padre tiempo debía darse cuenta de las cosas y hacer algo al respecto, pero resultó ser un inútil— espetó.
— ¡Ralph no es ningún inútil! —exclamé.
—Como sea. Layla ya no está— dijo y se encogió de hombros— ¿Segura que no quieres algo de tomar?
—Completamente. Quiero que me expliques las cosas.
Ella sonrió.
— ¿Tienes alguna pregunta o quieres que vaya desde el principio?
—Desde el principio estaría bien— respondí.
Elizabeth tomó una respiración profunda y miró hacia las llamas de la chimenea.
—Cuando una estación será reclamada, es llevada en sueños con la estación anterior, para que esta le ofrezca alguna memoria importante del pasado, así sabrá a lo que se enfrenta y lo que debe hacer. Por desgracia para ti, Layla se fue antes de tiempo, y no pudo mostrarte su memoria, así que decidimos que ofrecerte una cada una, esperando que así comprendas las cosas. Yo estaba preparada para ofrecer mis memorias a Hanna cuando llegara su turno, al parecer… bueno, las cosas no siempre suceden de una buena manera.
— ¿Esto es un sueño? —pregunté.
—Sí, eso es lo que es. Nos movemos a través de los sueños y de las memorias de las estaciones, del padre tiempo y de los guardianes, para garantizar el bienestar del mundo.
—Creí que hace más de cien años que no hablabas con alguien.
—Y no lo hago. Invadir los sueños de una persona me resulta… perturbador, así que no lo hago, a no ser que sea absolutamente necesario.
— ¿Es algo que yo podré hacer? —pregunté.
—A su debido momento aprenderás como, y si tu padre tiempo te hubiera explicado las cosas desde antes, puede que no tuviéramos esta conversación tan compleja.
— ¿Qué tienes en contra de Ralph? —indagué.
—Nada.
Sonreí un poco.
—Me recuerdas a Hanna.
—Lo tomaré como un cumplido. Ya que tú me recuerdas a Layla.
—Bien.
— ¿Estás comprendiendo las cosas? —preguntó.
—Un poco, si ¿Me explicas lo del espacio?
— ¿Tu “todo poderoso” padre tiempo no te lo ha explicado? —dijo con sarcasmo.
—No— repliqué cortante.
—Es complicado en realidad.
— ¿Necesito saberlo?
—No, es algo que aprendí por simple vanidad.
—Entonces no importa.
— ¿Quieres conocer mi memoria? Puede ser algo desconcertante.
—Sí, quiero.
Elizabeth extendió su mano hacia mí, me tomé mi tiempo sopesando las cosas. Ella hizo un ademan con la mano, para que me diera prisa.
Le di un apretón a su mano. Un remolino de nieve nos barrió a ambas.
Mi cabeza dio vueltas y sentía ganas de vomitar.
—Aquí estamos— escuché su voz.
No hacía frío como en su casa, así que me erguí completamente. El sol brillaba sobre nosotras, a cierta distancia podía ver el castillo que me había mostrado la primavera, y hacia el otro lado divisaba el jardín del verano. Aquí era campo abierto, y un pequeño rio al lado de algunas rocas… y eso que estaba en el árbol ¿esos eran columpios? ¡Amaba los columpios! Reprimí mis ganas de correr hacia ellos y solo miré.
A diferencia de sus hermanas, ella no dijo nada, sino que dejó que la escena se desenvolviera por sí misma.
Había una chica, se parecía mucho a Elizabeth, solo que más joven. Su ropa era un vestido con holanes de color negro y unas zapatillas grises, su cabello estaba atado en una media coleta. Ella sonreía hacia alguien que iba a donde estaba.
El chico movía las manos sobre su cabeza para llamar la atención de Elizabeth.
— ¡Julian! —exclamó la chica.
Él corría muy rápido para cortar la distancia que los separaba, cuando llegó a donde estaba, la tomó de la cintura y dieron vueltas en el aire. Ambos estaban felices, riendo y compartiendo historias. Juntos, tomados de la mano, fueron hacia los columpios y él la empujaba mientras ella soltaba chillidos de alegría.
Así pasaba el tiempo, en medio de coqueteos, sonrisas y besos, ambos estaban enamorados.
—Pediré tu mano esta noche— dijo Julian.
Eso rompió la sonrisa de Elizabeth, quien sabía que debía irse antes del invierno.
—No lo hagas ¿Acaso no disfrutas de estos momentos?
—Lo hago, por eso quiero que sean para siempre. Sé mi esposa, Elizabeth— Julian ya tenía una rodilla sobre el suelo.
La chica comenzó a negar con la cabeza.
—Perdóname— susurró y corrió alejándose de él.
El joven se quedó desconcertado y la escena cambia de nuevo.
Estábamos en los pasillos del castillo, era de noche. Podía ver las llamas crepitar por todas partes, el humo iba en ascenso. Todas las personas corrían en diferentes direcciones. El invierno empezó a caminar y yo la seguí. Entramos en una habitación, ella, o más bien su yo más joven, estaba llorando sobre su cama, a su alrededor estaban sus hermanas. Y lo sé, simplemente lo sé, sus padres están muertos ahora. Elizabeth se levantó, limpió sus lágrimas y les dio instrucciones precisas. Debían esperar a que llegara el único guardián que quedaba, también al padre tiempo. Ellas debían salir del castillo que estaba en llamas y correr a los jardines para esperar a que pasaran las cosas. Es más que obvio que ninguna la obedeció.
La escena cambia de nuevo. Elizabeth estaba corriendo hacia algo, era una sombra. Esas cosas estaban detenidas, suspendidas en el tiempo, ya que hay un hombre ahí, llevaba el reloj de Ralph.
Lo que ella tenía en las manos era una espada con un ligero resplandor de color blanco. A unos metros de distancia, yacía el cuerpo herido del último guardián. Las sombras salieron de ese trance y tomaron su forma humana de nuevo. Eran cinco en total: Sus padres muertos, las hermanas del guardián y… Julian.
Le costó poco tomar la decisión, algo en sus ojos me indicó que creyó que moriría esa noche. Su cabello se escapó de la trenza y su camisón estaba lleno de hollín y roto en varias partes. Elizabeth miró hacia otra parte cuando la espada se clavó en el pecho de aquel joven que amaba.
Ella lo miró, pero ya no era el mismo joven, solo un montón de oscuridad esparciéndose en el aire. Alguien estaba detrás de ella, le quitó la espada y acabó con las demás sombras. El ultimo guardián. Le costó unos minutos al invierno darse cuenta de que sus hermanas no siguieron sus instrucciones y que las tres estaban ahí, la primavera curando las heridas de aquellos que habían caído por ayudar a su hermana.
Esa era la última visión que tenía, ya que de la nada se comenzó a formar un remolino de nieve, no se parece a nada que hubiera visto en otra ocasión. Y mucho antes de que pudiera despedirse de sus hermanas, el gran remolino la arrancó de ese plano para llevarla al hogar del invierno.
La escena cambió de nuevo, me di cuenta de que estaba en la cabaña otra vez. Ahí terminaban las memorias de Elizabeth.
Así que eso era ser reclamada por la magia. Me sentía muy rara, de hecho fue muy extraño ser observadora y al mismo tiempo protagonista de la escena, era como si todo lo que le había pasado a ella también me hubiera pasado a mí.
—Te advertí que podría ser perturbadora.
—Estoy bien— dije y la miré.
—Se acabó nuestro tiempo—anunció—. Creo que me ha gustado conocerte y espero que comprendas todo ahora. No importa a quien dejes atrás, lo importante es lo que te espera. Tu tiempo con él fue bueno, pero ya acabó. Los recuerdos te mantendrán cuerda en más de una ocasión, no los deseches.
—Gracias— susurré, ya podía sentir las lágrimas surcando mis ojos.
Ella se acercó y sostuvo mi barbilla.
—Solo por curiosidad… ¿Qué memoria ofrecerías? —preguntó.
—Si es como yo… la pobre estaría demasiado asustada como para ir navegando por los recuerdos. No ofrecería ninguna. Tocaría el piano para ella— respondí.
—Respuesta correcta— aprobó.
— ¿Cómo se supone que solucionaré todo esto al llegar a casa?
—No lo harás. Las cosas encontraran una solución, tu preocúpate por tu parte. Mi padre solía decírmelo: Confía en el tiempo, que suele dar dulces soluciones a las realidades más amargas.
—Gracias— repetí.
El invierno negó con la cabeza varias veces. Tomó un puñado de nieve de quien sabe dónde y lo sopló sobre mi cara.
Abrí los ojos como por milésima vez, viendo el techo descolorido de mi habitación. Aventé las mantas hacia un lado, y puse los pies sobre el suelo helado, recordando la nieve del sueño con Elizabeth… ahora todo tenía sentido.
Salí de mi habitación, para despedirme de mis hermanas, de la única forma posible en la que podía expresarme: la música.
Después de bajar las escaleras y tocar un par de teclas, mis hermanas se unieron a mí, ellas lloraban ¿Por qué lloraban? ¿Acaso no comprendían los sacrificios que cada una tenía que hacer? Sophie había sido solo el principio.
Terminé con la canción y nos fundimos en un abrazo. Uno que pedí que nunca terminara.
Pasaron las horas, o tal vez eran minutos, no me sentía muy cerca de nada, incluso el sofá en el que estaba sentada o la taza de chocolate caliente sobre mis manos… todo estaba lejos, pero al mismo tiempo estaba ahí. Quería irme, pero quería quedarme, por ellas, por ellos, por todos. Incluso Silver dejó de tratar de llamar mi atención, ya que nada de lo que había en la casa, a excepción del piano, me atraía de ninguna forma.
La decisión estaba tomada, yo me iría al hogar del otoño y eso sería todo.
La puerta de entrada sonó, no como si alguien la abriera, sino más bien como golpes pidiendo permiso para entrar.
Me puse de pie, pero Violeta me empujó de nuevo al sofá de la sala, dándome una mirada triste.
Sonreí para ella, para que pudiera leer en esa sonrisa todo aquello que quería decirle. Detuve su mano antes de que siguiera avanzando.
—Voy a contarte un secreto— susurré.
Mi hermana hizo una mueca.
—Sabes que no soy muy buena con ellos, mejor no me digas nada.
—Confío en ti.
Al parecer la sorprendió mi respuesta, ya que se inclinó para escucharme.
—Todo va a salir bien. Lo prometo— murmuré.
Se suponía que no debía decirle nada, ya que ella tendría su momento. Violeta se incorporó, lagrimas nublando su vista, se las limpió con un movimiento de la mano y se dirigió a la puerta.
—No está disponible— le dijo a quien estaba del otro lado—. Será mejor que te vayas.
— ¡No! —Exclamó la otra persona—. Juro que voy a entrar y tirar todo este lugar si no me dejan verla.
— ¡Está enferma, pedazo de idiota!
Me puse de pie y arrastrando los pies llegué hasta la puerta.
—Déjanos hablar—pedí a Violeta. Los ojos de Thomas se iluminaron al escucharme, pero cuando vio mi aspecto demacrado su mirada se ensombreció.
Violeta hizo pucheros, pero me obedeció.
Cerré la puerta detrás de mí. Me importaba un comino el hecho de que estaba en pijama. Con el pantalón y la camiseta para dormir de ositos.
Thomas me sostuvo para que bajara los escalones de la entrada. Su mirada no me abandonaba.
—Estoy bien— dije.
—No parece… creo… no sé, como si estuvieras distante.
—Imaginas cosas— respondí.
—Como sea. Me han dicho estos últimos días que estabas enferma, después de que te desmayaras y ahora llegas y me dices que estas bien.
—No miento— repliqué.
—Tengo una sorpresa para ti— dijo y medio sonrió.
Mientras me explicaba lo que según él era un infierno lo que pasó, caminamos juntos hasta llegar a uno de los árboles de la parte trasera de la casa, uno de los más grandes y me sorprendió ver lo que había. Antes no estaba ahí.
— ¿Tu lo hiciste? —indagué.
—No soy exactamente un ingeniero de columpios, pero creo que resistirá— bromeó.
Me senté sobre la tela de color negro, parecía bastante gruesa y resistente… un columpio casero. Sonreí un poco. Le había contado hace tiempo que una de las cosas que más anhelaba era tener un columpio en casa, para mi sola.
Thomas comenzó a empujarme para mecerme lentamente en el juego.
—Estoy enferma— comencé a decir. Él detuvo ambas agarraderas del columpio y me giró, para estar frente a frente.
—Creía que estabas bien— replicó.
—Y lo estoy, solo que de una manera diferente. No puedo explicarte todas las cosas, pero tengo que irme.
— ¿A dónde? ¿Cuándo volverás? —sus ojos verdes pidiéndome respuestas.
—No lo puedo decir. Y nunca, ya no volveré.
—Entonces voy contigo.
—No puedes. Tienes a tu familia, ellos te necesitan. Dependen de ti, siempre has ocupado ese sitio con ellos, y yo no te alejaré.
— ¿Te estás despidiendo? —preguntó tristemente.
—Eso es lo que hago. Voy a extrañarte, y siempre te recordaré.
Thomas abrió la boca varias veces, de esta no salió palabra alguna, después de todo ¿Qué podía decirme? Nada.
— ¿Esto es todo? ¿De verdad crees que me quedaré como si nada hubiera pasado? —reclamó.
—No. No quiero que quede como si nada hubiera pasado, quiero que me recuerdes, que te quedes con todo lo que aprendimos el uno del otro. Quiero que seas feliz.
— ¿Por qué me dices esto?
—Porque me importan tus sentimientos.
Eso lo dejó sin respuesta alguna. Thomas siguió empujando mi espalda ligeramente para continuar mi paseo.
Esperaba que él dejara de buscarme con esto, y así tenerlo a salvo, a él y a su familia, también le pediría a Violeta que le advirtiera a Paul de quedarse lejos. Así, ellos estarían bien. Seguirían siendo una linda familia feliz.
Thomas me dejó en la entrada a casa, abrió la puerta para que entrara.
—Lo lamento— dije con todo el valor que fui capaz de reunir.
Tom negó con la cabeza y me atrajo hacia él. Un beso lento, diferente, una despedida para siempre ¿Así se sentía un primer amor? ¿Y dejarlo ir era parte de todo?
Entré en la casa, siendo incapaz de mirarlo una última vez, y me dejé caer contra la puerta cerrada, enterrando la cara en mis manos, ahogando los sollozos y las lágrimas.
¿Por qué esto era tan difícil? ¿Por qué tenía que despedirme de Thomas?
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Corazón de hielo
FantasyHabía una vez cuatro hermanas ellas vieron que al mundo le hacía falta algo. Antes, según la leyenda, el mundo se dividía en partes y en cada parte haría una estación. Las cuatro hermanas sintieron que estas estaciones deberían ser compartidas, que...