CAPITULO 19.- AMBER:

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Podía sentir el aburrimiento de Violeta del otro lado de la mesa. No lo había dicho en voz alta, tampoco se estaba comportando ansiosa, pero había algo en su energía que... bueno me hacía sentir aburrida a pesar de las constantes bromas de Melinda, quien estaba sentada a mi lado en la mesa.
Hacía más de media hora que Hanna y Gabriel se habían ido.
Summer mantenía conversaciones animadas con Sarah. Ralph y Evan hablaban como viejos amigos.
Y Violeta estaba sola, simplemente resoplando.
— ¿Ya es hora de irnos? —me preguntó en voz alta. Tan alta que todos en la mesa se callaron.
— ¿No la estás pasando bien, cariño? —indagó Sarah.
Mi hermana respiró profundo y Summer y yo solo cerramos los ojos esperando lo que venía. Estaba a punto de hacer un berrinche.
—No— se quejó—. Y es que todos ustedes me han dejado a un lado. Desearía que dejaran sus charlas un momento y me prestaran un poco de atención. Antes podía hablar con Amber, pero ahora su hija se la lleva a todas partes para todo y Summer no me prestará atención, porque está demasiado ocupada quedando bien con la madre del chico que le gusta— refunfuñó y se cruzó de brazos.
Los colores subieron a la cara de Summer, ella se sentía muy avergonzada por lo que Violeta acababa de hacer.
Yo sonreí patéticamente. Y Melinda rompió a reír.
Sarah sonrió comprensiva.
—Es algo quejumbrosa— me disculpé.
—Justo como debe ser— dijo Evan.
Fruncí el ceño.
Ese hombre era muy extraño, primero retiene la mano de Hanna afuera de la iglesia y ahora disculpa a Violeta como si la conociera de toda la vida.
Estreché mis ojos contra él, pero no lo notó ya que siguió conversando con Ralph.
Nadie hizo caso del berrinche de Violeta y cada quien volvió a sus asuntos.
—Si Hanna estuviese aquí te habrías ganado un pellizco— le susurró Summer a la más pequeña.
Violeta hizo muecas para imitarla.
Puse los ojos en blanco y tomé mi vaso con agua.
Un horrible escalofrió subió por mi columna. Era la misma sensación que me había asustado aquel día en el pasillo de la escuela. Sentí que me faltaba la respiración. Mi cuerpo empezó a temblar sin permiso y el vaso resbaló de entre mis dedos de mantequilla.
Miré a todos con una disculpa en mis ojos.
No le diría a nadie. Estas cosas no eran reales y por lo tanto no podían dañarme.
— ¿Estás bien? ¿Amby? —preguntó Summer.
Asentí lentamente.
—Estas pálida— Violeta sintió la necesidad de resaltar lo obvio.
Negué con la cabeza.
—No me siento bien— susurré.
—Hace cinco segundos si estabas bien— dijo Melina lo que provocó que Sarah la reprendiera de esa forma en la que abren mucho los ojos, como lo hacen las madres.
Negué de nuevo. Ralph se puso de pie.
—Creo que es hora de irnos— dijo papá.
Apreté las manos sobre mi regazo.
—No es necesario— dije—. De verdad, me siento un poco mejor.
Ralph me regaló una mirada de: "No te creo nada. Hablaremos más tarde."
Mordí mi labio y desvié la vista.
—Llamaré a Gabriel para que lleve a Hanna hasta su casa— dijo Evan y se retiró de la mesa mientras marcaba dígitos con su celular.
Summer me puso una mano en el hombro para tratar de calmarme.
—Respira profundo— susurró.
—Dije que estoy bien— respondí y me liberé de su toque con un encogimiento de hombros.
Summer no lo tomó personal y me sonrió.
Evan regresó con nosotros.
—La llevará a casa cuando termine en la librería— dijo.
Pagaron la cuenta y salimos del lugar. No dije nada cuando subimos a la camioneta, pero me sentí mucho mejor una vez que nos alejamos de esa concurrencia de personas, donde cualquier cosa que estuviese ahí me hizo sentir de esa forma, como si se llevara parte de mi ser.
Miré por la ventana hasta que llegamos a casa.
Ralph invitó a la familia Hernan a quedarse y ellos aceptaron a pesar de las quejas de Violeta sobre ellos.
Había algo muy extraño con respecto a Evan y en como miraba a Hanna, como si ella fuese una reliquia. Y por no mencionar a Sarah quien hablaba con nosotras como si nos conociera. Y Gabriel, yo no confiaba en él. La única normal parecía ser Melinda, con su carácter bromista.
Dentro de la casa todos se instalaron en la sala, al lado de mi preciado instrumento.
—Voy a preparar café— dije dirigiéndome a la cocina.
No era tanto por cortesía, sino porque necesitaba estar sola.
—No— dijo Summer—. Yo lo haré, tu toca algo en el piano para nosotros.
La miré sin poder dar crédito a lo que escuchaba. Ella sabía que no me gustaba exhibirme frente a los demás, tampoco presumir. Me mordí el labio.
—Si no quieres, no hay problema—Ralph me ofreció una salida.
Un brillo apareció en los ojos de Violeta. Me estaba dando ánimos, contagiándome de esa energía y vitalidad que ya eran tan suyas. Ella me ayudaba a tener un poco de confianza en mí misma. Le sonreí a mi hermanita y ella correspondió.
—Si quiero— dije en voz alta y me senté en el banquillo frente al piano.
Había estado practicando mucho, tanto con o sin ayuda de Tessa.
Ya había aprendido a tocar más canciones además de la melodía de cuna que mi madre tatareaba para mí. Pero tocaría esa, solo por el placer de escucharla.
Respiré profundo y dejé que mis manos se deslizaran sobre las teclas de marfil. Sintiendo como cada nota me envolvía y me llevaba a recordar, a sentir y a expresar aquello que no podía hacer salir con palabras o gestos. La música era mi lenguaje personal.
Cerré los ojos y me dejé llevar.

— ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Rápido! —la apresuraba.
Mis hermanas quisieron salir esa tarde, ya que solo habría exposición de música y no todas las artes que cada una disfrutaba a su manera.
Era un hermoso día de otoño. Los arboles dejaban caer sus hojas amarillas que sonaban al romperse cuando las pisabas. El clima era perfecto, ese donde no hacía frío ni calor y podías disfrutar de una tarde sin preocuparte de si llovería o si el sol quemaría tu piel.
Mi madre prácticamente estaba corriendo detrás de mí.
—Empezará pronto—decía una y otra vez.
—Relájate Amber. Si sigues con ese entusiasmo, vas a provocar que Mozart salga de su tumba solo para hacerte ir más despacio— bromeó.
Me detuve en seco.
— ¿Es eso posible? ¿Podría yo traer a Mozart? —pregunté emocionada.
Ella había sonreído.
—Solo es un decir— golpeó ligeramente mi nariz con un dedo—. Vamos, ya están comenzando.
El concierto fue maravilloso. Nunca había experimentado nada igual. Jordania era el nombre de la mujer que tocaba el piano frente a todos. Era asombrosa. Podía hacerte sentir miserable, feliz, triste, nostálgica... ella transmitía todas esas emociones a través de la música. Deseé poder ser tan buena como ella.
Cuando terminó, tanto mi madre como yo, íbamos en trance.
—Ha tocado mi alma— me atreví a decir.
—De eso se trata— había dicho mamá—. Si la música no transmite nada, entonces no merece llamarse música. No son solo sonidos al azar... es más que eso. El artista te deja ver su alma a cambio de que tú le muestres la tuya. Es así como funciona.
Recuerdo que nunca había sonreído como lo hice ese día. Incluso cuando llegué a casa y me quedé dormida, soñé con las notas musicales.

Mis dedos se detuvieron sobre las teclas. Sin abrir los ojos, me di cuenta de que había llevado a todos los presentes en la habitación a ese día en el parque. Les presenté a Sophie y les mostré como la música puede transformar.
El piano me ayudó a sentirme mucho mejor después de lo del restaurante.

Abrí los ojos y miré a los presentes. Todos aplaudieron.
Los ojos de las mujeres estaban bañados en lágrimas y los de Ralph solo las asomaban... pero Evan... él... sus ojos seguían siendo fríos y calculadores.
Sonreí.
—Gracias— murmuré.

La puerta de entrada se abrió de golpe.
Hanna y Gabriel entraron y cerraron la puerta. Afuera seguía diluviando y el viento no cesaba.
Ambos estaban empapados de los pies a la cabeza, pero en las rodillas y brazos de mi hermana había raspones, como si la hubiesen arrastrado contra la calle. Y una de sus  botas estaba rota. Por no mencionar su vestido que antes era de color azul y ahora estaba todo sucio, lleno de aceite de auto y de lodo. Incluso la bandita que cubría la herida en su frente se había caído.
Me puse de pie inmediatamente para acercarla al fuego de la chimenea que había encendido Summer.
— ¿Qué pasó? —preguntó Ralph.
—Me caí— gruñó Hanna mientras ponía sus manos al fuego para calentarlas.
Gabriel solo estaba empapado. Estreché mis ojos contra él. No me agradaba, si tuviera que elegir entre él y Dominik elegiría al segundo.
El chico me devolvió la mirada y sonrió para mí. Hice una mueca de disgusto y me dirigí a Hanna.
—Ve a cambiarte— demandé.
Ella asintió y subió las escaleras.
—Gabriel— dijo Ralph—. Hay alguna ropa seca que puedo prestarte...
—No es necesario— interrumpió Evan y le dio una mirada significativa a su hijo—. Ya tenemos que irnos.
Todos se despidieron rápidamente y salieron de la casa.
Algo en su actitud me hizo saber que Gabriel estaba en problemas.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora