EPILOGO.- HANNA.

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Dejé la pluma a un lado. Terminé de escribir las cosas, todo tal y como sucedió.
Así, cuando alguna estación futura llegara, podría encontrar el libro y darse cuenta de que no estaba sola, que hubo muchas estaciones que pasaron por actos horribles y que ella estaría bien, que aún existían cosas que valían la pena, como la espera de los solsticios y equinoccios, que le permitirían reunirse con sus hermanas.
Dominik suspiró profundo.
— ¿Terminaste?− preguntó.
Asentí.
El día de cambio de estación había terminado. Me dio mucho gusto volver a ver a Violeta, era quien tenía más tiempo sin ver y sin abrazar.
Maduró, se notaba en todo, en su físico, sus acciones, hasta en su manera de caminar, completamente confiada y segura de sí misma.
Summer estaba más radiante que nunca, creí que eso ya no podía ser.
Levanté los brazos para estirarme.
—Vamos a caminar— pedí.
Dominik frunció el ceño. Estaba recostado frente a la chimenea.
—Tengo frío— se quejó.
—“Hola, soy Dominik y soy asmático, mi sueño es vivir en un lugar frío para que el asma se vaya, a pesar de que no lo soporto…”— lo imité.
Él ahogo una risa.
—Bien— dijo—. Ya entendí el punto.
Lo miré, estaba pensando las cosas. Sabía que si no me acompañaba, saldría yo sola a dar ese paseo, y no le agradaba el hecho de dejarme sola mucho tiempo, era un suplicio el hecho de que tuviera que irse durante algunos días para ayudar a mis hermanas, y verificar la situación con Melinda y los demás guardianes que estaban mejorando.
Dominik se puso de pie e hizo tronar su cuello.
—De acuerdo— aceptó—. Vamos.
Me ofreció una mano para que la tomara.
Enredé mis dedos con los suyos y juntos salimos de la cabaña. El aire invernal nos recibió, soplando frío contra nuestras caras. Había nieve por doquier, y agua congelada para patinar. No estaba nada mal.
Y Dominik podía ir y venir a su antojo, me traía cosas necesarias, además de nuevo material para leer.
Caminábamos despacio, dejando nuestras huellas atrás, marcadas en la blanca y pulcra nieve que se amontonaba sobre el suelo.
Dom miraba todo con asombro, como un niño pequeño que observa todo aquel paisaje por primera vez, a pesar de que ya había paseado un millar de ocasiones. Me gustaba verlo así, pensativo y abstraído. Sabía que su mente siempre estaba trabajando con nuevas ideas y experimentos, no lo dejaba experimentar con el tiempo, eso sería algo peligroso. A veces me recordaba a un científico loco, cuando se enviciaba con las cosas, tenía que recordarle cuál era su papel aquí y que debía cuidarlo.
En general no la pasábamos mal, ya que él era una persona muy paciente.
Yo sabía que nuestro tiempo era limitado, ya que él tendría que irse algún día, para ya no volver. Tendría que darle el reloj a alguien más y que ese alguien cumpliera con su rol de padre tiempo.
Y yo… yo tendría que esperar, cumplir durante cien años con esta misión de ser el invierno.
Mis hermanas también lo tenían claro, me aseguré de ello la última vez que nos vimos. Sería un golpe muy duro cuando ellos se hicieran viejos y luego tendrían que marcharse… mientras que nosotras nos conservaríamos en cierta edad hasta que pasaran los cien años y luego morir.
Respiré profundo para alejar las lágrimas, no quería llorar antes de tiempo, las lágrimas debían guardarse para cosas importantes.
Recordé el día que llegamos aquí. Cuando fui reclamada y decidí traerlo conmigo.
Se sacrificó por mí, no fue una decisión difícil en realidad, ya que aunque aún no se lo había dicho, yo sabía que lo amaba.
Como, al ser transportados hasta este lugar quedamos en la nieve y Dominik no estaba muy bien. Lo arrastré por el manto blanco que todo lo cubría y lo llevé hasta la cabaña.
Ahí cuide de él hasta que estuvo mejor y pudo ponerse en pie por sí solo. Era verdad que el frío lo ayudaba a respirar con normalidad, que sus pulmones funcionaban mejor.
Las cosas fueron bien después de eso.
— ¿Qué piensas?− preguntó, sacándome de mis cavilaciones.
Me incliné y tomé un montón de nieve entre las manos para arrojárselo a la cara. Él no adivinó mis intenciones, hasta que estuvo lleno de escarcha blanca fue que reaccionó.
—Pagarás por eso— dijo amenazante.
Le saqué la lengua y corrí alejándome de él. Muchas municiones pasaban a mi lado, algunas golpeaban solo la parte baja de mis piernas.
Sabía que Dominik lo hacía a propósito para no golpearme y hacerme daño. Habíamos jugado a eso muchas veces.
— ¿Necesitas que traiga tus anteojos para que por lo menos puedas dar en el blanco una vez?− me burlé.
Dominik gritó algo en respuesta que no pude entender.
Fue entonces que giré para ver qué tan lejos estaba. No estaba lejos en absoluto, yo había bajado el ritmo y Dominik no, chocó conmigo y ambos caímos sobre la nieve.
Las carcajadas se escaparon de mi garganta, sabía que mi nariz estaba roja a causa del frío y mi ropa estaba empapada por la nieve. No podía parar de reír, las carcajadas de Dominik me hicieron coro.
—Eso fue patético— dijo y siguió riendo.
Me giré sobre la nieve y recargué mis brazos y cabeza sobre su pecho, mirándolo a los ojos.
Ambos respirábamos agitadamente a causa de la carrera y de las risas que se fueron apagando poco a poco. Un silencio cayó sobre nosotros, no era uno aplastante, más bien tranquilo y conciliador.
Me mordí el labio y él sonrió para sí mismo. Tomé una respiración profunda.
—Te amo— dije.
Sus ojos brillaron y se ampliaron a causa de mis palabras. Es increíble como esas dos simples palabras pueden cambiar todo, arreglarlo o mejorarlo.
En mi caso, fueron sus palabras las que me ayudaron a salir, a mejorar, a pedirle algo más a la vida, poder retener aquello que me hacía bien y dejar ir lo que me hacía daño.
Dominik se acercó despacio y depositó un beso en mis labios. Sonreí contra su boca.
Nos pusimos de pie y volvimos a la cabaña.
Dom se quedó mirando el cuaderno en el que estuve escribiendo, leía la última parte. Sabía las palabras exactas:

Había una vez cuatro hermanas que aprendieron que el mundo era cruel y estaba lleno de maldad, pero también de buenas personas.
Según la leyenda, cada cien años nacerían cuatro hermanas y ellas cumplirían con un rol, donde se harían cargo de las estaciones del año.
Las cuatro hermanas están aquí, trayendo orden y armonía.
Dictado estaba que la más pequeña, hiperactiva y caprichosa de todas, sería la primavera. Ella se encargaría de llevar a todas partes los olores y la armonía de dicha estación.
La hermana más cálida, alegre y risueña seria el verano. La que fuera capaz de repartir el calor y la vitalidad.
Después vino el otoño, el amado otoño, seria aquella hermana que piensa que todos debían tener la capacidad de soñar, enmendarse y mejorar.
Y al final vino el invierno. Según la leyenda, el invierno era frio, cruel y despiadado, cerrando los ojos ante el sufrimiento ajeno.
Las cuatro hermanas descubrieron que no era así, que el invierno protegía, erradicaba las cosas malas, era fuerte, también cálido a su manera, llenando a todos de buenas intenciones.
Cuando el invierno llegaba, las otras hermanas festejaban.
Así sucedió.
Así lo dicta la leyenda.
Así funciona el mundo.
Y fue así como descubrieron que el invierno podía tener corazón cálido.
Mi nombre es Hanna. Y yo soy el invierno.

FIN.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora