CAPITULO 62.- AMBER: 3 AÑOS DESPUES.

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Presioné todas las teclas del piano al mismo tiempo. Estaba desesperada.
La primavera llegaría pronto y era la oportunidad para ver a mis hermanas, a las tres. ¿Cuánto habría cambiado Violeta? Summer y Hanna me decían que ella era más madura y valiente que antes.
Lloré como una bebe cuando me dijeron lo que sucedió con Ralph, estuve recostada en mi cama sin levantarme durante mucho tiempo.
Cuando al fin logré hacerlo, caí en la cuenta de todo.
Dominik era el nuevo padre tiempo.
Thomas y Paul eran guardianes.
Melinda sabía todo desde el inicio.
Me perdí de tantas cosas, pero aquí, aquí solo reinaba el silencio.
Un lugar que reflejaba los colores ambarinos del atardecer todos los días. Los árboles con sus hojas anaranjadas y amarillas. El suelo cubierto de hojas secas que emitían un hermoso sonido cuando las pisaba. La cabaña con chimenea para cuando el viento fuera sumamente frío o estuviera lo suficientemente triste como para que rompiera a llover.
Contaba con los cultivos que cuidaba en la parte de atrás de la cabaña para comer y distraerme.
La cabaña no estaba tan mal. Tenía una cómoda cama con mantas, libros, una chimenea, un piano y mi violín. Podía componer canciones a todas horas, cuando yo quisiera.
Me hacía cargo del otoño, las lluvias, los vientos, la muerte de algunos árboles. Todo.
Un espejo me mostraba como lucía a través del tiempo, además de los cambios que debían surgir, llegué a comprender que lo que sucedía a través de ese espejo es lo que pasaba con el mundo, y lo que yo debía hacer al respecto, no encontré la forma de enfocarlo en las personas que yo amaba, como mis hermanas y Thomas.
Por eso, cuando Dominik apareció un día aquí… no supe cómo reaccionar, le lancé platos y libros, todo lo que estuviera a mi alcance.
Hasta que logró tranquilizarme y explicarme todo lo que había sucedido. Después, me llevó al encuentro con Hanna. Ella me dejó llorar sobre su hombro, hablamos de tantas cosas y se quedaron muchas más pendientes. Un solo día no era mucho, pero era algo. Cuatro días al año para estar las cuatro juntas.

Suspiré y traté de tocar de nuevo la canción de cuna, mis dedos se habían vuelto más hábiles y rápidos con el paso del tiempo, después de todo, podía ensayar todos los días.
Encontré un diario, donde la estación pasada, Layla, escribía todos los días, supongo que buscaba mantenerse cuerda.
Yo tenía compañía a veces, ya que Dominik venia y me traía cosas como ropa que Melinda elegía, también comida que no podía obtener de mis cultivos. Traía cosas para hacer mi estancia más cómoda.

Escuché pasos afuera. No era muy fácil que alguien llegara aquí sin que me percatara, ya que las hojas se rompían con facilidad.
Dejé el piano, hice hacia atrás el banquillo y me puse de pie,  de seguro era Dominik.
Jugueteé con un hilillo suelto de mi pantalón, tomé un suéter y me abrigué con él. No lucía muy bien, el espejo me lo decía.
Mi cabello estaba muy largo y revuelto, no sucio ya que lo lavaba todos los días… solo revuelto, hacía mucho tiempo que no me tomaba la molesta de cepillarlo.
Salí de la casa y me detuve en seco.
Dominik sonrió y desapareció lentamente, hasta que ya no pude verlo más. Había visto como hacia eso muchas veces, pero ahora mis ojos no podían apartarse del lugar en el que había estado el joven de pie.
Se quedó alguien más.
Su cabello rubio, aquel que podía compararse con el oro, y los ojos de un color gris- verde. Su piel estaba muy quemada por el sol, no era de extrañarse, ya que Dominik me dijo que él ahora era un guardián y que entrenaba de sol a sol.
Metros que nos separaban. Muchas hojas secas, tierra, viento de por medio, eran obstáculos fáciles de superar, pero para mis piedras se sentían como montañas, serpientes y ladrones. No podía mover un musculo. Nadie nunca me advirtió que él vendría.
¿Qué estaría pensando? ¿Quién es la vagabunda que tiene frente a él?
Thomas avanzó dos pasos, luego se detuvo. Su boca se abría y cerraba en palabras que no podía pronunciar.
No era como si pudiera llegar y decir: “Hola ¿Cómo has estado?”
Pasaron tres largos años desde que lo vi. Tres años en los que estuve sola la mayor parte del tiempo. Siempre me costó mucho trabajo relacionarme con las personas y ahora más, y con justa razón.
Un viento frio llegó y alborotó mi cabello. Apreté mis brazos contra mi pecho, tanto para abrigarme del viento como para hacer que mi corazón latiera a un ritmo normal.
Thomas sacudió la cabeza un par de veces, saliendo de su aturdimiento.
Recorrió la distancia que nos separaba a una velocidad impresionante. Sus brazos rodearon mi cintura, y enterró la cara en mi cuello.
¿Había crecido? ¿Era más grande? ¿Sería diferente de antes? ¿Cómo reaccionar ahora?
Él se retiró unos centímetros cuando no correspondí el abrazo.
Levanté la mano para tocar su cara. Era real, de verdad era real, no era producto de mi imaginación que ya me había traicionado muchas veces.
—Estás viva— susurró al fin.
—No lo sé. Solo sé que no estoy muerta…— respondí.
No era el comentario más inteligente que pude haber hecho.
Thomas sonrió. Me alivió saber que seguía siendo la misma persona que yo había dejado atrás.
Todos los sentimientos y emociones llegaron de golpe. Mis ojos se humedecieron, enterré la cara en su pecho y lloré.
Lloré por la soledad y por todo lo que no me atrevía a aceptar. Lloré de felicidad porque él estaba aquí conmigo.
Thomas acariciaba mi cabello a la vez que susurraba palabras tranquilizadoras.
Me retiré cuando sentí que las lágrimas habían terminado. Tenía la cara mojada y los ojos hinchados.
—Estoy hecha un asco— dije con voz rota y me limpié la cara.
—Estás hermosa— respondió y cerró la distancia que nos separaba.
Su beso fue tranquilo, como quien está tratando de medir la situación. Enredé mis manos en su cabello, ansiosa por ese contacto que mi alma me había pedido durante tanto tiempo.
El beso se tornó serio, ansioso… quería más de él, quería más de esto por el resto de mi vida.
No supe cuando fue que las lágrimas comenzaron a caer de nuevo, tampoco supe cuando fue que llegamos a la cabaña y pudimos estar juntos, como hace algunos años no se podía.
Para cuando escuché las pisadas en la parte de afuera, ya todo estaba bien. Sabíamos que Dominik volvería, ya que era el encuentro con mis hermanas, gracias al cambio de invierno a primavera. Él volvería para llevarnos al lugar donde Violeta viviría.
Así sucedía, cada cambio de estación, Dominik podría llevarnos al lugar de la estación entrante, la magia era más fuerte en esos días y así no agotaríamos nada ni a nadie.

Thomas depositó un beso sobre mi hombro, me hizo reír y encogerme.
—Basta— me quejé.
—No puedes pedirme que no lo haga— replicó.
Enredé mis brazos en su cuello y él hizo lo mismo en mi cintura.
—Tenemos todo el tiempo del mundo— dije y lo besé.
Tres golpes en la puerta fue lo que nos hizo separarnos. Le grité a Dominik que pasara.
—Tus mejillas están rojas— susurró Thomas en mi oído.
Sentí la sangre subir a mi cara, provocando que me ruborizara. Dominik me miró, luego a Thomas, después de nuevo a mí y enarcó una ceja.
— ¡Ya basta!− grité.
—No estoy diciendo nada— se defendió el padre tiempo.
Entorné mis ojos contra él y lo golpeé en el hombro. Tomé a Thomas de la mano, enredando mis dedos con los suyos.
— ¿Listos?− preguntó Dominik.
Ambos asentimos. Coloqué mi mano sobre su hombro.
Él dibujó el símbolo de la primavera sobre el aire con un dedo, murmuró algunas palabras. Me encogí en el sitio en el que estaba, Thomas me rodeó con sus brazos.
Abrí los ojos de nuevo. Estaba atrapada en el abrazo de Tom.
Dominik ya se había apartado de nosotros, nos daba nuestro espacio.
De pronto, la protección de sus brazos ya no estaba, lo eché en falta en cuanto dejó de cubrirme. Alguien lo retiró de mi lado.
En lo que menos pensé, otro par de brazos ya me rodeaba. Miré hacia abajo y me encontré con el lacio cabello negro de Violeta.
Envolví a mi gemela y ambas lloramos por el reencuentro y fue cuando me di cuenta… ella estaba aquí. Las partes en las que se había dividido mi alma, volvieron a estar unidas de nuevo.
Hanna y Summer se unieron al abrazo, hasta que hubo gruñidos de frustración por parte de los chicos.
Paul, Thomas, Gabriel y Dominik.
Sonreí. Ninguna estaba sola, ni estaría sola nunca más.
Este día, el encuentro estaba en el hogar de la primavera, después vendría el verano, el otoño y el invierno.
Las cuatro estaciones reunidas en un solo sitio, sintiéndose amadas hasta el fin de sus días.
Sabía en el fondo de mi corazón que ese día terminaría, pero aun guardaba la esperanza de que fueran eternos los momentos como este.

Corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora