—… Lo secuestré ¿Hanna? ¿Me escuchaste? Secuestré al profesor de historia. Está en el sótano de la casa, le inyecto cianuro todas las mañanas, es un milagro que siga vivo, tal vez es un alíen o algo así.
— ¿Qué? —pregunté y sacudí la cabeza.
Dominik estaba sentado en una de las sillas de la biblioteca, con sus brazos recargados sobre la mesa. Me estaba mirando.
— ¿Dónde has estado? Todo el día has pensado en cosas.
—No importa— dije y me estiré.
Estaba harta de estudiar, teníamos toda la mañana en la biblioteca a causa del siguiente examen de matemáticas, del que por cierto, ninguno de los dos sabía nada.
Además, había cosas para pensar, como el hecho de que hoy era el primer día de verano. Durante la noche ocurrió el cambio de estación.
Summer estaba radiante, incluso sus ojos azules brillaban más que de costumbre, si es que eso era posible.
Me puse de pie y comencé a recoger los libros para devolvérselos a la encargada de la biblioteca.
Dominik resopló y se puso a hacer lo mismo. Ya no me dijo nada sobre el hecho de que estaba ausente o me ponía a pensar en otras cosas. Se ofreció a llevarme a casa y acepté.
Estábamos en su auto. Las lluvias se habían detenido la semana pasada. Ese era un bello símbolo para el verano.
Recogí mi cabello en una coleta de caballo.
—Odio el calor— comentó mi amigo.
—Yo odio el hecho de sudar— repliqué.
—Sería genial vivir en un lugar donde siempre sea invierno. Así no tendría problemas de alergias, y por consiguiente de asma— dijo—. Pero en fin, supongo que es pedir demasiado.
Dominik me había dicho una vez, que una de las cosas que más deseaba era no tener asma. Poder curarse de eso. Desearía ayudarlo de alguna manera.
— ¿Crees que Tessa pueda recoger a Amber mañana en casa? ¿Podrías preguntarle? —dije después de un momento.
— ¿Por qué?
—Porque Ralph no podrá llevarla y no quiero que pierda sus clases.
—Se lo diré… aunque creo que tu hermana tiene que venir a casa.
— ¿Y eso es porque…?
Dominik suspiró.
—Sam, el esposo de Tessa— dijo refiriéndose a sus padres adoptivos—. Salió de viaje, y a ella casi no le gusta salir de casa cuando Sam no está. Es algo muy raro, creo que son dependientes el uno del otro.
Asentí y miré por la ventana.
El auto avanzaba de una manera tranquila sobre la carretera. Dejando pasar el tiempo junto con el camino.
— ¿Qué significo para ti? —preguntó Dominik de pronto.
Lo miré sin poder dar crédito de su interrogante.
— ¿A qué viene eso?
—Solo responde— pidió con una sonrisa fingida.
Faltaba muy poco para llegar a casa. Estuve en silencio hasta que aparcamos afuera de esta.
Respiré profundo, abrí la puerta y bajé. Me asomé por la ventanilla y lo miré.
—Eres mi mejor amigo ¿Eso significa algo para ti? —dije.
—Significa todo para mí— respondió sin dejar de mirar al frente.
Él arrancó el auto y se fue cuando entré en la casa. Abrí la puerta y me encontré con Melinda bajando las escaleras, ella llevaba una mochila de aspecto pesado sobre su espalda.
— ¿A dónde vas? —pregunté frunciendo el ceño.
La niña me miró y se estremeció. Decidí dejar relucir una pequeña sonrisa. A veces me gustaba que me tuvieran miedo.
—Emm… esto…. Yo…
Enarqué una ceja ante su tartamudeo.
— ¿Tú?
—Papá y Gabriel están de regreso— soltó al fin—. Y ya puedo ir a casa.
— ¿Gabriel volvió? —interrogué.
Melinda asintió.
Hoy se vencía su plazo de obtener información. Hoy era el último día para él, y la verdad es que no esperaba verlo.
— ¿Puedo acompañarte a casa? —pregunté.
Melinda abrió mucho los ojos, se le veía sorprendida.
—S-sí.
—Bien. Solo iré arriba a dejar unas cosas y te sigo.
Subí los escalones de dos en dos y azoté la puerta del ático contra la pared, lancé mi mochila a la cama y corrí a encontrarme con la chica. Salimos de casa y nos adentramos en el bosque sin decir una sola palabra. Melinda no tenía esa característica pose de su hermano, ese aire cínico y confiado.
Ella parecía frágil y al mismo tiempo fuerte, pero de una manera diferente a lo que Gabriel era, Melinda parecía una de esas personas que tienen controladas sus emociones y ayudan a los demás a controlar las suyas. Cuando descubrí que era este tipo de persona, fue que me sentí agradecida de que fuera amiga de Amber.
Caminamos por el puente en el que la sombra me había asustado la primera vez en este lugar.
Yo venía a este sitio seguido, cuando no quería soportar a nadie. Ni siquiera Dominik sabía que me ocultaba en este lugar. Simplemente me sentaba en la orilla y veía el agua correr.
También lo había adoptado como un reto, uno en el que pedía a las sombras que vinieran, ahora yo era fuerte, sabia pelear y controlar mi energía, yo podía vencer a una de esas cosas. Pero ninguna había acudido aquí, y pronto empecé a disfrutar de la soledad que me ofrecía este sitio.
Melinda subió por un par de rocas y cuando también lo hice, pude ver a donde nos dirigíamos.
Había un camino de grava en la parte de enfrente de la casa, y una gran puerta de cristal. Paredes de madera y ventanas grandes, techo con tejas rojas y un gran jardín con flores y enredaderas, además de árboles frutales, a Violeta le encantaría ese jardín.
En la parte trasera también había jardín, solo que un tanto más descuidado.
Entramos por la puerta de atrás; que era una gran puerta doble de madera y una ventana también enorme. La casa lucía hermosa, como si una gran familia feliz habitara en ella.
La estancia estaba algo polvosa y se notaba que no habían usado la chimenea en un largo tiempo. Una de las ventanas del frente daba a ese lugar.
Frente a la puerta del jardín delantero estaban las escaleras que en la parte de arriba dejaban entrever seis puertas de madera y muchos cuadros familiares.
Por encima de la chimenea se exhibía un cuadro en óleo de un hombre de unos cincuenta y tantos, con ojos azules y cabello negro con algunas canas, de sonrisa sincera y mirada amable.
El suelo estaba un poco resbaloso.
Melinda lanzó su mochila a uno de los sillones cafés de la sala y me invitó a pasar a la cocina, que para mi gran sorpresa estaba muy bien equipada, de una forma moderna, incluso la estufa tenia de esos botones para regular el fuego.
Y el refrigerador también parecía electrónico.
—Linda casa— dije.
—Gracias ¿Algo de tomar?
—No, estoy bien ¿Dónde está tu hermano?
—Supongo que en el sótano. No me dejan ir ahí— dijo encogiéndose de hombros.
— ¿Puedes decirme dónde está?
—Camina detrás de las escaleras; ahí encontraras una puerta de madera muy vieja, si el candado esta puesto no podrás bajar, pero si no… bueno, reza porque papá no esté ahí abajo, porque se enfadará mucho si bajas. Solo él y Gabriel lo hacen.
—Gracias.
Hice lo que me dijo y caminé a las escaleras, descubriendo que a un lado estaba la puerta que me mencionó. El candado estaba puesto.
¿Qué escondían ahí abajo?
Tomé el candado entre mis dedos y respiré profundo. Sentí la energía deslizarse desde lo más profundo de mi pecho hasta las puntas de mis dedos.
El candado estaba congelado.
Tomé el atizador de la chimenea y lo abrí de un golpe seco. ¡Genial!
Empujé la puerta con lentitud, sorprendiéndome de que no rechinara contra mi peso.
— ¿Padre? —preguntó alguien desde dentro.
Bajé los siete escalones que me separaban de una superficie plana.
Solo había una lamparilla colgando del techo, y no ayudaba mucho, solo lo necesario. El suelo era de cemento sólido y las paredes de ladrillo. Aquí abajo no había ventanas.
No pude ver a Gabriel por ninguna parte, a pesar de saber que él estaba ahí, me había confundido con su padre.
Un golpe sonó muy cerca de mí, provocando que mi corazón palpitara fuerte contra mis costillas. Tenía miedo, pero no sabía de qué.
A unos cuantos metros había una caja muy grande, cubierta con una manta que en otro tiempo había sido café y ahora estaba manchada con lo que parecía ser aceite de auto.
Me acerqué para retirar la manta, pero algo me detuvo.
Movimientos del otro lado de la habitación.
— ¿Hanna? —preguntó el chico.
Se veía pálido, demasiado, y no tenía nada que ver con la luz.
Un pantalón roto y sucio colgaba de su cadera y estaba desnudo de la cintura para arriba. No pude evitar mirar su torso, se notaba que Gabriel hacia ejercicio… o tal vez tenía que ver algo de ser un guardián o cosas por el estilo.
Tenía una ligera capa de sudor sobre su piel.
—Aléjate de la caja— pidió en un susurro.
Avancé unos pasos hacia él.
— ¿Estás bien?
—No debes estar aquí— dijo entre respiraciones.
Gabriel no se veía bien… al contrario, lucía enfermo.
Estaba tan solo a un metro de mí, cuando sus ojos se pusieron en blanco y cayó hacia el frente.
Reaccioné rápido y lo atrapé antes de que su cara besara el suelo.
— ¿Gabriel? —pregunté asustada.
“Que esté consciente, Dios, por favor que esté consciente” ¿Qué rayos? ¡Yo no creía en esas cosas y le pedía ayuda al mejor amigo imaginario de la mayor parte de la humanidad!
El chico murmuró algo. Por lo menos parecía despierto.
Lo ayudé a sentarse sobre el suelo.
— ¿Qué hago? Por favor, no te desmayes, dime que hacer— pedí.
—Hay… un botiquín— respondió entre jadeos.
Su cabeza recayó hacia el frente.
—Hey— dije dándole una palmada en la cara para que reaccionara—. Mírame ¿Dónde está el botiquín?
—En… —no terminó la palabra, pero apuntó hacia un sitio en la habitación.
Me apresuré y busqué la pequeña caja blanca por todas partes, lanzando los objetos del sótano hacia atrás. Y entonces la vi y la llevé conmigo.
Volví con Gabriel mientras mojaba un pedazo de tela con agua embotellada que había encontrado en la caja blanca. Lo hice para poner esa cosa en su frente y bajar la fiebre.
Pero cuando regresé me di cuenta de que el chico ya estaba completamente recostado en el suelo…
Solo pude tragar saliva al contemplar la escena.
Tres largas heridas se extendían desde su hombro derecho hasta su espalda. Parecían un rasguño, uno grande y sucio… igual al de Sophie.
El chico se estremeció cuando me acerqué, lo ayudé a sentarse y puse la tela mojada sobre su herida para limpiarla. Pude ver que a lo largo de su espalda se marcaban cicatrices, no parecían de caídas de la niñez, sino más bien de…
Gabriel ahogó un grito.
Su piel estaba dividida entre carne y piel desgarrada.
Sentí la bilis deslizarse por mi garganta. Amber era buena para este tipo de cosas, yo no.
Sabía que tenía que utilizar alcohol, o alguna otra cosa para evitar que se infectara. Estaba luchando contra la idea de hacerlo.
—Solo júntalo— susurró Gabriel.
— ¿Qué?
—Solo junta los pedazos de piel. Hay hilo y aguja en la caja…
— ¡¿Qué yo que?! —casi grité.
—Por favor… hacen falta unas cuantas puntadas, se curará rápido… en unos días estaré como nuevo— quiso bromear pero no le salió muy bien.
—De acuerdo— dije y me obligué a tragar el nudo de mi garganta.
Saqué de la caja el alcohol y mojé la tela. Al parecer el olor llegó a Gabriel, porque rápidamente se retiró de mí.
—No vas a usar esa cosa conmigo— dijo en tono amenazante.
—Eres un niño— dije un tanto histérica.
—Arde como el demonio ¿Por qué no la usas tú? —espetó.
Quise gritarle, arañarle la cara, dejarlo morir en ese lugar frio, oscuro y húmedo. Pero en su lugar solo respiré tranquilamente y saqué el hilo y la aguja de la caja.
Mis manos temblando al momento de insertar el hilo en la cabeza de la cosa puntiaguda y peligrosa.
— ¿Esto está esterilizado? —pregunté.
Gabriel resopló.
—Eso no es importante, yo no me enfermo de cosas como esas— replicó.
—Bien, señor resistente— dije.
El chico se colocó de espaldas a mí. Reprimí otro estremecimiento al ver la herida. Tal vez a él no le importara el hecho de que el material estuviera esterilizado, o si debía limpiar la herida antes de cerrarla, o incluso hacer esto sin ningún tipo de anestesia…
Y recordé. Había leído un libro en el que mencionaban que si alguien tenía una herida de este tipo, el hielo ayudaba a amortiguar el dolor.
—Por muy extraño que te sientas o por muy enfermo que estés… no quiero que te desmayes ni que mires atrás, tampoco preguntes nada— ordené.
Sorprendentemente Gabriel asintió. Al parecer las heridas lo estaban debilitando, incluso para responder.
Coloqué mi mano sobre su hombro sano y acudí de nuevo a esa energía repiqueteante que siempre me acompañaba, solo que ahora me dejaba envolver por su manto con demasiada facilidad. Cuando era pequeña, el crear un pequeño copo de nieve me hacía sentir agotada, pero ahora no… esto se hacía más fácil con el tiempo.
Miré la espalda de Gabriel justo a tiempo. Una fina capa de hielo se adhería a su piel y a las heridas.
Al parecer ayudó, ya que el chico comenzó a respirar con un poco más de normalidad y sus músculos, que antes estaban tensos se relajaron.
— ¿Qué hiciste?
—Prometiste no preguntar nada— espeté.
Tomé la aguja con el hilo y resistí el impulso de vomitar cuando se abrió paso por la carne de Gabriel. Mirar como su piel se unía por un hilo de color negro me parecía algo asqueroso. Era la primera y la última vez que yo, Hanna Farmiga, hacia algo tan malditamente estúpido, antihigiénico y asqueroso como esto. Porque si algo así hubiera ocurrido en casa, hubiese llevado a la persona dañada al hospital.
Terminé con mi trabajo y dejé que Gabriel se recostara por un momento contra su pecho.
—Gracias— dijo después de un silencio abrumador— ¿Puedo confiar en que no dirás nada?
—No soy una persona muy habladora, así que no. No diré nada. Tampoco es como si me incumbiera.
Él medio sonrió.
—Es que si te incumbe. Te traje respuestas.
—Déjame escucharlas.
—Por favor, siéntate— pidió y señalo el suelo junto a él.
También se sentó, pero no recargó su espalda contra nada.
Un pensamiento fugaz paso por mi mente, preguntándose si quizá, no sé, tal vez Gabriel pudo sobrevivir a eso por el hecho de ser un guardián, y ellos tenían habilidades específicas y no se enfermaban por cualquier cosa… Si Sophie hubiera sido un guardián, o por lo menos estos hubiesen aparecido cuando esa sombra atacó a mi madre… no sé, quizá las cosas serían de una manera diferente ahora.
Sacudí la cabeza para deshacerme de esas ideas que solo lograban lastimarme.
—Mi padre y yo viajamos, porque le dije lo que sucedió en la plaza el día que fuimos a comer. En fin, él medio me creyó, después de darme un maldito sermón sobre seguir las reglas y no decir mentiras. Estuvimos siguiéndole el rastro a una de esas cosas y…
— ¿Y? —apuré.
Sus ojos se desviaron hacia la caja grande con la manta sucia encima.
—Atrapamos una— explicó.
Sentí mis ojos ampliarse por la sorpresa. Mi garganta completamente seca y mi cerebro vacío de respuestas y preguntas.
Y como para recalcar su comentario, la caja empezó a moverse de un lugar a otro, meciéndose.
Di un salto en el sitio en el que estaba.
—Tranquila, no puede salir de ahí, a menos que un guardián la deje ir. Solo así. Yo no lo haré, y Melinda tiene prohibido bajar aquí, así que tampoco la dejará ir.
— ¿C-como la atraparon? ¿Por qué esta aquí? —pregunté encontrando mi voz.
—Fue muy difícil atraparla. Lo hice yo solo, ya que la sombra parecía temer al resplandor— dijo con aire orgulloso, refiriéndose a su espada—. Y acabé así, mi padre me trajo a casa y… no recuerdo muchas cosas más. Tal vez me desmayé, o me quedé dormido, pero cuando desperté tú ya estabas aquí.
— ¿Y por qué conservarla? —Indagué— ¿Por qué no matarla? ¡Es peligrosa!
—Descubrí algo más… queremos que nos diga si…
— ¿Decirles? ¿Decir qué? —Interrumpí— ¡Esas cosas no hablan! Solo matan y juegan con sus presas, son el miedo en algo físico, no solo en esencia.
—Es lo que quiero llegar. ¡Cállate y déjame terminar! Maldita sea— se exaltó e hizo una mueca que solo podía significar dolor—. Pueden tomar formas humanas, no sé cómo y no sé por qué, pero están entre nosotros.
Si la puerta del sótano no hubiese sonado en ese momento, me habría puesta a vomitar, a sacar todo, incluso habría llorado.
¿Esas cosas entre nosotros? ¿Quiénes eran? ¿Sería alguien de confianza? ¿O algún otro?
No podía confiar en nadie, ahora menos que nunca.
— ¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó Evan. El padre de Gabriel se veía muy enfadado.
—Salvando a su hijo de una maldita muerte segura ¿Qué cree que hago? —grité.
— ¡Lar- ga-te! —separó fría y lentamente las palabras.
¿A quién trataba de intimidar con eso? ¡Por todos los Dioses, yo era la reina de la frialdad!
Me acerqué lentamente y el hombre retrocedió.
—No conocías al invierno— dije—. Por eso me miras de esa forma, por eso actúas como si quisieras saber más de mí.
Los ojos de Evan se enfriaron aún más.
—Conozco a las otras estaciones… de pinturas y palabras de mi padre. Pero el invierno siempre es la primera hermana en ser reclamada, y no, no había tenido el placer.
Quería escupirle en la cara.
Me acerqué aún más, y Gabriel también lo hizo, solo que colocó una mano sobre mi hombro para detenerme.
—Es mejor que te vayas, Hanna. Gracias por todo.
—Quiero que venga Ralph— dije ignorándolo—. Quiero que venga y que vea esa cosa, también quiero que le digas todo lo que me dijiste a mí.
— ¡¿Qué le has dicho?! —gritó su padre.
—No te importa— espeté.
El hombre se llevó una mano a su cinturón. A punto de quitárselo. Fue cuando todo encajó.
Las pequeñas cicatrices viejas en la espalda de Gabriel. La forma en la que el chico se refería a su padre…
— ¿Vas a golpearme? —pregunté retadoramente.
Evan terminó de sacarse su cinturón y lo levantó contra mí. El golpe no llegó. En medio de ambos estaba Gabriel.
—Basta— dijo él—. Es suficiente, llevaré a Hanna a casa.
—Tú no vas a ninguna parte con esa…
“Perra” completé su frase mentalmente.
Le di la espalda, y Gabriel también.
Supe que en cuanto los dejara solos, Evan se desquitaría con su hijo. Lo golpearía como siempre lo había hecho.
— ¿Qué se siente? —Me escuché preguntar— ¿Cómo te sentiste cuando la magia se brincó tu generación? ¿Cuándo no pudiste ser un guardián, aquello para lo que te prepararon? Sientes celos de tu hijo, por eso lo has golpeado todo este tiempo.
Escuché como Gabriel contenía la respiración. Evan gruñó y levantó su mano para golpearme con ella.
Atrapé su brazo de un ágil movimiento. Dejé que la energía fluyera libremente.
—No me vuelvas a tocar. No volverás a tocar a ningún miembro de tu familia y sobre todo, no te acercarás a la mía. Hablaré con Ralph sobre esto si veo que rompes alguna de esas reglas ¿Entendiste? —pregunté y lo miré fijamente.
Evan me devolvió la mirada y no respondió.
Apreté más mi mano, y sentí como la sangre de sus venas fluía más lentamente.
— ¿Entendiste? —repetí. Él asintió— ¿Qué temperatura corporal debes alcanzar para que necesiten amputarte alguna extremidad? —pregunté en voz alta.
Lo solté, no sin antes dejarle una marca, un recordatorio de que esto había sucedido realmente. Mi mano se cerraría sobre su muñeca por el resto de su vida. Una mano marcada en su piel.
Gabriel se puso una camiseta y juntos subimos las escaleras en silencio.
La casa no me pareció tan bonita al segundo vistazo. Salimos del lugar y caminamos por el puente.
—No dirás nada ¿Cierto? Ni a tus hermanas ni a Ralph… —sus ojos suplicantes.
—No te preocupes, no pienso hablar de tus problemas familiares con nadie.
—Gracias… —suspiró con alivio—. Él había dejado de hacerlo… había dejado de golpearme ¿Sabes? Es de esas personas que cuando se enfadan los invade una calma espeluznante. De no haber sido por mi abuelo… yo me… bueno, no estaría aquí contigo.
—Lo lamento— dije.
Guardamos silencio y miramos hacia el rio, como la corriente se llevaba todo.
— ¿Lo quieres? —pregunté después de un momento.
— ¿A mi padre? —Contuvo la respiración y la soltó lentamente—. No, solo lo he cubierto y perdonado todos este tiempo por mamá y por Melinda.
Asentí. Eso tenía sentido.
—Ralph nunca me ha golpeado. Por mucho que me lo merezca, él nunca lo ha hecho.
—Es porque tú das miedo.
Reí ante eso.
—Así que te doy miedo…
—A veces— dijo encogiéndose de hombros y seguido de una mueca de dolor.
— ¿Seguro que estás bien?
—Sí, se cura rápido, ya te lo dije, en unos días estaré bien.
Asentí de nuevo y me puse de pie. Camino a casa.
—Quiero que tú le digas a Ralph lo de las sombras—pedí.
—Lo haré… aún no sé cómo les explicaré a todas las demás lo que soy, sin que parezca que les he estado mintiendo.
—Les mentiste, y yo te ayudé.
Con esas últimas palabras entré en la casa y me despedí de él.
Gabriel era guapo, demasiado. Maldito sea por ser así de guapo, y cuando no tenía poses o capas… podía ver la persona que realmente era, y esa persona me agradaba más de lo que quería admitir.
Por otro lado estaba Dominik, quien veía las cosas de una forma tan… simple. Él era la persona más fantástica que yo había conocido. Sus palabras, su actitud hacia la vida, y todo lo bueno de él, me hacía recordar los buenos tiempos que pasábamos con mamá.
Dominik era todo lo que yo me esforzaba por no ser, él es todo lo que yo pensé que había dejado atrás. De cierta forma, me ayudaba con todo. Y yo no tenía permitido lastimarlo. Nunca.
La solo idea me hacía sentir nauseas.
¿Es posible sentirte atraída a dos personas completamente diferentes de una manera poco racional? ¿Qué hacía yo pensando en eso?
No tenía ni el tiempo ni la paciencia para enamorarme. Ahora había cosas más importantes en las cuales centrarme.
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Corazón de hielo
FantasyHabía una vez cuatro hermanas ellas vieron que al mundo le hacía falta algo. Antes, según la leyenda, el mundo se dividía en partes y en cada parte haría una estación. Las cuatro hermanas sintieron que estas estaciones deberían ser compartidas, que...