Hanna se fue. Sin despedirse, ella se fue.
Apenas la vi desaparecer, sentí el vacío en mi pecho, esa soledad a la que siempre le había tenido miedo.
En una ocasión, estaba jugando con Amber a lanzar monedas al aire, la moneda que quedara de cara al cielo era la ganadora y se quedaba con el dinero de la otra.
Sophie solía reprendernos por hacer eso.
—Los engaños entre hermanas no deben existir— decía.
—No nos engañamos, por eso es este juego y no las cartas, esto es solo suerte— replicaba yo.
Mi madre sonreía y nos dejaba en paz.
Esa misma tarde, Amber estaba recogiendo sus monedas, la recompensa por haberme ganado, la ayudé y luego me di cuenta de que su moneda tenía dos caras, ella había hecho trampa.
Estaba tan indignada que golpeé su mano y ella soltó todo su dinero.
Nadie se atrevió a recoger las monedas del suelo por puro orgullo, ambas nos miramos a los ojos por mucho tiempo. Yo estaba furiosa porque Amber había hecho trampa y ella estaba enojada y dolida por el golpe. Solo su muy fuerte orgullo le prohibió el masajear su mano en ese momento.
Es curioso. En aquel momento parecía muy importante.
Ahora… todos éramos como esas monedas.
Melinda estaba acostada sobre el fango, sus ojos estaban cerrados, pero ella reía.
Paul y Thomas estaban a unos metros de ella, ambos con los brazos extendidos sobre el frio suelo, ninguno reía, más bien parecían perplejos.
Silver trataba de levantarse de donde se había dejado caer.
Gabriel, sus piernas colgaban a un lado del puente, y su espada estaba bien sujeta a su mano derecha. Sus ojos azules perdidos en algún punto del cielo nublado.
Violeta estaba recargada sobre un árbol, su piel tornándose muy pálida.
Miré hacia el lugar donde Hanna y Dominik desaparecieron. La nieve caía sobre todos nosotros.
Comencé a tiritar por el frío. Pero seguía esperando que algo sucediera, si Dominik hubiera muerto, ahora el tiempo estaría completamente descontrolado, solo ese pequeño aviso fue lo que me sirvió para saber que él estaba bien, con Hanna en el invierno.
Cerré los ojos, con la imagen del cielo gris quedando en mi cabeza.
Imaginándome que todos éramos esas monedas por las que había peleado con Amber… todas sucias y cubiertas de nieve, regadas por doquier.
Sentí que algo húmedo y tibio retiraba el frio de mi mano. Levanté la cabeza solo para ver qué sucedía.
Silver lamia mi mano para obligarme a hacer algo al respecto. Cuando vio que reaccioné fue que pasó con los siguientes, Thomas y Paul.
Los hermanos se sentaron y Silver fue con Melinda, quien no reaccionó.
Gabriel ya se percató de la situación, y lo más rápido que le permitían sus heridas y su cansancio se puso de pie, olvidando el resplandor.
—Perro fastidioso. No me dejas morir de hipotermia— se quejó Melinda, a la vez que se sentaba sobre el suelo.
Al parecer solo quería estar recostada y quedarse ahí, la comprendía. ¿Quién querría levantarse y afrontar la realidad?
Para cuando me di cuenta, ya todos estaban de pie.
— ¿Vienes?− preguntó Gabriel.
Asentí y tomé la mano que me ofrecía para levantarme. Todas mis articulaciones respingaron, estaba demasiado fría. El verano esta frío, deseé reírme de ese pensamiento.
Mis pies titubearon al andar, como si fuera una pequeña niña de dos años aprendiendo a caminar.
—Estás fría— comentó Gabriel y se puso a frotar mis brazos para hacerme entrar en calor.
Antes, aunque la fricción no estuviera presente, su simple roce me habría hecho sentir cosquillas, ruborizarme, sonreír… ahora no tenía fuerzas para nada.
Asentí de nuevo. Parecía que las palabras se quedaban atoradas en mi garganta.
—Necesitamos recuperarnos…— dijo Melinda, aunque más bien sonó como una instrucción.
Me di cuenta de que había más en ella de lo que aparentaba. Melinda hacia eso que tanto admiraba… había utilizado una máscara durante mucho tiempo, interpretó su papel a la perfección, tanto que logró engañar hasta a su propia familia. Porque en mis conversaciones con Gabriel, yo sabía que él quería hacer todo para proteger a su hermana, pero me pregunté ¿Quién protegía a quién?
Perdí el equilibrio y trastabillé unos pasos, no sabía si era buena o mala señal el hecho de que no sentía las piernas.
Gabriel me sostuvo para evitar que cayera. Se lo agradecí con una mirada, sabía que él estaba ansioso por ir en ayuda de su hermana y cerciorarse de que los demás estaban bien, pero no quería separarme, la ausencia de Hanna se extendía por todo mí ser.
Seguí la dirección de su mirada, a los demás, que ya estaban de pie.
—Ve— dije y asentí hacia Melinda.
Negó con la cabeza, su cabello negro estaba mojado, la nieve derritiéndose al contacto con nuestros cuerpos.
—No, no ahora— quiso regalarme una de sus sonrisas, pero no le salió muy bien.
—No podemos volver a casa— dijo Violeta en voz alta. Me di cuenta de que estaba hablando con Silver.
—Me importa una mierda donde sea— exclamó Thomas con la poca energía que le quedaba—. Solo quiero un lugar cubierto y algo caliente de beber mientras me explican todo lo que necesito saber.
— ¿No te sientes diferente?− preguntó Mel.
Thomas puso los ojos en blanco.
—Estoy comenzando a sentir principios de hipotermia— se quejó.
Los demás soltamos un suspiro de decepción, pero su hermano lo miró de una forma… como si supiera que mentía.
Me dolía el pecho, y la respiración se quedaba en mi garganta junto con las palabras. No podía tomar una respiración profunda, estaba mareada a causa de eso, con la cabeza palpitando fuerte, como si fuera a estallarme. Todo comenzó a moverse muy deprisa, me di cuenta de que no era todo, era yo, estaba temblando de pies a cabeza, mis dientes castañeando.
Todo se nubló, sentí los brazos de Gabriel atraparme antes de que cayera en el suelo.
No me desmayé, pero me sentía muy débil, el frio aire raspando mi cara. Miré hacia arriba, solo para encontrarme con unos ojos azules que lucían muy preocupados.
—Está muy pálida— dijo alguien, no pude ubicar la voz.
— ¿Y cómo quieres que esté?− chilló Violeta— ¡De seguro todos estamos pálidos!
—No— replicó el otro—. Es que parece casi muerta….
— ¡Cállate!− lo interrumpió Gabriel.
Cuando su atronadora voz sonó con ese tono de enojo y reproche, todos dejaron de hablar. Solo escuchaba las respiraciones forzadas y las pisadas detrás de nosotros.
Hubo mucho silencio, tanto que quería gritar desesperada, pedir un poco de charla, por lo menos el sonido de los pensamientos… pero no había nada, solo silencio dentro de más silencio, de esos que me ponían nerviosa y me consumían desde dentro.
Me hice un ovillo contra el pecho de Gabriel, así, por lo menos podría escuchar lo rítmico de su corazón.
Alguien comenzó a tararear una canción, me costó un poco de trabajo el darme cuenta de que era aquella que Amber tocaba, la que Sophie le había enseñado, una canción para ir a dormir.
Quien la tarareaba era Violeta, y pronto Thomas siguió el ritmo, después Melinda y no supe cómo fue que todos, excepto Gabriel y yo estaban tarareando.
De cierta forma, mi hermana supo que el silencio era aplastante, tal y como yo lo sentía. Tal vez, dedujo que necesitábamos consuelo y solo decidió darnos una pequeña muestra de que Amber aun pensaba en nosotras.
La canción no terminó, y si lo hacía, ellos volvían a comenzarla.
Sentí que me depositaron en un sitio blando y tibio. El fuego de la chimenea comenzó a crepitar.
Melinda me cubrió con una manta. Gabriel trajo bebidas calientes, ya tenía puesta otra ropa… aunque, a decir verdad, todos iban cambiados ya, y al mirarme, me di cuenta de que también llevaba puesta ropa seca ¿Quién? ¿Cuándo sucedió?
Estuve saliendo y entrando de la inconsciencia. Respiré profundo y me incorporé sobre el sofá.
— ¿Estás mejor?− preguntó Gabriel, mientras se acercaba a mí para ayudarme.
—Mejor… estoy mejor— respondí. El frío se había ido, pero la ausencia seguía presente.
— ¿Puedo saber ahora que sucede?− preguntó Thomas, su hermano respaldándolo.
Miré por toda la casa, las personas estábamos en la sala, cada uno envuelto en una manta, algunos llevaban vendajes, ya que Violeta no tenía la suficiente energía para curarnos ahora.
Gabriel y Melinda les explicaban las cosas a los hermanos, las leyendas y lo demás. Silver estaba hecho un ovillo junto al fuego de la chimenea.
Violeta llegó y se sentó a mis pies. Sus ojos verdes perdidos en el fuego.
—Me gustaría poder hacer algo para que el dolor en ti se fuera— dijo—. Pero no es fácil. Desde que Amber se fue… es como si viviera solo con la mitad de todo, la mitad de mi mente, de mi corazón, de mí alma. ¿Es posible eso? ¿Solo vivir con la mitad de tu alma? Se lo pregunté a Ralph una vez, y él no supo responderme, pero ¿Sabes algo? Creo que sí, es posible, él encontró a aquella mujer que lo complementaba y luego se fue, Sophie se fue. Él vivió con la mitad solo por nosotras. Y luego Amber… sé cómo te sientes, pero no hay cura para eso, supongo que lo único que podemos hacer es esperar y no sé… pedir que estén bien en donde quiera que se encuentren.
Asentí, no me había dado cuenta de que tenía la cara mojada, llena de lágrimas. Atraje a Violeta hacia mí y nos perdimos en un abrazo, los sollozos de ella contra mi pecho. Supuse que los extrañábamos por igual, a Hanna, Amber, Ralph, Sophie… todos ellos. Aunque a Hanna y Amber si había la posibilidad de volverlas a ver, todo dependía de Dominik ahora.
Nos separamos y observamos juntas como la explicación surtía efecto en los hermanos.
—Entonces…— susurró Thomas— ¿Está viva?
Melinda asintió.
—No murió, solo se fue al mundo del otoño… es complicado.
Él se llevó las manos a la cara y sus hombros comenzaron a moverse arriba y abajo. Estaba llorando.
Melinda quiso ponerle una mano en el hombro a modo de consuelo, pero Paul la detuvo, diciendo que no con la cabeza. Era mejor así.
Violeta se levantó de donde estaba, se sentó a los pies de Thomas, ella retiró sus manos, mirándolo a los ojos.
— ¿Terminaste de llorar?− preguntó mi hermana—. Porque ahora sabes lo que eres, eres un guardián, tú y tus hermanos, porque es algo que abarca a toda la familia. Además… Dominik había dicho que los guardianes también pueden ser transportados así que ¿Acabaste de llorar? Porque Amber no quiere ver a nadie destrozado, ella necesita que alguien sea fuerte por los dos.
Violeta y sus discursos demasiado directos. Tom asintió y se recompuso.
—Significa que… ¿Los gemelos también serán iguales?− preguntó Paul.
Melinda asintió.
—Ya forman parte de esto, lo lamento.
— ¿Qué lo lamentas?− dijo Paul— ¡Esto es fantástico! Lo más emocionante que me ha pasado en la vida.
—Estuviste a punto de morir.
—Lo más emocionante dije— replicó.
Y de pronto, la sala rompió en quejas. Todos hablábamos de algo, nos quejábamos de otras cosas y nos felicitábamos por unas más. El silencio se había ido, es como si se hubiera roto un hechizo de hace muchos años, como cuando limpias el polvo de una casa vieja… era mágico.
Thomas preguntaba cosas sobre las estaciones, que era lo que tenía que hacer para poder volver a ver a Amber.
Paul gritaba y exclamaba la batalla desde su propio punto de vista, él estaba muy emocionado por la idea de ser un guardián. Violeta le decía que era peligroso y cosas por el estilo pero él no parecía escuchar a nadie, era como un pequeño niño al que le dicen que es un súper héroe.
Melinda le explicaba las cosas a Thomas, tratando de calmarlo y hacerlo entrar en razón.
Y al ver que todos habíamos reaccionado, Silver se puso a pasearse por todos los lugares, agitando la cola y ladrando para llamar la atención.
Gabriel se sentó a mi lado y se pasó las manos por la cara y el cabello.
—Pensar que voy a tener que entrenarlos, me saca de quicio— bromeó.
—Espero que aprendan rápido— dije.
—Yo espero que Melinda me ayude y no me deje toda la responsabilidad.
Miré a la chica, que explicaba todo con mucha paciencia.
—No te dejará solo, nunca lo ha hecho. Te ama, y te admira— contesté.
—Sera difícil acostumbrarme a todo esto… llevaba una vida controlada.
—Te ayudaré— me ofrecí.
Gabriel tomó mis manos entre las suyas y me miró a los ojos.
—Gracias… por todo— dijo.
— ¿Por todo?− pregunté.
Él suspiró profundo antes de hablar, repitió la operación varias veces.
—Estaba perdido y me ayudaste a encontrarme. Estaba equivocado y me diste la respuesta correcta. Creí que todo estaba mal y llegaste para decirme que podía estar bien. Me mostraste la luz en medio de un torbellino. Era una persona destrozada, hasta que llegaste y reuniste todos los pedazos— terminó de hablar con otro suspiro.
No supe que decir. Por primera vez en mi vida, simplemente no supe que decir. Abría y cerraba la boca, pero nada parecía suficiente, así que comencé a llorar.
— ¿Te comió la lengua el gato?− preguntó y sonrió. No era la sonrisa que tenía practicada, era aquella sencilla y natural que hacía que sus ojos se iluminaran.
—Un gato muy lindo— dije con voz rota.
Él se acercó y puso una mano en mi barbilla, para acercarme a él y depositar un beso en mis labios. Estaba llorando, yo seguía llorando como una niña pequeña.
El vacío en mi pecho no se fue por completo, pero disminuyó, como si pusieran arena sobre él.
Sus labios resultaron familiares y reconfortantes.
Colocó su frente contra la mía y ambos nos miramos a los ojos. Los míos azul claro, como el cielo de verano. Y los suyos, azul oscuro, como si guardara todos los secretos del universo.
—Estoy bien ahora— dije y sonreí un poco.
La puerta de entrada se abrió de un solo golpe, todos saltamos en nuestros lugares, hubo algunos gritos de miedo, Silver comenzó a ladrar en serio. Los copos de nieve entraban en grandes cantidades a causa del frio viento, y a pesar de que era casi medio día, las luces no entraban, puesto que el cielo tenía un color gris opaco.
Gabriel ya estaba frente a todos, con el resplandor entre sus manos, Melinda lo secundaba sin arma alguna.
Me quedé muy quieta en mi lugar. Lo menos que pudiera llamar la atención.
Vi como Gabriel se relajaba y bajaba la espada.
Fue Sarah quien entró, la madre de los guardianes. Llevaba maletas en sus manos, como si estuviera llegando de un viaje. Ella nos miraba con cara de pánico, incluso se interrumpió en medio de una frase.
Me imaginé la imagen que debíamos ofrecerle. Un montón de chicos mal trechos, envueltos en mantas, y en vendajes, con todo el cansancio del mundo sobre sus hombros.
— ¿Algo de lo que deba enterarme?− preguntó en tono maternal.
—Todo— respondieron sus hijos.
Ella asintió, como si tuviera todas las respuestas del mundo, después compuso una ligera sonrisa.
—Hablaremos más tarde— dijo—. Prepararé algo de comer.
Supuse que sus hijos le explicarían todo más tarde.
Me dejé caer contra el sofá, con las pocas fuerzas que había reunido, abandonándome.
Los demás tenían un aspecto similar.
—Si vamos a estar así ante cada sonido… me va a dar un infarto— dijo Violeta.
No pudimos estar más de acuerdo con eso.
Pronto llegó el olor de la cocina hasta nosotros. Hacía mucho tiempo que no comía nada cocinado por las manos de una madre, pero recordaba el sabor como si hubiera sido ayer.
Mi olfato detectó: pan, mantequilla, patatas, salsa de tomate…
Mi estómago rugió, pero no me avergoncé, los demás estaban igual de hambrientos.
Después de comer, Sarah, Gabriel y Melinda se encerraron a hablar en la cocina, solo podía escuchar sus murmullos y en una que otra ocasión alguien elevaba la voz.
—Parece que nunca saldrán— dijo Paul.
—Vámonos— ordenó Thomas y se puso de pie—. No veremos después… Gabriel dijo que tenía que entrenarnos. Santos dioses, la palabra suena rara, como si fuera un labrador que necesita entrenamiento.
Se llevó la mano a la cara y la frotó repetidas veces.
Mi hermana y yo decidimos irnos con ellos, llegar a casa, después de todo había mucho que hacer. Salimos los cinco juntos de la casa, contando a Silver. Solo hubo algunos comentarios en el camino.
— ¿Volveremos a pie?− se quejó Paul.
—Si la motocicleta sirve, no— contestó Thomas, totalmente cortante.
Su hermano bufó.
Llegamos a casa o más bien al lugar donde debería estar la vieja cabaña.
Me quedé en una sola pieza. La motocicleta era ahora la menor de las preocupaciones.
—Lo siento mucho— dijo Thomas.
Violeta ahogó una respiración y Silver se lanzó hacia los restos de la casa.
Solo quedaban dos paredes en pie, estaban juntas, pegadas en una esquina. La casa ahora eran escombros.
Creí que habían reventado las ventanas, pero nunca me tomé la molestia de mirar atrás para cerciorarme de nada, nuestra seguridad era lo más importante ¿Qué explicación le daríamos a las personas? ¿Qué cosa haría que no nos llevaran de servicios…?
La realidad me golpeó como un viejo boxeador cansado. Sonreí y luego se me escapó una carcajada.
—Soy mayor de edad— dije en voz alta.
—La casa está destruida— me reprochó Violeta.
— ¡No lo comprendes!− exclamé— ¡Soy mayor de edad! Hoy es nuestro…— recordé a Hanna y corregí las palabras—. Hoy es mi cumpleaños.
—Creí que lo habíamos festejado antes para evitar estas cosas.
—No seas boba— dije—. No podrán llevarnos, ahora que no está Ralph… ahora que hemos perdido la casa, no podrán separarnos, tampoco te llevarán lejos de mí porque…
Los ojos de Violeta brillaron ante la comprensión.
— ¡Porque eres mayor de edad!− chilló feliz.
Ambas nos abrazamos.
Sophie… Ralph… Amber… Hanna.
Se habían ido y algunos sin despedirse. Podía, yo realmente podía hacer esto, porque ahora la fuerte debía ser yo.
Escuché como las pisadas se acercaron por detrás. Después Gabriel y Melinda se quedaron callados al observar la escena.
—La casa está destruida— dijo Mel.
—Que observadora— ironizó Paul.
Ella sonrió.
—No deberías enemistarte con quien será tu maestra— se congratuló.
—Hablamos con Sarah— dijo Gabriel. Me pregunté qué problema tendría para llamarla mamá—. Ella dijo que está bien todo. Aunque está enfadada con Melinda por haber mentido. Pueden quedarse en casa, nosotros nos haremos cargo de todo… Y— agregó mirando a Paul y Thomas—. Ustedes dos también deben volver, yo me encargo de llevarlos… hay que hablar con su madre también— se frotó la cara con frustración—. Espero que nada se me salga de las manos.
Mientras estaba ocupado murmurando cosas, enredé mis dedos con los suyos y cuando me miró le regalé una sonrisa.
Volvimos a casa de la familia Hernan y Sarah estuvo de acuerdo en que nos quedáramos, siempre y cuando yo durmiera con ella, para que pudiera cerciorarse de que no pasaría la noche con Gabriel, eso logró que me pusiera de todos los colores posibles.
Gabriel llevó a Thomas y Paul a casa, donde se tardó bastante tiempo y cuando regresó nos explicó que la madre de ellos se había puesto como loca, ya que en efecto, sus hijos eran más fuertes, rápidos… combinemos eso con que los cinco son hombres y además la combinación de unos gemelos, no la estaba pasando muy bien.
Sentía que las cosas encajaban poco a poco. Las piezas dispersas de un rompecabezas.
Ahora teníamos un nuevo hogar, algo en lo que aun debía trabajarse. Me quedaría tranquila al saber que Violeta estaría en una casa donde seria cuidada y feliz hasta el momento de ser reclamada. Yo me iría unos meses después. Gabriel y Melinda entrenarían a los nuevos guardianes.
Solo quedaba aquella promesa que Dominik nos había hecho, el estar juntas cada cambio de estación, llevarnos a aquellas personas que nos amaban…
Era demasiado pedir.
Pasaron los días, las semanas… Violeta, Paul, Melinda y Thomas entraron de nuevo a la academia, por lo que los entrenamientos pasaron a las tardes. Yo también me entrenaba con ellos. Y pasaba mucho tiempo con Gabriel.
Él… no sé, parecía estar sanando, nos recuperábamos juntos y eso me hacía feliz.
Estábamos sentados descansando en la orilla del lago.
— ¿Qué piensas?− preguntó.
—En que como a pesar de todo, me siento feliz.
—Yo creí qua ya nunca podría sentirme así, como cuando era niño.
— ¿Feliz?− sugerí.
Negó con la cabeza.
—No, es mejor que eso… es como si hubiera estado en un largo viaje y encontrado un lugar que me gusta y no sé cómo explicarlo— se ruborizó ligeramente.
—Te sientes pleno— respondí.
Me miró, como si esa fuera la palabra que buscaba. Se levantó rápidamente y me cargó sobre su hombro.
— ¡Bájame!− chillé.
— ¿Sabes?− bromeó—. El agua ya no esta tan fría…
—No te atrevas…— amenacé, pero fue demasiado tarde. Se había lanzado al lago, llevándome con él.
Estuvimos así toda la mañana, jugando, besándonos, siendo solo nosotros, sin máscaras de por medio.
Hasta que llegó la tarde y volvieron los aprendices.
El tiempo transcurría así, y yo no dejaba de extrañar a Hanna.
Thomas y Paul estaban mejorando considerablemente, no se podía decir lo mismo de los gemelos y Sebastián, ya que solo se la pasaban jugando. Acabando con la paciencia de sus maestros. Incluso Melinda los persiguió con un cuchillo un día.
Yo solo reía y continuaba con mis cosas.
Incluso habíamos celebrado Navidad, todos juntos, excluyendo a los nuevos guardianes. Fueron buenos regalos y también una rica comida, Sarah era una excelente cocinera y ella parecía feliz, tranquila, como si le hubieran quitado aquello que había estado arrastrando durante muchos años.
Pasaron los meses y la primavera decidió visitarnos. Violeta estaba radiante y feliz, aprobaba sus clases en la academia y hacia pinturas que podían sacarte las lágrimas, también maduraba poco a poco y a su manera.
Era un fresco día de primavera. Todos estábamos afuera de la casa, entrenando como de costumbre, Sarah arrancaba frutos de los árboles de su patio.
Los gemelos y Sebastián jugaban a las tortugas ninja con armas de verdad y Gabriel los reprendía, mientras que Melinda, Thomas y Paul se movían en una danza de golpes que no tenía fin. La había visto un sinfín de veces.
Suspiré profundo.
—Eso se ve doloroso— dijo una voz a mi espalda.
Casi me hace caer de cara al suelo cuando lo vi, cuando lo reconocí.
Todos detuvieron lo que hacían y miraron al nuevo integrante de la escena.
— ¿Quién es?− preguntó Diego… o Dorian. En este momento no me importaba cual era cual.
Silver corrió de donde estaba y se abalanzó sobre Dominik, quien reía y alejaba al perro con sus manos. Silver había crecido bastante.
Al final, el padre tiempo nos miró a todos, quienes nos habíamos quedado sorprendidos.
Bueno, todos menos Sarah, quien seguía cuidando de su jardín mientras tarareaba.
—Supongo que les debo una explicación— dijo rascándose la ceja derecha.
Me di cuenta de que no llevaba los anteojos. Iba vestido con ropa normal… no sé, me había imaginado otras cosas, pero nunca esto. Eso sí, su piel lucía más pálida, como la de alguien que casi no recibe los rayos del sol.
El hechizo se rompió. Violeta chilló de alegría y se lanzó a los brazos de Dom.
Después de los abrazos y las bienvenidas fue que todo se calmó. Me sorprendió ver que Gabriel y Dominik se saludaban con un abrazo y no con el frio asentimiento de costumbre.
Nos sentamos sobre el suelo, mientras Sarah entraba a la casa, ignorándonos por completo, siendo feliz en su mundo de ensueño.
Dominik respiró profundo, y nos regaló una mirada de disculpas a todos.
—Veo que hay nuevos— bromeó y señaló a los hermanos más pequeños.
Los gemelos se presentaron como Diego y Dorian y Sebastián dijo que era Leonardo. Lo dejábamos hacer y creer lo que él quisiera mientras aun fuera un niño, después de todo ¿Qué prisa había por crecer?
—Ve al punto— le pidió Gabriel.
—Si— lo respaldó Melinda—. La última vez que te vimos, estabas moribundo.
Dominik asintió, pero antes nos pidió saber cómo se habían desarrollado las cosas después, que era lo que habíamos hecho. Le explicamos las cosas lo mejor que pudimos y él asintió.
—Saben que el dinero que dejó Ralph está disponible para ustedes ¿No?− preguntó.
—Sí, lo sabemos. ¿De qué crees que hemos estado viviendo todo el tiempo?− expliqué—. Yo sabía que era rico, solo no sabía que era ridículamente rico.
Todos rieron por eso.
—Nunca actuó como una persona millonaria— lo defendió Violeta, quien siempre se ponía a la defensiva ante la mención de Ralph.
—Es la fortuna que han reunido los padre tiempo a través de los años, de su existencia— explicó Dominik—. Bien, vayamos al punto.
“No sé cómo sucedió, pero estaba en el invierno, literalmente. Ese lugar, es todo blanco y frío, y respirable… es maravilloso. Estuve bastante tiempo recuperándome. Cuando al fin pude estar bien, Hanna quiso que viniera aquí, para cerciorarme de que ustedes seguían bien, y aunque podíamos verlas, no sabíamos cómo se sentían… En fin, eso es otra cosa.
—Tienes que ir ahora— me dijo cuando estuve mejor.
—Acabo de recuperarme— alegué—. Además, Navidad está cerca.
—Que patético eres— replicó, pero ya no hubo discusión.
Había algunas cosas que arreglar, así que ya estoy aquí. Fue un verdadero milagro que el reloj no se estropeara con todo lo que sucedió, pero ya logré hacer las cosas bien.
Como explicarlo… los encuentros cada cambio de estación fueron posibles. Hanna y Amber se encontraron durante el equinoccio de primavera. Deberían haberlas visto…”
Dominik sonrió y se perdió en sus pensamientos, al final sacudió la cabeza y nos miró.
—No sé qué más decir— aceptó.
— ¿Pueden los guardianes trasladarse?− preguntó Thomas con precaución.
—Es un poco más difícil y peligroso, pero sí.
No podía describir cómo me sentía. Al tener a Dominik ahí, explicándonos detalles y más cosas de lo que sucedió. De cómo el asma se fue, que se sentía más fuerte y sano que nunca, incluso desistió de sus anteojos.
Melinda le dijo que era la magia y él discutió, y dijo que era más complejo que eso y así se metieron en una pelea de palabras en la que ninguno ganaría.
Los dejé hablando y fui a casa, a la vieja casa, donde antes practicaba con sin sueños. Me quedé a un lado del espantapájaros, simplemente abracé mis piernas y pensé en todo y nada al mismo tiempo.
Levanté la manga de mi blusa y escribí:
“¿Hanna?”
Ya lo había intentado en otras ocasiones, pero nunca obtenía una respuesta.
Escuché los pasos de Gabriel acercarse, era raro, pero me estaba familiarizando con las presencias de todas las personas con las que convivía.
— ¿Estás bien?− me preguntó.
—Todo lo bien que se puede estar con toda esa información.
—Lo nerd nunca se le quitará— bromeó.
— ¿Son amigos ahora?− pregunté.
Gabriel se sentó a mi lado, recargué la cabeza sobre su hombro.
—Amigos. Nunca he tenido un amigo de verdad. Pero creo que podemos serlo— explicó.
—No es difícil. Un amigo es una persona con la que puedes pensar en voz alta— dije.
—Entonces ¿Tu y yo somos amigos?− se burló.
Lo golpeé en el brazo a modo de juego.
Seguimos hablando de todo, como algo que pudiéramos comprender, y cuando se hizo sencillo, bromeamos y jugamos, burlándonos el uno del otro.
Cuando se hizo tarde nos pusimos de pie y anduvimos a casa. Estábamos caminando sobre el puente cuando un ligero cosquilleo subió por mi brazo.
Sonreí ante su respuesta:
“Se me congela el trasero” bromeó Hanna.
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Corazón de hielo
FantasyHabía una vez cuatro hermanas ellas vieron que al mundo le hacía falta algo. Antes, según la leyenda, el mundo se dividía en partes y en cada parte haría una estación. Las cuatro hermanas sintieron que estas estaciones deberían ser compartidas, que...