Resoplando regresé al camino. El jardín no fue para nada interesante.
Las plantas estaban secas a causa del crudo invierno que acababa de pasar. No la culpaba, después de todo, la vieja se despidió este año y dio la bienvenida a la nueva.
La primavera se sentía en todas partes ¿Y si se adelantaba? ¿Podría hacer eso? Fruncí el ceño.
No, no sería posible, el cambio aun no ocurría y Ralph me mataría si intentara hacer algo así.
Arrastrando los pies sobre el fango volví a casa.
— ¿Hola?—grité en la puerta.
Si Amber no me veía, podía correr hasta mi habitación con los pies llenos de lodo.
— ¡Quítate los zapatos! —gritaron desde la cocina.
Hice un puchero y saqué mis botas. Caminé descalza hasta la cocina.
Amber y Summer estaban preparando la cena.
— ¿Dónde está Hanna? —pregunté—. Quería preguntarle algo sobre el invierno.
El cuchillo con el que Amber estaba picando las cosas resbaló y cortó su dedo.
—Duele... —murmuró.
Summer la llevó hasta el lavabo para enjuagar su mano. Terminaron de hacer eso, envolvieron el dedo de Amber en una bandita y Summer terminó de hacer la cena.
Puse los ojos en blanco por todo el drama, y me fui a la recamara que compartiría con Amber.
Tomé el game boy y me puse a jugar Zelda. Presioné los botones y... morí. ¡Demonios!.
Lo malo de este juego es que siempre me mataban... aunque, supongo era bueno, hacía que me enfrascara más y lograra pasarlo, al igual que en los otros juegos que ahora me resultaban aburridos.
— ¡A cenar! —gritó Summer.
Dejé el game boy a un lado y salí de la habitación.
A Ralph no le gustaba que jugara durante la cena, o la comida, el desayuno, antes de dormir, al levantarme. A él no le gustaba que jugara. Punto. Odiaba tanto mi juego como el gorro de Hanna. Los dramas de Summer o... bueno, él no odiaba nada de Amber, ella era la hija perfecta, aunque aún se negara a lo de las estaciones.
Para mí, sonaba lógica la historia que nos contó y el por qué nos rescató. Las estaciones eran controladas por el padre tiempo, ese era Ralph. Agregándole a eso todo lo que podíamos hacer desde pequeñas:
Como Hanna podía hacer que nevara dentro de la habitación, como Summer podía volver cálido cualquier ambiente, Amber podía sanar las plantas o matarlas de igual manera y como yo podía hacer sanar a cualquiera.
Así eran las cosas.
Entré en la cocina. Ralph ya estaba en casa.
—Estuviste jugando— me acusó.
Me encogí de hombros.
—Sip— respondí y me senté en la silla que correspondía.
Amber sirvió la cena.
—Tus ojos están rojos— murmuró Hanna.
Me costó un segundo comprender que se dirigía a mí.
—Estuve jugando— repliqué.
No me gustaba hablar con Hanna. Siempre estaba enfadada conmigo.
Hizo una mueca y no respondió. Todos cenamos en silencio.
Terminé rápido y me levanté de la mesa.
—No te vas hasta que todos terminen— me reprendió Ralph.
—Déjala que se vaya, aquí no hay mucho que hacer—dijo Hanna.
—Si tú no quieres obedecer mis reglas, no lo hagas, pero no me quites autoridad frente a tus hermanas— respondió.
Me senté rápidamente de nuevo. Las cosas se estaban calentando.
—No tengo problema en quedarme— murmuré.
Hanna me fulminó con la mirada, después bajó la vista a su plato y continuó comiendo.
Golpeé la cuchara contra el plato una y otra vez.
El sonido era lindo, me gustaba como sonaba. Lo hice también con el vaso medio vacío.
Todos me ignoraban. Vi que los nudillos de Hanna se tensaron.
Dejé la cuchara a un lado. No quería que se enojara conmigo.
—Deja de hacer eso—dijo Hanna entre dientes.
—Ya no estoy haciendo nada— me defendí.
Me miró confundida.
—No te estaba hablando a ti— dirigió su mirada ahora fría a Summer.
Sentadas una frente a la otra.
— ¡Qué dejes de hacer eso! —gritó.
— ¡No estoy haciéndote nada! —replicó Summer.
Un punto a su favor era que no le tenía miedo a Hanna.
—Me estás pateando por debajo de la mesa—espetó.
¡Oh! ¡Oh! Yo conocía esa mirada.
—No es verdad— se defendió Summer.
En lo que dura un parpadeo Hanna saltó sobre la mesa e inmovilizó a Summer con su peso.
— ¡Déjame!—gritó.
—Discúlpate— gruñó Hanna.
—No me disculparé por algo que no hice.
Ralph golpeó la mesa con ambas manos y se levantó, tomó a Hanna por la cintura y la quitó de encima de Summer.
El verano corrió hacia la puerta para huir del invierno.
—No te atrevas... —amenazó Hanna. Levantó la mano y abrió el puño.
Los líquidos sobre la mesa se congelaron, los platos se reventaron y las luces parpadearon.
Summer se detuvo antes de cruzar la puerta. Una ligera capa de hielo estaba entre nosotros y la siguiente habitación.
— ¡Ja!—espetó Hanna.
Ralph le dio una mirada molesta y tomó una silla para romper la ligera pared. Summer subió corriendo a su habitación. Hanna se fue al patio y Ralph la siguió.
No era normal que dejara salir eso, como si nada. No debería. No era bueno. Algo debía significar.
Me quedé quieta en mi asiento.
Summer no parecía afectada, mucho menos Hanna.
— ¿Amby?—pregunté. Mi hermana estaba realmente pálida— ¿Estás bien?—indagué.
Ella negó con la cabeza y se fue.
Me quedé ahí sentada. Yo quería ser la primera en irme y ahora era la última.
Resoplé y levanté los platos rotos de la mesa, los puse en la basura, coloqué lo que no resultó roto en la lava platos y salí de la cocina.
En mi recamara vi que Amber ya estaba en la cama.
Me puse mi pijama y me recosté para jugar con el game boy antes de dormir.
—El invierno está muy lejos— murmuró Amber.
Supe que estaba hablando en sueños. Quizá una pesadilla.
Curiosamente se me quitaron las ganas de jugar. Siempre que Amber estaba triste o asustada, o con cualquier otra emoción demasiado fuerte para ella. Era como si me contagiara de ello, como si compartiéramos una conciencia o un alma, por muy ridículo que sonara eso.
Me di la vuelta en la cama y respondí.
—Tendrá que llegar algún día.
Cerré los ojos y me quedé dormida pensando en que al día siguiente comenzaría una vida medio normal.
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Corazón de hielo
FantastikHabía una vez cuatro hermanas ellas vieron que al mundo le hacía falta algo. Antes, según la leyenda, el mundo se dividía en partes y en cada parte haría una estación. Las cuatro hermanas sintieron que estas estaciones deberían ser compartidas, que...