CAPITULO 16.- SUMMER:

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Después de despertar a Hanna y ayudar a mis hermanitas a estar listas, hice el nudo de la corbata de Ralph.
—No sé por qué insistes en que vayamos a ese lugar... Nunca les gustaron las iglesias— protestó mi padre.
Puse los ojos en blanco.
—Es la esposa de tu amigo quien te está invitando, además, debemos ir; sería poco cortés no aceptar la invitación. Y no tenemos nada en contra de las iglesias, son las ceremonias las que aburren— expliqué.
Ralph resopló.
—Evan no se molestará porque le diga que no.
—Pero no fue Evan quien te invitó, fue Sarah— repliqué.
—No, fue su hijo... ¿Cómo se llamaba? ¡Ah sí! Gabriel— me miró y sonrió solo para molestarme.
—Es un amigo— murmuré ruborizándome.
—Oh sí, claro. Sophie también era mi amiga— bromeó—. Espero que lo tuyo con este chico quede solo en amistad, Summer.
Ya no estaba bromeando. Asentí sin poder hablar.
—No debes preocuparte por nada.
Ralph se pasó la mano por el cabello.
—Aun no sé cómo le explicaré a Dominik cuando Hanna tenga que irse— dijo.
—Podemos decirle la verdad— sugerí. Ralph me dio una de sus miradas—. O no— agregué.
—Nos juzgarían locos y se las llevarían a otra parte, lejos de mí. Y hasta que el cambio suceda, deben estar juntas.
Suspiré.
—Te prometo que no dejaré que nada nos separe.
—Solo el cambio. susurró.
Bajé la mirada al suelo.
—Solo el cambio— repetí.
Se escuchó el ruido de los neumáticos contra la tierra de la entrada y después como alguien golpeaba la puerta.
Miré a Ralph a los ojos.
—Ve a recibir a tu novio— fastidió.
— ¡No es mi novio!—exclamé.
Se encogió de hombros.
—Como sea.
Reí y bajé las escaleras lo más rápido que pude.
Me detuve frente a la puerta, alisé mi vestido y acomodé mi cabello. Respiré profundo y abrí.
Gabriel se veía muy apuesto. Una camisa y un pantalón negro. Y zapatos de vestir.
Su cabello negro estaba peinado hacia atrás. Su atuendo hacia resaltar el azul de sus ojos.
—Te ves fantástica— me saludó.
Sonreí.
—Gracias.
Dejé que pasara a la sala.
—Falta que Hanna esté lista y nos iremos.
Gabriel negó con la cabeza.
—Estamos a tiempo— dijo.
El reloj de la sala sonó, como si respaldara su comentario.
—Me gusta ese sonido— dije—. Me parece que el reloj es muy viejo ¿Sabes? Venía con la casa, aunque me agradaría saber la historia que hay detrás de él.
Gabriel me miró como si fuese una criatura de otro mundo.
—Solo es un reloj— dijo al fin.
—Tal vez tu padre sepa la historia de él, así como de la casa... ya que antes era de él.
Se encogió de hombros.
—Debes preguntarle tú— dijo y frunció el ceño—. Procuro no meterme en los asuntos de mi padre— murmuró.
— ¿Ocurre algo con...? —no pude terminar la pregunta.
La puerta del baño se abrió de golpe y me asustó.
Hanna salió a trompicones del lugar y resbaló sobre el suelo de la sala, justo frente a nosotros. Estaba en ropa interior de color negro y en su frente había una herida que chorreaba sangre. El color de su ropa y el rojo de la sangre hicieron resaltar más su piel en extremo blanca.
— ¿Hanna? —preguntó Gabriel.
Ella levantó la vista, pero no parecía vernos a nosotros, su mirada estaba perdida en alguna parte. Sacudió la cabeza y nos miró. Se levantó del suelo de una manera rápida y luego se dio cuenta de su atuendo.
— ¡Demonios! —se quejó y se llevó la mano a la frente para cubrir la herida. Corrió escaleras arriba, a perderse a su habitación.
Entré al baño, solo para asegurarme de que era lo que la había puesto así, pero dentro no había nada más que... hielo, mucho hielo. En las paredes, en la regadera, en el suelo y el lavamanos y sobre el piso estaba su vestido completamente mojado.
Cerré la puerta de golpe antes de que Gabriel fuera capaz de ver algo.
— ¡Amber! ¡Violeta! —grité. Mis hermanas solo tardaron unos segundos en llegar a donde estábamos—. Atiendan a Gabriel, por favor— pedí—. Iré a hablar con Hanna.
Sin esperar una respuesta corrí escaleras arriba. No me tomé la molestia de tocar y entré.
Hanna estaba frente al espejo, curando la herida de su frente y haciendo muecas que solo podían significar que estaba enfadada.
—Nunca aprendiste a tocar las puertas— espetó.
—No, claro que no— respondí.
Ella puso los ojos en blanco y me ignoró.
—Ven— la tomé de la mano y la llevé a su cama. Arrebaté el pañuelo de su mano y empecé a limpiar su herida, después coloqué una gasa sobre ella y ya— ¿Qué te pasó? —pregunté.
—Algo muy estúpido— replicó.
—Así que no quieres hablar de eso...
—No, no quiero— interrumpió tajante.
—Bien— murmuré.
—Ahora vete a la iglesia con los demás— me corrió.
— ¿Y tú?
—No voy a ir— dijo y se cruzó de brazos.
—Conseguiré algo de ropa para ti— dije.
—No se trata del vestido— masculló—. Se trata de todo esto... no sé que estoy haciendo.
—Nadie lo sabe, Hanna. Nunca nadie sabe lo que hace, de eso se trata. Por eso el mundo es como es.
Ella suspiró, comprendiendo mi comentario.
Corrí a mi habitación y tomé el único vestido disponible. Uno de color azul pálido que a Hanna no le gustaría, pero no había otra opción.
Subí a su recamara y se lo entregué. Ella no comentó nada y cerró la puerta en mi cara.
Bajé las escaleras y me encontré con mis hermanas, Ralph y Gabriel. Explicándoles que Hanna bajaría en cualquier momento.
Mi padre preguntaba unas cosas a Gabriel acerca de la familia y el respondía cortésmente.
Las escaleras rechinaron y seguí la vista de todos.
El vestido casi se perdía con el tono de piel de Hanna; y llevaba puestas las botas negras de motociclista que le llegaban unos centímetros arriba del tobillo. Yo odiaba esas botas, motivo por el cual, ella las usaba muy seguido.
Su cabello platinado colgaba a ambos lados de su cara, casi cubriéndola por completo.
Hanna resopló y puso los ojos en blanco.
— ¿No hay nada más que ver? —inquirió molesta.
Ralph negó con la cabeza y nadie dijo nada más.
Subimos a la camioneta y nos dirigimos a la iglesia, donde la familia de Gabriel nos esperaba.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora