CAPITULO 45.- VIOLETA:

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La fantasma. Ese apodo había estado sonando por todas partes desde que llegamos a este lugar, así llamaban a Hanna.
Amber trató de defenderla una sola vez, pero no sirvió de mucho, ya que las chicas que la llamaban así, ahora molestaban a Amber, a mi hermana no le enojaban sus palabras, siempre las ignoraba… solo que ahora, habían comenzado a meterse con sus cosas.
La última semana, Amber perdió su violín, ella no quería acusar a nadie, pero yo sabía que habían sido ellas. Esas tres chicas iban juntas a todas partes. Y antes de que nosotras llegáramos, bueno, ellas se ensañaban con Melinda, así que su juguete favorito éramos nosotras, el blanco de sus burlas.
Sabía que no era bueno tener este tipo de sentimientos, pero estaba comenzando a odiarlas.
Por otro lado, estaban las estaciones, todo eso. Hanna alejando a Dominik, la odié por eso. Amber pidiéndole a Thomas que la dejara, no estaba tan mal por eso, él no me caía muy bien.
Y bueno, la única que parecía estar feliz en casa, era Summer. Iba de un lugar a otro con ligeros pasos de bailarina, como si flotara sobre una nube. Ese pensamiento me recordó una de las caricaturas que veía y no pude evitar reír.
Amber suspiró como por milésima vez.
—Deja de hacer eso— pedí—. Lo encontraremos.
— ¿Qué le diré a Tessa si no lo hacemos? ¡Oh! ¡No me volverá a dejar usar el salón de música!
—Si te dejará, además…. —no pude terminar la frase.
Melinda se acercaba a nosotras. Su rostro reflejaba enojo, mucho enojo, había demasiada furia. De su cabello escurría una cosa transparente y pegajosa que se mezclaba con otro color amarillo.
— ¡Las odio! —espetó cuando llegó a donde estábamos.
— ¿Qué paso? —pregunté.
Mel, Amber y yo habíamos estado buscando el violín por todas partes sin encontrarlo. Lo había perdido durante la clase de matemáticas, y curiosamente, esas chicas estaban en la misma clase ¡Escoria!
—Esas tipas—gruñó Melinda—. Lo tienen, incluso vi el estuche, pero me lanzaron huevos ¡Hazme el maldito favor! ¡Huevos! ¿Acaso no existe alguna sustancia más asquerosa que un huevo crudo?
—El excremento— respondí.
Ella y Amber me regalaron una mirada.
—Ah—comprendí—. Era una retórica…
Melinda se estremeció y se puso a lanzar un montón de palabrotas.
—Cálmate— pidió Amber.
—No necesito calmarme— dijo y el huevo terminó de caer de su cabeza—. Necesito venganza.
Quise reírme de su reacción, pero algo en su mirada me hizo saber que sería lo último de lo que reiría.
—Entonces, manos a la obra. Yo también quería vengarme por lo del apodo, y porque molestan a Amber y ahora… bueno— la señalé.
Amber negó con la cabeza.
—Vamos al baño a limpiarte— dijo y arrastró a Melinda con ella.
Las seguí de cerca sin poder evitar pensar en muchas cosas y en nada al mismo tiempo.
Entramos a la academia por la puerta principal, avanzamos por el pasillo mientras Mel se quejaba y Amber trataba de calmarla, cosa que la enfurecía aún más. Dimos la vuelta en el pasillo de los casilleros y… ahí estaban, apreté los puños. Justo en ese momento, las estaciones, las sombras y todo lo demás, pasaron a segundo término.
Una de las chicas golpeó a la otra en el brazo para advertirle que estábamos ahí.
Amber tomó una respiración profunda y se acercó a ellas.
—Devuélvanmelo— exigió.
— ¿Devolverte qué? —se burló una.
Estaba tan enfadada que ni siquiera podía recordar sus nombres.
—Mi violín, devuélvelo.
— ¿Tu qué? —preguntó la más grande.
—Ya escuchaste, no lo va a repetir— dije. Normalmente no me metería, pero Amber se estaba acobardando.
— ¿Y tú quién eres? —preguntó para reírse.
— ¡La que te va a matar a golpes! —rugió Melinda y se acercó a ella.
Una mano de distancia entre ambas.
— ¿No eres tú la que hablaba sola? ¡Mira! —exclamó y miró a su amiga. Ambas rompieron a reír.
Interrogaría a Mel sobre eso más tarde. Ahora necesitaba encontrar algo para hacer callar a estas chicas para siempre, para que se alejaran.
—Les diré algo, y solo será por esta ocasión— dijo la más grande y miró a Amber de arriba abajo, como si ella fuera poca cosa—. Cada persona tiene su lugar, y es claro que el de ustedes es con la basura, o con los huevos podridos— se burló de Melinda—. Además, ya sé porque Thomas te dejó, míralo y mírate, él merece algo más que un simple pedazo de… —la chica se interrumpió y sacó el violín de uno de los casilleros— ¿Es esto lo que buscabas?
—Devuélvelo— dije sintiendo la furia subir por mi pecho.
—Es mío ahora. Si tu hermana fue tan tonta como para perderlo.
Tanto Melinda como yo estábamos al límite, ninguna tuvo tiempo de lanzarse.
Alguien le arrebató el estuche con el instrumento dentro a la chica y se lo entregó a Amber. Todas nos quedamos quietas.
— ¿Qué estás haciendo? —reclamó la chica con una voz más dulce.
—Recuperando lo robado.
—No es ningún robo— se excusó la chica. Ahora era la personificación del coqueteo.
— ¿Entonces como lo llamarías?
— ¡Un juego! ¡Vamos, solo jugábamos con ellas!
Algo quedó completamente claro. A esa chica le gustaba Thomas. Tal vez por eso era su odio hacia Amber.
— ¡Un juego solamente! —Exclamó Thomas— ¡Y yo que creí que era un robo!
Las chicas sonrieron, incapaces de encontrar sus voces ahora. Amber abrió el estuche, para encontrar su violín hecho pedazos. Ella ahogó una respiración dolida, tragándose las lágrimas.
—Van a pagar por eso— gruñó Melinda.
— ¿Y quién me va a obligar? ¿Tú? —inquirió una de ellas.
— ¿Qué te parece mi puño en tu cara? —replicó.
Thomas se metió en medio de ellas para evitar una pelea.
— ¿Qué haces? —Reclamó la chica—. Déjala que lo haga…
—Mira— la interrumpió— ¿Cómo dices llamarte?
Las facciones de la chica se descompusieron.
—Ana— susurró.
—Bien, Ana. Tú lo dijiste antes, cada persona tiene su lugar, y donde sea que esté el tuyo, no me importa, ya que el mío está con ellas— dijo y miró a Amber.
Mi hermana lo miraba como si hace mucho tiempo no viera la luz del sol. Quise reírme de la situación, o mínimo provocarme el vómito por toda esa cosa cursi del chico salvándonos. No quería ser salvada, quería ven-gan-za.
Mientras Thomas le decía a Amber que encontraría la forma de que ellas pagaran por el violín, me dirigí a Melinda.
— ¿A qué se refería cuando dijo que hablabas sola? —pregunté.
Mel me miró de una forma poco amable.
—Antes… no me llevaba bien con nadie. Porque mientras crecíamos… bueno, Gabriel se hacía popular y yo, bueno… yo—comenzó a trabarse—. Solo estaba ahí, y no sé por qué no podía hacer amigos, así que, no sé. Es como si me hubiera inventado a alguien. Mi madre dice que era un amigo imaginario, pero yo no lo recuerdo así, era demasiado real, incluso ahora, te puedo jurar que de verdad existía… hace tiempo que ya no viene, o que eso ya no sucede, así que estoy bien. Me convertí en el blanco de las burlas por eso.
—Son unas idiotas— dije—. Además, ahora nos tienes a nosotras.
Melinda sonrió. Ambas volvimos a donde Amber. Ellos se veían… bien. Solo que Thomas seguía sin agradarme, punto final.
— ¿Qué vamos a hacer? —pregunté a todos.
— ¡Tengo como una hora diciéndolo! —Dijo Mel—. Quiero vengarme.
—Y lo haremos— aseguró Amber—. Pero de una forma inteligente, tiene que ser algo muy bien pensado para que nadie se dé cuenta de que fuimos nosotras ¿Está bien?
— ¿Puedo estar dentro? —preguntó Thomas.
Melinda y yo lo miramos de arriba a abajo.
—Solo esta vez— respondimos las dos.
Amber tomó el estuche con los pedazos de violín dentro, y se puso de pie. Los cuatro salimos juntos del edificio.
Thomas se ofreció a llevarnos a casa. Al parecer estaban reparando su motocicleta, así que conducía un auto normal ahora. Amber nos explicó que él lo usaba a cambio de cosas, era un trato que tenía con su madre.
—…. Bueno, primero tendremos que hacer algo ¿Está bien? —preguntó un tanto incomodo, frotándose la nuca.
Las tres nos encogimos de hombros. Amber subió al asiento del frente y Melinda y yo atrás. Pude ver que mi hermana tenía sus dedos entrelazados con Thomas, quise replicar, pero no se veía tan triste como antes. Así que lo dejé pasar.
Todos hablamos sobre cómo podríamos vengarnos con una broma que las dejara en su sitio, pero que no fuera tan cruel.
Después de unos minutos, Thomas aparcó fuera de una escuela primaria.
—Prepárense para el ejército— bromeó y abrió la puerta.
Miré por la ventana, esperando que el novio de Amber volviera. Vi como chicos se dirigían al auto en el que estábamos. Me bastó un segundo vistazo para darme cuenta: Eran hermanos. Contando a Thomas, eran cinco. Todos ellos con el cabello de distintos tonos, sus ojos variaban de color, algunos eran marrones y otros verdes.
El que parecía ser el mediano abrió la puerta para subir, se detuvo al vernos.
— ¿Hola? —dije.
Todos estallaron en gritos y quejas contra Thomas que al parecer no les había dicho nada de nosotras.
Él subió al auto y arrancó.
—Quien no esté arriba a la cuenta de diez, se irá caminando a casa— dijo por encima de todo el ruido.
Los chicos se quejaron, pero subieron a la parte de atrás con nosotros.
— ¿Por qué traes chicas? —se quejó uno de ellos.
—Diez… —contó Thomas.
—No, espera— pidió el más pequeño.
Todos seguían quejándose mientras se acomodaban.
—Nueve… —contó en mayor. Haciendo uso de toda su paciencia.
Curiosamente, en cuanto llegó al número uno, ya todos estaban acomodados en la parte de atrás.
— ¿Cuál de todas es Amber? —preguntó el mediano.
Decidí distribuirlos así:
Thomas. El mediano. Los que parecían ser gemelos y el menor.
Mi hermana se puso del color de un tomate.
—Y-yo— susurró.
— ¿Es por ti que Tom lloró? —preguntó el más pequeño.
Thomas se atraganto con su propia saliva.
—No, yo no lloro— replicó y fulminó con la mirada a su hermano.
— ¡Si lo hiciste! —refunfuñó el pequeño.
Amber miró al frente, como si se reprendiera a sí misma. Un silencio incomodo cayó en el auto.
—Soy Violeta— dije cuando noté que el más pequeño no dejaba de mírame.
—Tus ojos son graciosos— respondió.
Fruncí el ceño. Yo sabía que mis ojos eran pequeños y estaban rasgados.
—Sí, lo son— sonreí.
Thomas suspiró profundo.
—El mediano es Paul, los gemelos son Diego y Dorian y el más pequeño es Sebastián— los presentó.
— ¡No! —Replicó Sebastián—. Ese no es mi nombre, yo me llamo Leonardo.
Tom puso los ojos en blanco.
—Discúlpenlo— dijo Paul—. Tiene una especie de trauma con las tortugas ninja.
— ¿En serio? —Pregunté—. Así que tu favorito es Leonardo…
Después, Melinda se presentó y todos nos metimos en una conversación sobre las tortugas  y más adelante sobre comics. Tanto, que el camino resultó ser muy corto.
Llegamos al pueblo. Afuera de la plaza central estaba una tienda de antigüedades.
—Llegamos— anunció Thomas y todos bajaron del auto.
Parecía como si dentro los aguardara el país de los caramelos.
Tom echó a andar el auto de nuevo para llevarnos a casa. Miré por la ventana y fue entonces que lo capté…
— ¡Para!—pedí.
Él se estacionó de nuevo.
— ¿Qué pasa? —preguntaron los tres.
—Ahí— dije y señalé a través del cristal. El objeto me llamaba a gritos.
Amber y yo nos miramos con complicidad. Sus pensamientos en sintonía con los míos.
—Un sofá para Hanna— expliqué a los otros dos—. Ella se sienta a leer en el suelo porque no tiene un lugar especial para hacerlo… es genial para Hanna.
Terminé de hablar y bajamos del auto.
—Solo preguntaremos el precio—dijo Amber—. Y luego lo hablaremos con Summer y Ralph para comprarlo.
Thomas sonrió de oreja a oreja.
— ¿Qué te sucede? —inquirí.
—Es la tienda de mamá— respondió.
—Eso nos facilita las cosas— dije.
—No, eso significa que debemos pagar, igual que antes. No te vas a aprovechar de la situación— me reprendió Amber.
Bajamos del auto, y entramos en la tienda.
Por todas partes eran cosas antiguas, aunque, supongo que por eso era una tienda de antigüedades. Tenía ese olor peculiar a cosas viejas. Y vi el sofá justo al lado de la ventana. Un único sillón para una sola persona con un forrado de terciopelo negro. Era perfecto.
Una mujer salió a atendernos, su cabello era castaño claro, y algo cortó, sus ojos eran muy grandes y de color marrón claro.
— ¿Puedo ayudarles en algo? —Preguntó, luego vio a Thomas— ¿Amigas tuyas?
El chico suspiró profundo.
—Son Violeta, Melinda y… Amber.
La mujer le dio una mirada significativa y sonrió.
— ¡Soy una grosera! Pasen, adelante.
Thomas no podía estar de un color más rojo. Miré a Melinda y pude ver que tanto ella como yo estábamos conteniendo la risa. Ya que podías poner incomoda a Amber en cualquier parte con cualquier cosa ¿Pero a Thomas? ¡A Thomas nunca!
La mujer nos guío a una pequeña estancia en la parte de atrás de la tienda, donde los hermanos de Tom estaban. Todos ellos con vasos de sopa instantánea en sus manos, gritaban y peleaban por la comida, este lugar no tenía nada que ver con el silencio y la paz de la tienda. En la televisión pasaban un viejo episodio de coraje el perro cobarde.
—Siéntense bien— ordenó la madre y todos ellos hicieron caso.
Me puse a observarlos detenidamente: Paul, el mediano, tenía el cabello castaño oscuro y sus ojos eran marrones. Me pregunté si así era su padre, ya que de todos ellos, él era quien menos parecido guardaba con su madre.
Los gemelos… bueno, ellos eran iguales, tenían el cabello de un castaño claro y sus ojos verdes como los de Thomas.
Y al final estaba Sebastián, él tenía su cabello más rubio que el de Thomas, casi platinado y sus ojos eran café oscuro, esto le daba un toque aún más tierno del que ya tenía.
La mujer comenzó a preguntarle a Amber cosas, como su platillo favorito, su música, película, todo eso.
Mel y yo suspiramos un tanto aburridas.
— ¿Cuántos años tienes? —me preguntó Sebastián.
—Quince ¿Y ustedes? —indagué.
—Tom tiene dieciséis, Paul tiene… —se interrumpió pensando—. Cumplirá quince el mes que entra, los gemelos tienen doce y yo tengo ocho— dijo e infló el pecho, sintiéndose orgulloso de tener esa edad. ¡Vaya niño!
El mediano no dejaba de mirarnos, tanto que ya me estaba haciendo sentir incomoda.
— ¿Cuál es tu problema? —pregunté.
—Yo no creo esa cosa de que ustedes sean gemelas— respondió.
—No me importa lo que tú creas— repliqué.
— ¡Violeta! —me reprendió Amber.
—No, déjala, Paul puede ser odioso— respondió Thomas.
— ¿No se supone que deberías estar en la secundaria? —pregunté a Paul.
Él resopló y recostó su cabeza en el respaldo del sillón.
—He perdido dos años— respondió.
—Él odia la escuela— explicó Sebastián.
—Es  aburrida— se quejó Paul.
—Por lo menos estamos de acuerdo es eso— concordé.
La habitación se quedó en silencio.
— ¿Qué es ese horrible olor? —preguntó Diego… o Dorian, no estaba segura de cual era cual.
Melinda gimoteó y se llevó las manos a la cara.
—Soy yo— dijo—. Huelo a huevo podrido.
Y así como así, todos rompimos a reír. La tarde fue fantástica. Incluso los chicos nos invitaron a jugar futbol con ellos y le dieron una paliza a nuestro equipo. Me di cuenta de que los gemelos eran de esos que uno termina las frases del otro, realmente extraño.
También supe que Sebastián era fanático de las caricaturas, pero que no sabía jugar video juegos porque Paul no lo dejaba tocar su consola ya que él siempre rompía todo.
Más tarde llegó un hombre al lugar, y me sorprendió ver que los hermanos menores lo saludaban con mucho entusiasmo, al igual que la madre de Tom, quien averiguamos se llama Meredith, el sujeto se llamaba David. Y ellos eran pareja, y al parecer a Thomas y a Paul les disgustaba el hecho de que su madre tuviera un novio, ya que si no lo dijeron en palabras, el cambio en su actitud y su ceño fruncido demostraban todo.
Al final, cuando Amber recibió una llamada de Hanna, quien estaba muy molesta porque nos fuimos sin avisar, en ese momento que se rompió el hechizo.
¿Por qué no podíamos tener algo así? ¿Jugar sin las preocupaciones de todas esas leyendas? ¿Poder preocuparte sobre a qué universidad asistirás? Esos chicos deberían saber que se encontraban justo en la cima.
Preguntamos el precio de nuestro objetivo y volvimos a casa.
No pude en todo el camino, dejar de envidiar la vida de esa familia.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora