CAPITULO 13.- HANNA:

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Tomé un baño, hice los deberes de la escuela y me metí en la cama. Había esperado que el día fuera un asco, pero no fue tan malo.
Tomé el libro de: "Las Crónicas de Narnia" de la mesa de noche y lo abrí donde lo había dejado ya hace mucho tiempo.
Mi madre me lo regaló. "Para que aprendas a perderte en otros mundos" me dijo cuándo me entregó el pequeño rectángulo envuelto en papel periódico.
Esa navidad fue la mejor de todas; Yo tenía mi libro, Violeta su tonto juego, Amber sus partituras de piano, y Summer... ese día mi madre nos llevó a ver "Prohibido suicidarse en primavera" Fue donde mi hermana se enamoró del teatro. Una de las actrices lanzo un pañuelo de color blanco al público,  mamá lo atrapó y se lo regaló a mi hermana. Cabe recalcar que Summer lloró como una bebe ese día. Al ver el pañuelo vimos que tenía las iniciales de la actriz bordadas S.F. Mi hermana se emocionó tanto de que fueran las mismas que las de ella. Poco después averiguamos que se llamaba Sarah Floreth.
Y en fin, Summer tiene su pañuelo.

Sin quererlo, me llevé una mano a la mejilla y una pequeña sonrisa se escapó de mis labios al recordar esa tarde, cuando Dominik se fue.
— ¿Qué te dijo? — pregunté una vez afuera.
Se encogió de hombros y sonrió.
—Es un sujeto agradable— comentó.
Lo fulminé con la mirada y el rio.
—Ve al grano— repliqué.
—Bien. Al parecer tu hermana, Amber es difícil de impresionar, y el hecho de que yo le agradara fue lo que le indicó a Ralph que no soy peligroso o lo que sea. No voy a ser una amenaza para su pequeño hogar.
Bufé ante esa comparación.
—Y bueno, él también dijo que yo era el primer amigo que tú tenías, y no quería echarlo a perder.
— ¿Eso fue todo? —pregunté frunciendo el ceño.
—No —respondió con una sonrisa—. Ralph quiso saber quiénes eran mis padres y le conté todo.
— ¿Qué es todo? —quise saber.
La sonrisa de Dominik se volvió triste, y una mirada nostálgica recorrió sus ojos.
—Soy adoptado, Hanna— dijo y trató de hacerlo parecer una broma—. La maestra de música, Tessa, es mi madre adoptiva, ella y su esposo Sam no podían tener hijos, así que me adoptaron. Y eso es todo—finalizó.
—Parece que tenemos mucho en común—murmuré frotándome el brazo. Su revelación me hizo sentir incomoda.
¿Ahora yo debía decirle algo así de personal? ¿Para demostrar lealtad y esas cosas?
Al parecer leyó las preguntas en mi rostro ya que sonrió de nuevo.
—No tienes que decirme nada— aclaró—. Tengo que irme, te veré mañana en la escuela.
Asentí lentamente.
—Muchas gracias por todo, y adiós.
— ¿Adiós? Mejor que sea un hasta pronto. Ralph dijo que puedo venir cuando yo quiera —sonrió de oreja a oreja.
—Suena genial— admití.
—No tanto, acabarás hartándote de mí.
—O tú de mí.
Negó con la cabeza.
—No digas cosas innecesarias—se acercó y depositó un rápido beso en mi mejilla.
Me quedé atónita mientras él se subía a su auto y se alejaba de la casa.

Sacudí la cabeza para volver a la realidad.
¡Estúpido Dominik! ¡Nadie podía hacerme sentir vulnerable! ¡Absolutamente nadie!
Dejé que el enojo y el nerviosismo fueran disminuyendo poco a poco.
No supe en que momento me quedé dormida.


No dejó de llover durante toda la noche. El sonido del agua solo servía para arrullarme más.
El día en la escuela transcurrió de maravilla. No hubo más incidentes con el profesor de historia, ya que no tenía permitido entrar de nuevo a su clase. Y a excepción de algunos estudiantes que me señalaban y llamaban "fantasma" todo estuvo bien.
Estábamos esperando que Ralph llegara con su camioneta para irnos a casa. Pero yo tenía algo importante que hacer, así que solo lo estaba esperando para avisarle que me quedaría en la escuela.
La camioneta aparcó justo frente a nosotras.
—Me quedaré— anuncié a través de la ventanilla, una vez que mis hermanas estaban arriba.
— ¿Por qué? —preguntó Ralph.
—Ayer tuve un problema en la clase de historia, y el profesor quiere que me quede a aplicar un examen— mentí con facilidad.
—Te esperaremos— gruñó.
—No— dije—. No lo harán, voy a tardar bastante.
— ¿A quién quieres engañar? Es un examen de historia, no de matemáticas, lo harás rápido.
Resoplé.
—No te preocupes, un chico de la clase también lo presentará. Le pediré que me lleve a casa una vez que termine—dije.
Ralph frunció el ceño.
— ¿Qué chico? —preguntó al fin.
¡Demonios! Yo no sabía que responderle ¿Que chico además de Dominik conocía?
—Gabriel— dijo Summer para rescatarme—. Gabriel Hernan.
Las facciones de Ralph se suavizaron.
— ¿El hijo del guardabosques? —preguntó.
—Sí, él mismo— dije.
¿Cómo demonios había pasado esto? ¡Ahora tenía que fingir que Gabriel me agradaba!
—Bien, no llegues muy tarde— dijo y se fueron.
Me quedé pasmada ¿Por qué accedió? ¿Por qué solo lo hizo hasta que mencionó el nombre completo del chico? ¿Cómo sabia de quien era hijo?
Por primera vez en mucho tiempo, mi subconsciente me reprendió, diciendo que era un pueblo muy pequeño y que por consiguiente todos se conocían.
Ralph debió haber hecho amistad con alguien.
Sacudí la cabeza y entré a la escuela de nuevo. Me quedé sentada en una banca, esperando que la maestra de arte saliera de su despacho. Así yo podría entrar tomar el tonto juego e irme.
Un conserje pasó empujando un trapeador y yo fingí que leía.
El hombre terminó de pasar y no levanté la vista del libro. Era mi camuflaje, así me hacía pasar por invisible.
Unos pies se atravesaron en mi campo visual. Alguien frente a mí, con unos zapatos negros y llenos de lodo.
Levanté la vista y fruncí el ceño.
—Lárgate— dije.
—No. Quiero hablar contigo—replicó.
No tenía tiempo para este idiota, no lo tenía antes y mucho menos ahora que estaba usando mis habilidades de espionaje, que no eran muy buenas.
Se sentó a mi lado en la banca.
Vi movimiento dentro del despacho de la maestra. Estaba por salir.
¿Qué quería este simio?
— ¿Que  buscas? —inquirí.
— ¡Wow! Tranquila, solo quiero pedirte disculpas. Por lo del apodo.
—No— dije cortante.
— ¿No qué?
—No te perdono. Ahora vete, necesito estar sola solté.
Gabriel soltó un silbido por lo bajo.
— ¿Por qué no?
—Porque no quiero. Y mucho menos ahora, que tengo algo que hacer— murmuré enfadada.
— ¿Que debes hacer? Yo no veo que hagas nada.
Fruncí el ceño y le regalé una mirada fría.
—Métete en tus asuntos— gruñí.
—Bien— se golpeó las piernas con las manos antes de ponerse de pie.
Se dirigió al pasillo, pero al parecer pensó las cosas ya que se dio media vuelta y me enfrentó.
— ¿Sabes qué? No, no me iré. Summer dijo que me perdonaría si tú lo hacías. Así que no me iré de aquí sin tu perdón —escupió al fin.
Enarqué una ceja y lo miré divertida.
— ¿Qué te hace pensar que te disculparé solo para que puedas estar cerca de mi hermana? Yo quiero a la basura como tú lejos de mi familia— respondí fríamente.
Gabriel frunció el ceño, otra persona ya se hubiera ido al verme de este humor. Tenía agallas, al menos eso había que reconocerle.
— ¿Vas a disculparme?
—No— dije cortante.
Miré de nuevo al salón ¡La mujer estaba distraída dibujando no sé qué cosa! Esto duraría una eternidad. Cuando Violeta se ponía a dibujar así, era imposible sacarla del trance, supuse que pasaría lo mismo con la maestra de arte.
Así que tenía tiempo de sobra para divertirme con el soquete. Igual que un gato con un ratón. Yo era el gato.
Gabriel soltó un grito frustrado y se recargó en la pared frente a mí, los brazos cruzados sobre el pecho.
Pasaron los minutos y no pude prestarle atención al libro, ya que me di cuenta de que las palabras no quedaban en mi mente.
— ¿Por qué me miras? —preguntó petulante.
Cualquier otro chico se hubiera ruborizado o cohibido ante mi mirada.  Pero él no. Él nunca lo haría.
— ¿Y que si lo hago? —respondí con voz fría.
Gabriel se encogió de hombros. Una sonrisa prepotente cubrió sus labios.
—Supongo que nada— dijo con confianza.
Puse los ojos en blanco y apreté los puños resistiendo el impulso de golpearlo.
—Porque te gusta ser mirado— murmuré.
— ¿Por qué crees eso? —frunció el ceño.
—Porque eres guapo y ególatra. Y lo peor es que sabes que lo eres, por eso te aprovechas de las situaciones y utilizas tu físico y tu odiosa personalidad para tomar lo que quieres de las personas y después dejarlas— expliqué con voz monótona.
Si, Gabriel era un tipo sexy, caliente, y todas esas cosas que te hacen querer abrir las piernas para él.  Pero había algo... simplemente algo que me hacía querer vomitar demonios voladores sobre su cara.
Sonreí ante este pensamiento.
— ¿Así que crees que soy guapo? —preguntó con una sonrisa.
Negué con la cabeza sin apartar la mirada gélida de él.
—No. Pienso que tú sabes que eres guapo, además de un patán arrogante que no sabe respetar a los demás— repliqué estrechando mis ojos contra él.
Por fin cedió ante mi mirada y desvió la vista a otra parte.
Yo no quería a este sujeto cerca de mi familia.  Si hacía falta convocar a los inviernos pasados, o hasta el mismo infierno lo haría, todo con tal de que se fuera de nuestras vidas, una vida en la que no era bienvenido.

La puerta del despacho se abrió. La maestra parecía demasiado joven. Llevaba puesto un overol de mezclilla que estaba lleno de grafito, al igual que sus manos. Y un pincel sobre su cabeza mantenía atado en un moño su abundante cabello negro.
La mujer cerró con llave la puerta. Se giró, asintió en nuestra dirección a modo de saludo y desapareció dando la vuelta en el pasillo.

Me puse de pie rápidamente, metiendo el libro en mi mochila.
Forcejeé la puerta, pero estaba cerrada. Me mordí el labio, considerando que debía entrar por alguna de las ventanas, pero había de esos imanes que funcionan como alarma. ¿Cómo una escuela así, en un pueblo abandonado por Dios, podría tener sistema de alarmas?
Una carcajada a mi espalda me hizo volverme.
— ¿Quieres entrar? —preguntó Gabriel.
— ¿A ti que te importa lo que yo quiero?
Levantó las manos en señal de defensa y volvió a recargarse en la pared.
—No serás capaz de abrir la puerta sin la llave, además, no cabes por las ventanas.
—No pienso entrar por la ventana. Además hay alarmas— me quejé.
Al fin, el chico rompió a reír.
—No se han tomado la molestia de reparar las cámaras ni el sistema de seguridad desde que se estropeó. Además ¿Qué clase de enfermo querría robar en una escuela? —bromeó.
Enarqué una ceja.
—Vete— dije al fin.
—Quítate el broche— dijo.
Me giré rápidamente al escuchar su voz tan cercana. Había abandonado su sitio, ahora estaba a mi lado, junto a la puerta.
— ¿Que?
—Esa cosa, ese broche que llevas en el cabello. Quítatelo— ordenó.
— ¿Por qué?
Gabriel puso los ojos en blanco y en un rápido movimiento que no fui capaz de captar, quitó la pinza que sostenía mi cabello.
Una cascada blanca se atravesó en mi visión. Lo hice hacía atrás con un gesto de la mano.
El chico ya estaba inclinado, metiendo mi broche de una manera hábil en la cerradura de la puerta. Pasaron unos segundos en los que mordí mi labio, sintiéndome nerviosa ante cada sonido. La cerradura al fin hizo "clic".
Gabriel giró la perilla y empujó la puerta, abriéndola para que entráramos. La cerró detrás de nosotros.
La lluvia golpeaba las ventanas del salón, las que daban al jardín. Esas si eran lo suficientemente grandes como para caber ahí.
Empecé por remover los cajones del escritorio. En ellos no había nada.
—Si me dices que buscas, tal vez pueda ayudarte.
Lo miré fijamente y pensé las cosas por unos segundos.
—Es un game boy de color azul.
— ¿Aún existen esas cosas? ¡Vaya! Recuerdo que mi padre no me dejó tener uno— comentó y se puso a buscar en los estantes.
Fruncí el ceño hacia él y sonreí ligeramente. Seguí revolviendo las cosas del escritorio, no estaba el maldito juego.
Las nubes habían cubierto el sol con un espeso manto gris que se llevó la luz de la tarde, dejando lluvia y viento golpeando de manera constante las ventanas. Haciendo ruido y evitando que me concentrara.
Un pensamiento golpeó mi mente, uno que decía que quizá la primavera estaba triste, y por eso el clima cambió tan abruptamente.
Deseché la idea con un movimiento de cabeza.
— ¡Lo encontré! —anunció Gabriel.
Estaba trepado en uno de los estantes más altos ¿Cómo llegó hasta ahí?  Frente a él había una caja que decía "Objetos castigados".
Gabriel tomó el juego de Violeta y saltó desde donde estaba. ¿Quién demonios se creía? ¿Spider-Man?
Por buena suerte, o por agilidad, cayó en cuclillas sobre el suelo y rápidamente se incorporó.
—Gracias— dije tomando el juego y guardándolo en el interior de mi chaqueta.
Él me respondió con una sonrisa deslumbrante. No se parecía a aquella altanera que siempre llevaba pegada a la cara, sino una sincera y divertida. Tal vez por la travesura que estábamos llevando a cabo juntos.
Un escalofrió me recorrió la columna, era la sensación de frío interior, miedo e impotencia que había sentido en el bosque.
Y la vi. La sombra, parecía burlarse de mí. Se movía de un sitio a otro dentro del lugar. No pude seguirle con la mirada, y a pesar de que su aspecto no era nada impresionante... la sensación que emanaba era la de la soledad misma.
El estante detrás de Gabriel comenzó a mecerse mientras él observaba la habitación con el ceño fruncido. Como si sintiera la sombra.
— ¡Cuidado! —grité y lo aparté de un empujón.
El lugar donde antes había estado el chico, ahora lo ocupaban un montón de objetos pesados y un estante destartalado.
¿La sombra trató de matarlo? ¿De lastimarlo? ¿Por qué?
Gabriel se puso de pie de un salto.
— ¿Qué rayos fue eso? —preguntó un tanto alterado.
Alterado. No asustado, él no se veía como alguien a punto de volverse loco porque su vida peligraba, no, estaba alerta, igual que un cazador.
—Fue el viento— mentí.
Él asintió y sonrió de nuevo con esa mueca forzada.
— ¡¿Quien anda ahí?! —gritó una voz desde fuera del salón. El guardia.
Gabriel y yo nos miramos.
Acto seguido, él abrió una de las ventanas, salió por el hueco y luego me ofreció ambas manos para ayudarme a subir.
— ¡Llamaré a la policía! ¡Ladrones! —gruñó el hombre.
Apoyándome en la pared logré tomar impulso para caer del otro lado, en los jardines. Dejándome caer sobre el césped con la lluvia golpeando mi cara, me eché a reír con Gabriel haciéndome coro.
Tal vez era por nerviosismo o por las maldiciones que el hombre nos gritaba, pero no pude dejar de hacerlo.
Me levanté rápido y coloqué la capucha sobre el cabello, mi rasgo más distintivo.
Gabriel me apuró a correr y lo seguí.
Todo el camino hasta el estacionamiento seguimos riendo, las carcajadas saliendo sin permiso.
Me abrió la puerta del copiloto y esperó a que subiera para cerrarla.
El chico conducía una vieja Toyota. Se trepó al auto y arrancó.
Una vez dentro, obligué a mi risa a irse, al parecer él también se estaba esforzando por lo mismo.
Gabriel encendió la calefacción y miró a la carretera.
—Estás loca— dijo al fin.
— ¿Yo? ¡Tú fuiste quien se subió al estante como Spider Man! —exclamé divertida.
— ¿Que? ¡Fue tu idea entrar al salón por el juego!
—No tenías qué seguirme— repliqué aun divertida.
Estaba empapada de los pies a la cabeza, al igual que él, pero ninguno de los dos parecía tener frio.
Un momento de silencio transcurrió, cuando de pronto Gabriel encendió el estéreo.
—Me sorprende que este cacharro viejo tenga calefacción y además sonido— comenté.
—Este "cacharro viejo" es mío, más respeto para él. —respondió.
— ¡Oh! ¡Discúlpame si herí susceptibilidades! —exclamé.
Él sonrió de lado.
—Cumplí dieciséis, y ya había sacado mi licencia para conducir. Mi padre no quiso comprarme un auto, así que recompuse el motor de este "cacharro viejo" —trató de imitar mi voz en el último comentario.
El tono de voz, entre admiración y resentimiento que usaba para referirse a su padre me hizo saber que no debía indagar en el tema. Ya era la segunda vez que mencionaba el hecho de que no lo dejaba tener algo.
—Es impresionante— acepté.
—Así es que soy guapo e impresionante— se mofó.
—No. Tú te crees guapo, yo dije que fue "impresionante" que armaras un auto, no que lo fueras en todo.
Él soltó una ligera carcajada.
— ¿Y cómo está el producto de esta misión?—preguntó.
Metí la mano en la chaqueta y saqué el juego.
—Perfectamente seco y sano— sonreí.
—Sin el ceño fruncido y con la sonrisa ya no pareces tan mala—señaló.
—No soy mala— repliqué.
—No, solo lo aparentas— dijo.
Aparcamos afuera de la casa. Guardé el game boy de nuevo y salí del auto.
— ¿Gabriel? —lo llamé.
— ¿Si?
—Estás perdonado.
Su semblante reflejó sorpresa. Al parecer se había olvidado de lo anterior.
—Gracias.
—No, gracias a ti. Se lo diré a Summer.
Él asintió pensativo.
Me di la vuelta y entré en la casa dejando huellas de agua a cada paso.
La camioneta de Ralph no estaba, así que deduje que él tampoco.
Gabriel no parecía tan malo, solo alguien que tenía miedo de mostrarse como realmente era. No era muy diferente de como yo me sentía.
Antes de subir a mí habitación pasé a la de Violeta. Entré sin tocar y dejando todo mojado a mí paso. Ella estaba recostada sobre la cama, su pecho subiendo y bajando lentamente.
Le sonreí y dejé el juego sobre la mesita de noche. Me senté sobre la cama para observarla dormir... así tan tranquila.
Retiré un cabello de su cara.
Ella se estremeció y despertó. Me regaló una pequeña sonrisa.
—Aquí está el juego— me apresuré a decir—. Y por favor, nada de decirle a Ralph, jugarás cuando él no esté, para que no te vea ¿De acuerdo?
Violeta asintió y volvió a quedarse dormida.
Hablaría con ella en la mañana para dejarlo claro.
Subí a mi habitación y me cambié con ropa seca. Me metí en la cama pensando en todo lo que había sucedido.
Quería hablar con Dominik sobre lo que ocurrió, pero algo extraño pasó. La imagen de Dominik fue sustituida por la de alguien más. Un apuesto chico de ojos azules y cabello negro.
¿Por qué se metía Gabriel en mis pensamientos?

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora