CAPITULO 28.- AMBER:

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Dejé de tocar el violín y bajé el arco al suelo para llevarme la mano derecha a la cabeza. No había dejado de dolerme en toda la semana.
Habían pasado ocho días desde la pesadilla, ocho días con un horrible dolor de cabeza, por lo menos ya no había desmayos o malos sueños.
Tessa me daba de tomar pastillas para el dolor, pero solo hacían que se fuera durante unas horas.
— ¿Estás bien? —preguntó mi maestra de música al percatarse que dejé de tocar.
—Me duele la cabeza— murmuré en respuesta.
Ella  dejó a un lado su propio instrumento y me miró con sus ojos negros.
— ¿Estás segura de que no necesitas anteojos? Cuando Dom era pequeño, tenía dolores muy fuertes y al llevarlo al médico, descubrimos que necesitaba anteojos. Estoy casi segura de que contigo ocurre lo mismo.
Fruncí el ceño.
—Se lo diré a Ralph— respondí.
—Ve a casa. Hoy no estás de todo concentrada en la música.
—Gracias— dije y me puse de pie—. Supongo que solo necesito descansar.
—Así es, cariño. Duerme un poco, recupérate.
—Gracias, Tess— dije y salí del lugar.
Esto no podía ser peor. Afuera estaba lloviendo a cantaros.
Me colgué la mochila en la espalda y tomé una respiración profunda antes de correr hacia la lluvia.
Se suponía que Ralph pasaría por mí, pero como salí temprano por el dolor de cabeza…
Quizá pudiera llegar a casa antes de que él saliera, y así podía hacerle ver que no era tan débil y boba como todos pensaban.
O podría esperar el autobús. Veía donde los chicos más grandes lo esperaban a la salida de clases. Yo podía hacer lo mismo. Caminé hacia el lugar donde siempre se detenía y esperé sentada bajo la lluvia.
Si seguía así me iba a resfriar.
Pude escuchar como Tessa siguió practicando con su propio violín dentro de la escuela. Me dejé envolver por las notas y empecé a tararear la melodía.
— ¿El fantasma de la opera? —preguntó una voz a mi espalda.
Di un brinco en el lugar en el que estaba sentada. Detrás de mí estaba Thomas, el chico de mi clase. Sus ojos entre gris y verde y su cabello rubio.
—Hola— dijo.
Asentí en su dirección y miré al frente de nuevo. Teníamos de fondo la canción de mi maestra de música.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó.
Señalé el letrero que decía parada de autobús. Thomas rio por lo bajo.
— ¿Es la primera vez que haces esto?
Asentí.
No me había dado cuenta, pero el chico ya estaba sentado a mi lado en la banca. Me alejé de él deslizándome por el frio metal.
—Bien— dijo y se acercó más a mí, como si le divirtiera mi reacción.
¿Qué concepto tenia de espacio personal? Fruncí el ceño en su dirección.
—Aléjate— pedí en un susurro.
— ¿Por qué? —una media sonrisa cruzó sus labios.
Miré hacia el suelo y no respondí.
Thomas miró al frente y comenzó a golpetear la orilla de la banca para adaptar el ritmo de la canción que sonaba. Sorprendentemente, sus dedos sonaban igual, se adaptó al ritmo en muy poco tiempo.
Si mi oído no me engañaba…
Tomé su mano para mirarla de cerca. Había callos es sus dedos. Thomas era músico.
Elevé la mirada solo para encontrarme con sus ojos que me observaban con diversión.
Rápidamente me di cuenta de mi error y solté su mano, miré hacia otro lugar sintiéndome avergonzada.
Él apoyó su barbilla contra sus manos y me observó.
Quería que el autobús llegara pronto, o que él dejara de mirarme de ese modo.
—Tienes unos grandes ojos, y cada vez que te sorprendes o asustas los abres más— comentó.
Me estaba haciendo sentir bien conmigo misma, pero al mismo tiempo incomoda, yo no estaba acostumbrada a recibir este tipo de cumplidos.
Asentí de nuevo.
—Bien— dijo y se puso de pie— ¿Quieres por lo menos responder en voz alta para no sentirme como un idiota?
—No has preguntado nada que pueda responderse con palabras—susurré.
— ¡Si habla!− exclamó y abrió los brazos.
Reí sin poder evitarlo.
Thomas se recargó sobre un árbol y siguió observándome. Me incliné hacia adelante para ver si el autobús llegaba.
—Su última ronda es a las tres de la tarde— explicó el chico.
Dejé caer los hombros y resoplé.
— ¿Tienes un teléfono celular? —pregunté.
—No— dijo —. Pero tengo una motocicleta, puedo llevarte.
—Está lloviendo— respondí.
—Y tú ya no puedes estar más mojada— contraatacó.
Sonreí un poco. Tenía razón. Me indicó que lo siguiera con un gesto de la cabeza. Caminé a su lado sin decir palabra alguna.
— ¿Qué música prefieres? —pregunté para romper la tensión.
—Te burlarás de mí.
Negué con la cabeza.
—No, prometo que no lo haré. Además, no puede ser más raro de lo que a mí me gusta.
Thomas enarcó una ceja.
—Tú prefieres la música clásica, eso no es raro, eso es cultura.
—Me gusta tocarla, pero prefiero escuchar otras cosas— respondí.
— ¿Qué cosas? —preguntó.
—Responde tú, yo estaba investigando primero.
Puso los ojos en blanco y sonrió.
—Los dos al mismo tiempo ¿Si?
Asentí.
—Bessie Smith— dije yo.
—Leroy Carr— contestó al mismo tiempo.
Lo miré sin poder dar crédito a lo que escuchaba.
— ¿Blues? —preguntó.
—Blues— asentí.
—No puedo creerlo— exclamó—. No puede ser… creí que era el único raro de la escuela.
—También yo— acepté—. Digo… no es normal que a una persona de quince años le guste esa música… Hanna suele burlarse de mí.
—Ni que lo digas. Mis hermanos incluso creyeron que los acetatos que guardo eran de papá y los rompieron. Casi me da un infarto cuando acabaron con Leroy.
—Ouch— murmuré—. Nunca he tenido los discos de nadie, pero cuando cumplí once, Ralph me regalo un i-pod con mis canciones favoritas. Antes, vivíamos en un barrio algo… escandaloso. Pero todas las noches, justo en la parte de arriba de un puente, un hombre se ponía a tocar el sax. Me encantaba escucharlo, era como magia.
—Suena fantástico. Siempre quise aprender a tocar el sax, solo que con mi familia la situación era complicada.
— ¿Qué tocas? —pregunté.
Frunció el ceño.
— ¿Qué te hace pensar que soy músico?
—Tus manos tienen callos— respondí—. Si tuviera que adivinar, diría que eres guitarrista.
Thomas alzó ambas cejas en muestra de sorpresa.
—No soy muy bueno con ella. Cuando era más pequeño mi padre me daba lecciones de guitarra.
— ¿Qué pasó? ¿Por qué ya no estudiaste más de eso?
—Mi papá se fue cuando cumplí diez. En mi cumpleaños de hecho.
—Lo siento— dije sintiéndome avergonzada—. No debí preguntar.
Se encogió de hombros.
—No importa. Yo era el mayor de los cinco, así que tuve que hacerme cargo de las cosas en casa, mientras mi madre salía a trabajar. Ahora ya no es tan complicado, ella tiene una tienda de antigüedades en el pueblo.
—Vaya— murmuré sin saber que más decir.
—A veces sigo practicando con la guitarra, solo que no soy muy bueno, y no tengo mucho tiempo como para venir a clases.
—Puedes decirle a Tess que te ayude— sugerí.
—Tal vez lo haga— respondió y se detuvo.
No me di cuenta de que habíamos llegado al estacionamiento. Tampoco me di cuenta de que había dejado de llover. Él se quitó su chaqueta negra de piel y antes de que yo pudiera hacer cualquier movimiento la colocó sobre mis hombros.
—Evitara que te enfríes en el trayecto— explicó.
Asentí lentamente.
Después tomó uno de los cascos que descansaban arriba de la motocicleta y me lo pasó.
Lo coloqué sobre mi cabeza y subí al armatoste. Thomas tenía su propio casco.
— ¿Cómo es que te dejan tener una de estas cosas a los quince? —pregunté.
Él se limitó a reír y a echar a andar el motor.
Al primer movimiento de la motocicleta me abracé a él. Ralph me mataría si se diera cuenta de esto.
—Tranquila— dijo por encima del ruido—. Me encantan los abrazos que no asfixian.
Hice más flojo mi agarre, pero no lo solté.
Estaba consciente de su cercanía y de que yo no hacía estas cosas. Bueno, la Amber racional no las hacía, pero a la Amber irracional parecía no importarle.
La chaqueta de Thomas olía a tierra mojada y a pino. Al igual que él.
Anduvimos en silencio por la carretera.
—Nunca dije que tuviera quince— gritó por encima del ruido—. Perdí un año en la escuela a causa de lo de papá, así que no voy con los de mi edad, voy un año atrás.
No supe que responderle, así que solo oculté mi cara del viento en su espalda.
Llegamos a casa, y para mi gran mala suerte, Ralph estaba ahí.
Me bajé rápidamente de la motocicleta y le devolví su chaqueta y su casco.
—Así que tienes dieciséis— dije al fin.
Asintió.
—Justo a tiempo para una licencia— sonrió y se hizo un hoyuelo en su mejilla izquierda.
— ¿Qué hacías en la escuela tan tarde? —pregunté por fin.
Thomas negó con la cabeza.
—Este es el comienzo de una hermosa amistad, Amber Farmiga— dijo evadiendo mi pregunta.
—Sí, creo que sí.
—Te veré en la escuela mañana.
—Adiós— me despedí.
Thomas se fue cuando estuve a salvo bajo el pórtico de la casa. Alguien abrió la puerta a mi espalda.
— ¿Quién era? —preguntó Ralph.
—Un amigo— respondí.
Ralph negó con la cabeza.
—Espero que solo se trate de eso. Le has añadido algo más a la lista.
— ¿Que lista?
—De las personas que debes despedirte.
Bajé la mirada al suelo y entré en la casa.
Solo cuando estuve preparando la cena fue cuando me di cuenta que mi dolor de cabeza se había ido cuando subí a ese armatoste con Thomas.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora