CAPITULO 52.- VIOLETA:

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Toda mi vida había estado atada a un hilo, algo que de cierta forma, me mantenía atada a la realidad. Y cuando Amber desapareció… ese hilo se fue con ella.
Me costaba diferenciar entre estar despierta o dormida, incluso marcar la diferencia entre un anime, un video juego y la vida real. Estaba muy mal.
Mientras Hanna congelaba todo, Summer y Ralph arreglaban su desastre. El único que estuvo ahí para mí fue Silver, quien lamió mi mano para llamar la atención y luego yo me abracé a su cuello para llorar en él. El perro había crecido algo desde que lo encontré.
Y luego Thomas llegó a casa, justo cuando las cosas estaban muy mal. Hanna diciendo cosas crueles, mientras Summer y Ralph trataban de controlar la situación.
Miré a Paul, quien estaba preocupado por su hermano. Porque a decir verdad, Thomas no se veía nada bien. Y no era para menos, Amber era esa luz que nos mantenía a todos en un mismo camino.
Él me miró de vuelta e hizo ese movimiento con la cabeza, el que me indicaba que tenía algún plan, a veces se fugaba de su escuela y llegaba a la mía, asomaba su cabeza por la ventanilla y hacia ese movimiento, acompañado de una sonrisa, solo que ahora la sonrisa no estaba. Asentí una vez para indicarle que entendí.
Ya no quería seguir escuchando a Hanna, daba miedo cuando se ponía así. La miré con todo el sentimiento que fui capaz de imprimir y corrí hacia la parte de atrás de la casa, justo donde Amber había desparecido.
Me dejé caer sobre el pasto seco, justo frente al columpio que Thomas había hecho para ella.
No sé cuánto tiempo estuve así, simplemente mirando al frente, viendo como las aves emprendían el vuelo para escapar hacia un lugar donde hiciera calor en esta época del año. ¡Qué fácil ser un ave y escapar así! Los árboles se mecían al compás del viento a la vez que este arrancaba las hojas secas del otoño.
— ¿Estás ahí? —susurré.
No hubo respuesta, no sé porque la esperaba, tampoco.
¿Las almas podían estirarse? ¿Ser igual de elásticas que una liga? Porque si dos almas que estaban destinadas a estar juntas desde su concepción, podían ser separadas así de simple… entonces debían tener cierta elasticidad.
Escuché las pisadas mucho antes de que terminara de acercarse. Silver lamió mi mano, él sabía que estaba triste.
—Voy a estar bien—dije.
Salió un sonido quejumbroso de su garganta.
— ¿Tienes hambre? —pregunté.
Silver se tiró en el suelo junto a mí y se dio vueltas sobre las hojas secas, estas emitían el sonido típico del otoño cuando se rompen.
—También la extraño— murmuré mirando al frente, mientras seguía acariciando su pequeña cabeza.
Silver lloriqueó un par de veces más, después se quedó quieto junto a mí, los dos observando el bosque que ahora era de color amarillo y anaranjado.
Mas pisadas sonaron, no me tomé la molestia de girarme para saber quién era.
—Nunca te había visto tan tranquila— dijo Paul.
—No recuerdo la última vez que tenía ganas de hacer nada— respondí, mi mirada perdida y la voz casi muerta.
—Yo… bueno, no tengo experiencia en este tipo de cosas ¿Sabes? A veces observo a Diego y Dorian, los gemelos son increíbles, compartiendo un mismo lenguaje sin palabras, simplemente a gestos y señas. Un día, Dorian cayó de un árbol y se rompió un brazo, las personas decían ¡Fantástico! Ahora sabremos cual es cual.  Y justo a los dos días, Diego se tiró del mismo árbol y se fracturó el mismo brazo en los mismos dos puntos. Ellos hacen las cosas así, y creo que nunca entenderé porqué lo hacen. Siempre quise saber lo que se sentiría tener un gemelo, con Tom tengo esa relación de competencia, en la que cada uno se esfuerza por hacer las cosas correctamente, creo que él va ganando. En fin, aunque las cosas sean así… no me imagino mi vida sin ellos, sería algo horrible, si tuviera que elegir entre salvar su vida o salvar la mía, creo que elegiría la de ellos. No tengo idea de lo que se siente perderla, y no quiero decir algo realmente estúpido como: Lo siento, porque sé que eso apesta, y no quiero.
—Entonces no digas nada, por favor, ven, siéntate— dije y palmeé un sitio junto a mí, donde no estaba Silver.
Paul respiró profundo y después de unos segundos se sentó a mi lado.
— ¿Puedes ver los colores? —Pregunté, él simplemente me miró—. El viento los lleva con él, es igual que con los vitrales. Los colores se escapan y se mezclan de una forma mágica.
— ¿Te estás escuchando?− preguntó un tanto alarmado—. Creo que deberías volver adentro con tu familia.
—Sophie solía decir que cada persona lleva las pérdidas de diferente manera, no todos reaccionan igual. Hanna se enfada, Summer llora y se queda callada. Ralph se encierra dentro de sí mismo. Yo no sé qué hacer, ya no quiero llorar, tampoco me siento enfadada. Y no sé lo que es perderte dentro de ti misma…
—No quiero que te pierdas— interrumpió.
Sonreí un poco para él.
—Voy a estar bien.
—Eres una pésima mentirosa.
—No es verdad, tú eres un excelente descifrador de emociones.
—No sabía que esa profesión existiera.
—A estas alturas, no me sorprenderían que algo así existiera.
— ¿De qué estás hablando?
Lo miré directamente y ladeé la cabeza, al igual que lo hacen los animales cuando están confundidos.
—De cosas que no puedes saber.
Paul fue incapaz de romper el hechizo de esa mirada de la primavera, la que convence, que es imposible negarse a ella. Suspiré profundo y dejé de mirarlo.
—Vete a casa, Paul— pedí.
—No—respondió—. No me iré hasta que sepa que estas mejor, cuando dejes de decir cosas raras.
Le agradecí en lo más profundo de mí ser que no me dejara sola.
— ¿Qué pasó con Thomas? —pregunté, repentinamente preocupada.
Paul respiró tan profundo que su pecho se infló un par de veces.
—Lo dejé en casa, él tomó el auto de mamá sin permiso y estaría en problemas por eso… que nadie se atrevió a decirle nada, simplemente llegó y se encerró en su habitación. Puedo jurar que escuché el sonido de la guitarra a través de la puerta, hacía años que no lo escuchaba tocar de esa manera.
—Amber sacaba su dolor igual que él. Con la música.
Paso un momento de silencio. Dejé caer mi cabeza sobre su hombro, y él pasó su brazo por mi espalda. Era un lugar pequeño, y a la intemperie, pero no recuerdo haberme sentido más segura en toda mi vida.
Y por primera vez, desde que tengo uso de razón, pude comprender a Hanna. Porque alejaba a las personas de ese modo, por el simple hecho de que no podía imaginarme a mí misma asistiendo al funeral de Paul… a diferencia de mi hermana, yo era demasiado egoísta para dejarlo ir.
Vimos el sol ponerse y el frío viento abrazó mi piel.
—Melinda me dijo que repetirás año— dijo después de un momento.
Traté de no poner los ojos en blanco.
—No es algo que me importe.
Paul sonrió.
—A mí tampoco… digo, terminé con las clases, y en mi siguiente paso, ya sabes,  podemos estar en el mismo grupo— dijo y se encogió de hombros.
—Creo que será divertido.
No estaba Amber, nada podía ser igual, por lo menos podía tener mis gramos de felicidad esparcida por un tiempo, antes de ser reclamada, y si Paul era parte de esos gramos… no lo dejaría.

Volví a casa cuando Paul me dijo que ya era tiempo de que se fuera, Silver le lamió las manos y él se despidió de mi con un gran abrazo que deseé nunca terminara.
Entré en la casa, Hanna no estaba. Summer y Ralph hablaban de algo importante, ya que los ceños de ambos estaban fruncidos.
—Es tarde— me reprendió Ralph.
—Estoy bien. Gracias— dije.
—Yo… —comenzó.
—No digas nada, por favor, a veces las palabras sobran y yo ya no quiero escuchar nada de nadie— interrumpí.
Sentí que las lágrimas se abrían paso, así que mejor corrí escaleras arriba, solo que justo antes de abrir la puerta, me di cuenta de que no habría nadie adentro para consolarme.
Escuché las pisadas vacilantes de Summer en las escaleras, para luego situarse detrás de mí.
—Ralph y yo lo hablamos, y será mejor que duermas conmigo de ahora en adelante— dijo.
Me encontré asintiendo y rápido entré en su recamara para colapsar sobre su cama.
Esa noche soñé con los vitrales.

Así pasaron los siguientes días. Summer y Hanna no podían ir a la academia, ya que habían terminado con la preparatoria, y según la historia que haríamos correr, ellas irían a la universidad, Hanna en invierno y Summer el siguiente verano, así que por esa razón, tenía que ir sola en la camioneta con Ralph.
Miré por la ventana en todo momento, el bosque se deshacía en muchas manchas del color del atardecer. Suspiré por milésima ocasión, Silver, quien había decidido acompañarnos, estaba dando vueltas en el asiento de atrás, preparando el lugar para acostarse.
—Sé que estás triste— comenzó Ralph. Lo miré—. Yo también lo estoy, Amber no se fue para siempre, aún existen muchas cosas respecto a esto que ustedes no conocen y no me corresponde a mí decirlas. Ya hablé con Summer y Hanna al respecto, ellas lo entienden. Quien más me preocupa eres tú, Amber es tu melliza ¿Qué es lo que ella te dice?
— ¿Qué podría decirme? —Repliqué, mis ojos inundados en lágrimas—. El listón está roto, y si no lo está, por lo menos está demasiado delgado, Amber no puede decirme nada.
—Siempre sentían lo mismo, cuando alguna emoción era demasiado fuerte para la otra, la compartían, para así soportarla. Ocurrió cuando murió Sophie, ahora Amber fue quien se marchó y no puedes compartirlo con nadie, debes aprender a vivir con eso.
— ¿Es posible vivir con la mitad del alma? —pregunté.
Ralph no respondió.
Llegamos y él aparcó la camioneta. Abrí la puerta, Ralph la detuvo y volvió a cerrar.
—Te quiero, a ti y a tus hermanas, sé que no lo digo, ni se los hago saber muy a menudo, pero las quiero y haría lo que fuera por ustedes, por garantizar su bienestar… —frunció el ceño y miró hacia sus pies.
Lo obligué a mirarme y sonreí.
—Ya lo sabía— dije y le regalé la mejor de mis sonrisas a la que él correspondió. Le di un beso en la mejilla y entré a la academia.
Una chispa había surgido de nuevo, haciéndome sentir otro gramo de felicidad.
Paul y Melinda me esperaban en la puerta al salón de clases, Paul compartiría conmigo la mayoría de las clases y Melinda no, ya que ella si había logrado pasar el año.
Mi amiga me envolvió en un abrazo muy fuerte, no me dijo nada respecto a Amber y supe que esa era su mejor manera de decirme que también la extrañaba. Melinda era un guardián, y según el idiota de Gabriel, ella no lo sabía, no sabía nada al respecto, y eso era una lástima ya que me gustaría hablar sobre eso con alguien que no fuera de mi familia.
Entramos al aula y nos sentamos en la parte de atrás, Paul ocupando el lugar que antes era de Amber.
—Bienvenidos al nuevo ciclo escolar— dijo la profesora de historia. Ella me miró, esperaba que fuera con enojo, ya que siempre habíamos tenido esa relación de odio entre maestra- alumna, pero no, me miraba con tristeza, la odié por eso.
La profesora no dijo más y comenzó a escribir una serie de preguntas en la pizarra, preguntas que teníamos que responder en una hoja que nos había dado y entregársela, para que ella tuviera una idea de cuánto sabíamos del tema. Escribí unas respuestas bobas, otras bien fundamentadas y la entregué.
— ¿Violeta? —Preguntó cuándo yo estaba a punto de salir, Paul también se detuvo— ¿Puedo hablar contigo?
— ¿Puedes esperarme? — pregunté al chico, quien asintió y salió.
Me paré frente al escritorio y resoplé mientras apretaba mi mochila entre las manos. La mujer puso sus manos al frente y las cruzó.
—Amber era de mis mejores estudiantes—dijo—. Sé que no voy a ser la única que la extrañara y aunque ustedes dos tenían una relación que yo no podía comprender… lo lamento mucho.
—Gracias por preocuparse— respondí en un susurro.
—También perdí a una hermana. Teníamos once y ella se cayó dentro del lago, y así de simple, dejó de estar conmigo. No hay un solo día que no piense en ella, así que te comprendo, a ti y a tus hermanas.
No supe qué decir, así que mejor no dije nada, asentí un par de veces y ella me dio permiso de irme. Alcancé a ver como la maestra se limpió los ojos con un pañuelo. Recordar a su hermana muerta la hizo llorar.
Pero Amber no estaba muerta, eso solo era lo que todos creían. Así fue la historia: Ella tenía una enfermedad y murió, punto final. El funeral no se llevó a cabo en el pueblo, si no en donde habíamos nacido, en una ciudad muy lejos de aquí. Ralph se encargó de hacer cosas con el tiempo para que las personas creyeran que no habíamos estado en el pueblo durante unos días. Y así fue como nos despedimos de Amber, algo realmente horrible.
Me separé de Paul la siguiente clase, que era la de pintura. La maestra, para mi sorpresa, no me miró al igual que los demás, si no que se limitó a gruñirme, para ser una mujer realmente joven, era igual de amargada que una anciana. Los chicos de la escuela decían que ella había perdido a un bebé y que por eso su esposo la dejó, a partir de entonces, se comportaba así.
Tomé mi lugar de siempre.
—Bienvenidos todos—exclamó—. Normalmente, todos los años, pido varias obras de diferentes artistas, este año quiero algo diferente. Harán algo que salga de ustedes, ya sea un sueño, una aspiración. Aquello que este guardado dentro de su alma, eso que las personas vean, y puedan sentir todo  ¿Puedo confiar en ustedes para que hagan algo así?—preguntó.
Ella quería que hiciera aquello de lo que Sophie hablaba, ella quería que usara todo mi talento para hacer en un cuadro, lo que los vitrales hacían conmigo.
—Tienen hasta el final de la clase para darme el tema que pintarán, no quiero copias ni repeticiones— dijo con la amargura volviendo a su voz.
— ¿Qué pintarás?—preguntó una chica a mi lado. Ella también estaba repitiendo esta materia, no todo el año como yo, pero algo era algo.
—No lo sé ¿Y tú?
—Algo sobre el baile y la música— dijo.
— ¿Por qué no estás en clase de música entonces? Si tanto te gusta— repliqué.
—Porque no me agrada la maestra, además, la pintura será todo un reto— sonreía mientras lo decía.
Yo no confiaba en la gente que sonreía mucho.
—Soy Laia— dijo después de un momento.
—Violeta.
Laia me sonrió y siguió con su pintura. Parecía tener entre catorce o quince años, era difícil saberlo, ya que las pecas sobre su nariz te indicaban que parecía una niña, pero su estatura no era ni muy alta ni muy pequeña. Los ojos grandes, de color azul y su cabello castaño oscuro.
Después de una eternidad de estar pensando en un tema, nada se me ocurrió. Laia volvió a hablar conmigo, parecía una de esas personas de fácil conversación, que sonreía y se alegraba por muchas cosas, de cierta forma, me recordaba a Summer, pero tenía cierto amor por la música y eso era de Amber… y el sarcasmo ¡Por Dios! Odiaba el sarcasmo porque era lo que Hanna utilizaba para ofenderme.
Laia tenía un poco de todas. A Amber le habría caído bien y habrían hablado por horas sobre música.
La acababa de conocer y el hecho de hablar con ella no significaba que me agradara, pero tenía ese algo de mis hermanas que me hizo darme cuenta de algo: Lo que realmente apreciaba de ellas.
Hanna: Tenia el carácter fuerte y algo neurótico, pero yo la admiraba por eso, por no haberse dejado abatir cuando más la necesitábamos.
Summer: Esa característica sonrisa y esos ojos tan llenos de felicidad, además de que siempre tenía palabras amables para todos.
Amber: Yo no sabía que hacer sin Amber, ni siquiera sabía quién era yo sin ella.

Laia era una persona aparte, me hizo darme cuenta de lo micho que amaba a mis hermanas, pero también de lo mucho que extrañaría a las personas aquí.
Melinda, Paul, Thomas, Dominik, Ralph, Silver…
— ¿Ya tienes tu tema? —preguntó la maestra.
Sonreí ligeramente.
—Las cuatro estaciones— respondí completamente segura.

Paul, Melinda y yo estábamos almorzando en la cafetería. Afuera, el cima se había puesto horrible, el viento muy fuerte azotando los cristales, las nubes grises en el cielo anunciando una tormenta. Estos eran signos del otoño, ese aire frío pero al mismo tiempo sol… aunque el sol se había ocultado.
— ¿Estás bien? —dijo Mel, tratando de llamar mi atención.
—Quiere decirme algo— respondí.
— ¿Qué?
Sin darme cuenta, ya estaba de pie, dirigiéndome a la ventana, chocando con algunas personas en el camino. Pude sentir que varias personas me seguían. Melinda, Paul y otro par de pies más.
— ¿Violeta? —preguntó Laia. ¿Qué hacia ella aquí? Me tomó unos segundos recordar que yo la había invitado a desayunar con nosotros.
—El clima no puede cambiar así de rápido.
—En este lugar ya nada de eso me sorprendería. Vuelve a la mesa— dijo Paul.
Yo seguía con la vista fija en la gran ventana de la cafetería, ignorando el bullicio de los estudiantes y de las mesas.
Alguien chasqueó sus dedos frente a mi cara. Miré a Melinda.
—No es normal— susurré.
— ¿Qué está haciendo Gabriel aquí? —preguntó Paul mientras apuntaba a la puerta.
Giré rápidamente, los ojos de Melinda y Gabriel se encontraron.
—Vayan por sus cosas— ordenó el guardián.
— ¿Qué está pasando? —pregunté.
No supe como sucedió, pero ya tenía mi mochila colgada en la espalda y Melinda me ayudaba a subir a la vieja camioneta de Ralph ¿Por qué la tenía Gabriel?
— ¿Qué está pasando? —grité una vez que el vehículo empezó a avanzar. Ya estaba harta de que me ignoraran.
Gabriel me miró.
—Algo malo, realmente malo.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora