CAPITULO 43.- SUMMER:

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Aburrido. Fue mi primer pensamiento cuando Valeria nos repartió los guiones. Ya que habíamos ensayado mucho tiempo y ahora como uno de los chicos (el otro papel principal) se había enfermado, gracias a la helada. Todos debíamos leer los guiones en casa una última vez, ya estaba completo y corregido, después debíamos encontrarnos en el aula de teatro para los últimos detalles.
Me despedí de las personas agitando la mano y salí.
El calor abrazó mi piel. Extendí los brazos para absorber la mayor cantidad posible de vitamina D.
Amaba esa sensación. Como se filtraban los rayos de sol por todos los poros de mi piel.
Alguien amarró mis manos y tapó mis ojos. Me tomó unos segundos darme cuenta de que fue con tela y no con unas manos.
— ¡Déjame! —exclamé. Sabía que nadie acudiría en mi ayuda, ya que la escuela estaba vacía a esa hora.
La persona comenzó a empujarme por la espalda, pero al percatarse de que no caminaría me alzó en brazos.
— ¡Basta! —Chillé—. Vas a arrepentirte. Voy a golpearte muy, muy fuerte, tan fuerte que desearas vomitar tus intestinos— amenacé.
La persona rio.
—Sí, no tengo ninguna duda de eso— replicó.
¿Espera? ¿Qué? ¡Yo conocía esa voz!
— ¿Gabriel?
— ¿Quién más podría ser? —respondió.
Escuché como se abrió la puerta de su auto, luego me depositó en el asiento y cerró la puerta. Unos segundos después él subía al asiento del conductor.
Me quitó la venda de los ojos.
— ¿Qué estás haciendo? —reclamé.
Gabriel sonrió sinceramente.
−Cumplir una promesa. Tendremos esa cita, aunque me hagas vomitar los intestinos— bromeó.
Reí ante esto.
— ¿No tratarás de huir? —preguntó preocupado. Aun no arrancaba el auto. Negué con la cabeza— ¿Por qué?
—Yo no soy Hanna, y no puedo estar enojada con las personas durante mucho tiempo, además, yo quiero esta cita— admití.
—Per- fec -to— dijo y arrancó su vieja Toyota.
Miré hacia la ventana y oculté una sonrisa. No sabía a donde iríamos, pero no me importaba, mientras fuera con él, iría a donde sea.
Gabriel condujo por toda la carretera, suponiendo que siguiera esa dirección, llegaríamos a la ciudad. Estacionó la troca en una de las salidas de la carretera.
Fruncí el ceño ¿Caminaríamos por ahí? La verdad era que me encantaba la idea, pero no estaba vestida para hacer senderismo.
—Melinda y Violeta me ayudaron a conseguirte algunas cosas— dijo Gabriel cuando le pregunté—. Te dejaré sola para que te cambies.
Cerró la puerta, dejando una mochila algo conocida en el asiento.  Saqué las cosas y pronto estuve vestida con la ropa que utilizaba para practicar con sin sueños.
Bajé del auto y alcancé a Gabriel.
— ¿Por qué tanto misterio? —pregunté.
Me miró y sonrió.
—Ya lo verás.
Caminamos cuesta arriba, los pinos hacían que el aire fuera respirable y no muy caliente ni viciado como en el pueblo.
Hablamos sobre todo y nada al mismo tiempo. Del día que nos conocimos, de cómo lo golpeé cuando estaba molesta con él, se disculpó un sinfín de veces por no haberme dicho que era un guardián.
—Ya no importa— interrumpí mientras se disculpaba otra vez—. Tampoco te dije que era una estación. Además… no quiero hablar de esas cosas ahora, no hoy.
—Está bien.
— ¿Falta mucho?
Gabriel negó con la cabeza, sacó una tela de su mochila y cubrió mis ojos de nuevo. Estuvo guiándome por todo el sendero para que no me cayera, no soltó mi mano en ningún momento, el tacto de su piel contra la mía me hacía querer sonreír. Desde que lo conocí, me sentía así por Gabriel, de un modo en el que ya no quería separarme nunca, y me resultaba completamente fácil perderme en sus ojos.
—Llegamos— anunció y quitó la venda de mis ojos.
Ahogué una respiración. El lugar era fantástico, nunca creí encontrar algo así en un pueblo como este.
Ya había escuchado el rio camino hacia aquí, pero no le di importancia.
El sol estaba en su cenit y se reflejaba sobre el agua que no dejaba de correr. Y justo del otro lado del rio había un pequeño claro. Las aves cantaban y se escuchaban por todo el lugar.
—Es asombroso— dije por fin.
—Lo sé—respondió—. Vengo aquí a pensar, cuando quiero estar solo. Lo descubrí cuando era niño, y desde entonces se convirtió en mi lugar favorito. Nunca se lo había mostrado a nadie.
— ¿Eso me convierte en la primera persona además de ti que lo sabe? —mordí mi labio.
Gabriel asintió. Sonreí para él.
Nos sentamos sobre el pasto a la sombra de un árbol y él empezó a sacar cosas de su mochila. Una manta, comida que resultó ser lasaña vegetariana para mí y con carne para él, y también… ¡Un momento! ¿Eso era pastel de coco? Si no fuera por mi autocontrol, me habría lanzado sobre el postre de inmediato.
Ambos comimos y bromeamos sobre cualquier cosa, hasta que me comí la última rebanada de pastel.
Me dejé caer sobre el pasto con los brazos extendidos.
—Estoy llena, voy a reventar— aseguré.
Gabriel se acostó a mi lado, en la misma posición.
— ¿Tu lo cocinaste? —pregunté.
— ¿Yo? No, soy de esas personas que queman el cereal— bromeó.
—Como Homero Simpson— dije en comparación.
Gabriel frunció el ceño.
—Sí, claro. Ahora me pondré viejo, gordo y calvo. Seré una persona mediocre queriendo que los demás hagan todo por mí— siguió el juego.
—Yo solo me refería a lo de quemar el cereal, pero si él es tu modelo a seguir, es tu problema.
Gabriel se incorporó sobre sus brazos y me miró de una forma en la que creí que me derretiría.
Lo miré de igual manera, no dejé nada escondido. No quería hacerlo, estaba harta de los secretos. Fue como tener una conversación sin palabras.
Al fin, él rompió la conexión, se puso de pie y me ayudó a levantarme también.
Nos sentamos en la orilla del rio, me quité los zapatos y calcetines para meter mis pies al agua. Gabriel me imitó unos minutos después.
—Así que… ¿Violeta y Melinda sabían de esto? Me sorprende que mi hermana pudiera quedarse callada.
—No. Solo Melinda lo supo y se ofreció a ayudarme, incluso me dijo donde conseguir la comida. Y en cuanto a Violeta… bueno, no fue difícil convencerla de que nos diera la ropa. ¿Ya te había dicho que es muy fácil convencerla? —preguntó.
—Es porque no vives con ella. Violeta, ella cree que todo el mundo es bueno y que nadie le puede mentir o hacer daño. Eso me preocupa y mucho— sacudí la cabeza—. Pero no hay que hablar de esas cosas. ¿Cómo sigue tu hermana? Hanna me habló de lo que le pasó…
Gabriel suspiró y miró al cielo.
—Mel está bien, no recuerda nada y eso es… bueno, supongo. Así no tendrá que enfrentarse a nada de esto nunca.
Respiré profundo y me mordí el labio.
— ¿C- Como es ver a una sombra? —pregunté.
Gabriel arrojó agua del río a mi cara y soltó una carcajada.
—Quedamos en que no hablaríamos de esas cosas hoy— me recordó.
Tomé agua entre mis manos y también se la arrojé. Pronto los dos estuvimos corriendo por todo el claro, porque él trataba de atraparme para lanzarme dentro del agua, y no era fácil atraparme. Y cada vez que me acercaba al río, solo era para tomar agua entre mis manos y lanzársela a Gabriel. No sé cuánto tiempo pasó, pero tampoco me importó. Pronto, él estuvo mojado de la cabeza a los pies, y yo ya estaba seca.
—Ven aquí— pidió una vez que se cambió con una camiseta seca.
Me acerqué con desconfianza, pero el tiró de mí. En un segundo estuve recargada sobre su pecho, ambos mirando el atardecer.
—Esto es lo mejor de todo este lugar— susurró en mi oído.
Traté de prestarle atención al panorama, tratando de ignorar los brazos que rodeaban mi cintura. Tratando de no ponerle atención la respiración en mi cuello.
Nunca en mi vida me había sentido más segura que en este momento.
Los rayos del sol alcanzaron un punto de reflejo, en el que solamente golpeaban la superficie del agua, haciendo que todo pareciera como si estuviera en llamas.
—Se está quemando— murmuré.
—Un río de fuego— concordó Gabriel.
No sé porque, pero algo en mi gritaba porque lo mirara justo ahora.
Y lo hice, giré mi cabeza un poco, y me encontré con sus ojos observándome. Y cuando sus labios rozaron los míos, pude jurar que el tiempo se detuvo.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora