CAPITULO 57.- SUMMER:

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El clima cambiante, la sensación de miedo, Hanna diciendo que volvería pronto, Silver llorando.
Todas esas cosas no son precisamente algo que te ayude a estar tranquila.
— ¿Violeta?− pregunté.
Pasó mucho tiempo desde la última vez que la escuché hacer cualquier ruido.
—Deja de preguntar por mí cada cinco minutos— se quejó—. Estoy tratando de dormir.
Me crucé de brazos, preparada para regañarla por su respuesta.
Las palabras quedaron atoradas en mi garganta cuando Silver comenzó a aullar, de una manera que me hizo sentir indefensa.
Violeta se puso de pie y corrió a donde estaba, con Silver siguiéndola de cerca.
El día se oscureció, el viento arremetió fuerte contra las paredes de la casa, haciendo parecer que estaba hecha de cartón.
— ¿Summer? —susurró mi hermana.
—No te preocupes— contesté tratando de lucir calmada—. Todo va a estar bien.
Por si no fuera poco lo que sucedía afuera, Silver no dejaba de llorar. Violeta estaba temblando contra mi costado.
Iba a decirle que todo estaría bien, que Hanna volvería a tiempo para la cena y la despedida que teníamos planeada para antes de que fuera reclamada… cosa que sucedería en dos días. Mañana por la noche, mi hermana no estaría más con nosotras.
Los cristales de la casa comenzaron a vibrar, tan fuerte que pronto se estaban haciendo pequeñas rupturas en ellos, no podía quitar la vista de esta escena. Mis oídos solo registraban los aullidos de Silver.
¡Cállate! Quería gritarle ¡Cállate, me sacas de quicio!
Las vibraciones y movimientos se detuvieron. Incluso podía ver las pequeñas motas de polvo danzar frente a mis ojos ¿Por qué? ¿Por qué no podía fijar la vista en algo más? Solo estaba eso, el polvo. ¿No era eso lo que seriamos al final? Polvo eres y en polvo te convertirás.
Y como si alguien hubiera pulsado el botón de Play, las cosas siguieron.
Los cristales estallaron, lancé a Violeta al suelo y la cubrí con mi cuerpo, mientras las ventanas terminaban de romperse por completo.
—Escúchame— susurré en su oído—. Tenemos que salir de aquí… ya no es seguro.
A pesar de que estaba temblando mi voz salió firme. Mi hermana asintió un par de veces.
Juntas nos levantamos y anduvimos a la puerta, todo se quedó en silencio de nuevo. Odiaba el silencio, así cualquier cosa podría asustarte. Odiaba que las cosas sucedieran de esta manera. Odiaba infinitamente a esas cosas que se encargaban de acabar con todo lo que conocíamos, con todo lo que amábamos.
Escribí en mi brazo un par de frases, y comencé a preocuparme cuando no obtuve respuestas de Hanna.
Silver se colocó justo frente a nosotras, su pelaje erizado, las uñas clavadas contra el suelo de madera, los gruñidos escapando de su hocico.
— ¿Silver? —preguntó Violeta.
Él estaba atento a algo del otro lado de la puerta.
—Sígueme— dije—. Saldremos por atrás.
Violeta negaba con la cabeza, no quería abandonar a su mascota.
—Vámonos— exigí.
— ¡No!− gritó—. Silver, ven conmigo…
El perro la miró, pero no abandonó su posición.
—Violeta…
—No lo entiendes— dijo llorando—. Él es mi amigo, desde que lo encontré ha estado ahí para mí, fue mi único amigo durante mucho tiempo… si se queda… si algo le pasa…
Evité poner los ojos en blanco. Tenía esa misma sensación de calma como cuando solté a Evan en el puente. Era como si de cierta manera, sintieras todo el peso del mundo sobre tus hombros…
Volví sobre mis pasos y levanté al perro de donde estaba, era más pesado que antes, pero su peso no era suficiente para detenerme, solo para retrasarme.
— ¡Vámonos! — ordené a mi hermana.
Violeta sacudió la cabeza, salió del trance y me siguió a la puerta de atrás. Silver pataleaba contra mi costado para que lo soltara, eso lo hacía más difícil.
Ambas anduvimos en silencio hasta salir de la casa, afuera reinaba una oscuridad absoluta, más pesada y aplastante que cualquiera que recordara. Las dos caminábamos simultáneamente, esas cosas parecían estar enfocadas en algo que no éramos nosotras… por el momento.
Sentí un dolor agudo sobre el brazo que me obligó a soltar a Silver. Me mordió para que lo liberara. El perro corrió hacia esas cosas mientras seguía ladrando y gruñendo…
—Nos quiere proteger— susurró Violeta.
—Démosle la oportunidad— dije y la tomé de la mano, usando el brazo que no me dolía.
Tiré de ella hasta que siguió mi paso. Podía sentir como la sangre escurría hasta dejar un rastro de puntos rojos.
Debíamos llegar al puente y de ahí al hogar de los guardianes ¿Cómo era posible que aún no se percataran de lo que estaba sucediendo?
El dolor del brazo iba en aumento, por no mencionar las quemaduras que me gané cuando esa sombra me arrastró hacia el bosque el día que Evan murió.
Podía escuchar una respiración dificultosa. ¿A Violeta le estaba costando trabajo respirar?
Ahora no había tiempo para eso, si era necesario, la llevaría en brazos a ella también. Me detuve en seco al darme cuenta de dos cosas: Una, estaba tan oscuro que no sabía a donde me dirigía. Dos, la respiración dificultosa era la mía.
Un dolor agudo se abría paso por mi pecho, para luego extenderse hacia el resto de mi cuerpo. Caí de rodillas sobre la tierra húmeda y de nuevo reinó el silencio.
Podía escuchar el agua chocar con la orilla ¿El lago estaba cerca? ¿Qué tanto?
¿Por qué me sentía así? ¿Tan fuera de la realidad? ¿Acaso llegaba un punto en el que el dolor no te dejaba sentir nada más? Solo dos veces me había sentido de esta forma, una fue cuando éramos pequeñas y Hanna cayó de un columpio en un parque, ella se hizo una gran cortada arriba de una ceja. Yo estaba muy lejos de ahí, me encontraba en casa con mamá, aun así sentí el dolor de mi hermana. Le había dicho a Sophie que me dolía la cabeza, ella creyó que estaba enferma, hasta que de la nada comencé a sangrar.
A los segundos llegó Ralph con Hanna en brazos, él se estaba disculpando por haberla tirado del columpio. Cuando se dio cuenta de lo que sucedía, fue que él y mamá pusieron manos a la obra para curarnos a ambas.
Ahí fue donde se dio cuenta, después de hacerle muchas preguntas a Sophie y unas cuantas a nosotros. Su rostro se había iluminado ese día para después explicarnos: Son las estaciones.
La segunda vez que me sentí así, fue cuando llegó el turno de Amber para irse, cuando el otoño anterior murió.
Sabía que Violeta estaba en óptimas condiciones porque no dejaba de gritar mi nombre ni de mover mi cuerpo para obligarme a levantar mi trasero del suelo.
¿Qué sucedió con Hanna? ¿Por qué no llegaba todavía? El dolor en mi pecho fue disminuyendo hasta que solo quedó el recuerdo.
Hanna estaba bien, tenía que aferrarme a esa idea.
Apoyé las manos contra el suelo en busca de apoyo, la cabeza no dejaba de darme vueltas.
—Estamos cerca del lago— murmuré.
—Summer…— la voz de mi hermana se cortó.
Seguí la dirección de su mirada. Ya éramos el centro de atención de las sombras, esas cosas bajaban en picada hacia donde estábamos, saliendo de ninguna parte.
—Vete— ordené.
Violeta me miró y negó con la cabeza, sabía que no se iría, cuando su mirada mostraba esa determinación, no había nada ni nadie que la hiciera cambiar de opinión.
Me levanté y traté de correr, solo para volver a caer.
Ya estábamos rodeadas, las sombras robando mi energía, todo eso que siempre me acompañaba, me sentía hueca, vacía… sin sueños… ¿Sin sueños? ¿Por qué recordar un espantapájaros en estos momentos? ¿De qué me sirvieron tantos entrenamientos con él, si me dejaría vencer tan fácil?
Los escalofríos invadieron cada parte de mi cuerpo.
—Agáchate— le pedí a mi hermana. Violeta se tiró al suelo, cubriendo su cabeza con los brazos.
Cerré los ojos, concentrándome en todo lo que me rodeaba. Lejos de donde estaban esas cosas había luz, y donde estaba la luz cabía la vitalidad. Había calor, sol, vida…
Podía sentir a cada persona que estaba a la redonda. Los autos que pasaban por la carretera. Dos personas más atrapadas entre las sombras como nosotras. Y un perro, podía sentir las pisadas de Silver acercándose a donde estábamos.
Y de pronto todo desapareció, justo como Ralph me había explicado que sucedería.
Una energía muy familiar me recorrió, rodeando todo mi ser, vi a la mujer de ojos azules extender sus brazos para mí, yo no quería responderle,  no todavía, tenía miedo de lo que pudiera suceder.
Respondí a su toqué con un solo roce de las manos.
El calor, la vitalidad y la felicidad del verano.
Abrí los ojos, para encontrarme con las cuencas vacías de una de las sombras.
Yo podía hacer esto, sabía que podía. Coloqué mis manos contra ella y dejé que toda esa energía que hasta ahora había estado conteniendo, saliera. Lo que provocó que varias de esas cosas fueran lanzadas en diferentes direcciones. Solo con aquella con la que había tenido contacto desapareció, las demás se alejaban, midiendo su distancia, evaluándome.
Violeta se puso de pie, y me miraba con la boca abierta.
Me sentía mareada, pero no de la misma manera que antes, ahora había adrenalina pura.
—Tenemos que avanzar— ordené.
Mi hermana asintió.
Escuché como las pisadas se acercaban y Silver llegó al lado de Violeta.
Maldito perro ¿Para qué me mordió entonces? ¿Solo para irse y luego volver?
Silver le tiraba mordidas a las sombras, cosa que ellas evadían con facilidad. El perro se lanzó contra una de esas cosas, pero fue atrapado antes de caer al suelo. La sombra lo tenía del cuello.
— ¡Suéltalo!− chilló Violeta.
Me tomó unos segundos darme cuenta de que la sombra estaba tomando forma. Primero las manos que sostenían al perro y lo hacían llorar, fue avanzando hasta que era una persona frente a nosotras.
La respiración de ambas se quedó suspendida. Era Ralph y nos sonreía.
Violeta apretó los puños, de sus ojos comenzaron a salir lágrimas.
—Suéltalo— gruñó.
— ¿Esa es la forma de hablarle al hombre que dio todo por ustedes? No me parece correcto— era la misma voz, aunque con cierto tono de burla.
Silver se retorció bajo el agarre de la sombra. No podía llamarla Ralph, no lo haría.
—Tú no eres él— dijo Violeta—. Ralph jamás le haría daño.
—No lo conoces tan bien como creías— replicó el espectro. Silver volvió a aullar, parecía estar pasando por mucho dolor.
— ¡Que lo sueltes!− gritó Violeta.
La tierra comenzó a moverse, tanto que no pude conservar el equilibro. Las plantas bajo mis pies se movían de una manera tétrica y mágica al mismo tiempo.
Los ojos de la sombra se volvieron oscuros y vacíos al volver a su forma incorpórea, solo que no pudo escapar. Las ramas de los arboles la atraparon en el aire, perforándola, las ramas entraban y salían de su cuerpo como si de un arma se tratara.
Más sombras llegaron, todas en su forma oscura.
Reunía calor en mis manos tan rápido como me era posible.
Las plantas se encargaban de ellas. Violeta gritó, estaba consumiendo más energía de la que podía producir. Sangre comenzó a brotar de su nariz y sus ojos se pusieron en blanco. Silver empezó a chillar a su lado, seguido de aullidos de dolor.
—No…— murmuré y avancé unos pasos hacia ella.
Las sombras creyeron que ya no hacía falta preocuparse por nosotras, ya que no parecíamos una amenaza ahora, consumidas por nuestra propia energía, por habernos excedido. Solo una de ellas quedaba, estaba adquiriendo su forma humana, por lo menos no era alguien que conociera.
Como pude, me tambaleé hasta Violeta y caí a su lado, cubriendo su cuerpo con el mío, asegurándome de prolongar su vida, de que cualquier tipo de ayuda llegara y la salvara, lo que pasara conmigo me tenía sin cuidado.
Violeta se hizo un ovillo bajo mi protección, Silver me lamia la herida que él mismo había provocado. No pude decirle que no se preocupara por eso, ya que no encontraba mis fuerzas ni siquiera para hablar, así que lo miré y negué con la cabeza, deseosa de poder pedirle que se marchara y nos dejara, que encontrara otra familia que cuide de él.
El escalofrió subió por mi espalda, sentía como las fuerzas se iban poco a poco. Miré a la sombra que ahora estaba en su forma humana, esta sonreía, sin ocultar el placer que le producía el por fin deshacerse de las estaciones.
No cerré los ojos para esperar el golpe, si moría lo haría de frente y bien, mirando a los ojos de mi verdugo.
El hombre por el que la sombra se estaba haciendo pasar, aulló de dolor, no supe que le sucedía hasta que miré su pecho, de este sobresalía una navaja algo larga, tardé unos segundos en darme cuenta de que era un patín para el hielo.
Algo viscoso y negro comenzó a brotar de la herida, hasta que la sombra estalló en un montón de humareda negra.
Miré a quien nos había salvado.
—Antes de dar a alguien por muerto, asegúrense de que no tenga pulso— espetó Hanna.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora