—Luego vino la caída de… —la profesora seguía leyendo.
Mi cabeza empezó a caer hacia adelante. Pude escuchar a mi derecha, como una de las chicas de antes, las que habían llamado fantasma a Hanna y se la pasaban molestando a Amber… una de ellas se había quedado dormida y estaba roncando.
Deseé meter basura en su boca.
Si Melinda no hubiera faltado a clases, de seguro habría hecho una broma al respecto.
Alguien llamó a la puerta de salón. La profesora le permitió entrar.
—Lamento interrumpir— dijo Hanna—. Pero necesito llevarme a Violeta, es un asunto familiar.
La mujer me miró, ella y yo no nos agradábamos, no le gustaba el hecho de que me durmiera en sus clases, era su culpa, debería hacerlas más animadas.
La maestra le indicó a Hanna con un ademan de la mano que me podía ir. Tomé mis cosas y salí del salón, dejando a Amber con la duda en los ojos.
—Gracias— dijo Hanna y ambas caminamos afuera.
Me troné el cuello.
—Odio esa clase— murmuré.
—Tú odias todas las cosas que te hagan estar en paz.
— ¿Por qué salimos? ¿Ralph ya lo sabe?
—Debes prometer que no harás preguntas.
—Eso significa que Ralph no lo sabe.
—Exacto. Y debes, solo por esta ocasión, guardar el secreto.
Me crucé de brazos sintiéndome ofendida.
—Yo sé guardar secretos, no le he dicho a nadie del juego.
— ¡Oh, sí claro! Y espero que así siga.
Quise responderle, pero vi a donde nos dirigíamos. Al estacionamiento, donde Gabriel nos esperaba, estaba recargado sobre su auto.
Hanna le asintió y los tres subimos en la cabina de la vieja Toyota. Yo estaba en el lugar de en medio. Algo en mi interior me gritaba que no debía hacerle ningún comentario sobre nada al chico, ya que con cada kilómetro que avanzábamos, la ansiedad crecía dentro de la cabina.
— ¿Qué está pasando? —pregunté al fin.
— ¿Recuerdas lo que hacías de pequeña? —respondió Hanna.
Miré a Gabriel asustada, él no debía saber nada de las estaciones.
—Relájate— me dijo Hanna—. Él lo sabe.
Gabriel le dedicó a mi hermana una mirada de ansiedad, como si temiera que Hanna hablara de más.
— ¿Se lo dijiste? ¡Va! Y soy yo la que no sabe guardar secretos— me quejé.
—Como sea— respondió—. Él ya lo sabe y punto, es todo lo que necesitas saber.
— ¿Voy a tener que utilizar eso?—pregunté.
Hanna asintió.
Desde que era pequeña podía hacer florecer cualquier planta, podía revivir a aquellas que habían muerto, incluso con los animales que encontraba heridos o enfermos, yo podía sanarlos con un toque de mis manos, todo a un pequeño costo: terminaba muy cansada, si no es que agotada, en ocasiones, cuando requería demasiada energía para hacerlo, terminaba desmayada.
Gabriel aparcó el cacharro en una entrada de grava. La casa era muy grande y tenía un jardín asombroso. Yo quería uno así, pero mis plantas debían florecer de manera natural, si las obligaba a hacerlo, Ralph se enfadaría muchísimo conmigo.
— ¿Esta es tu casa? —pregunté al chico.
Solamente asintió.
Entramos por la puerta principal. El ambiente dentro de la casa contrarrestaba por completo con el del jardín. Sentí una gran presión en el pecho al entrar.
Gabriel no nos pasó a la sala ni a la cocina, que sería lo más natural, si no que subió las escaleras, dio vuelta a la derecha y abrió una puerta de color morado con el nombre de Melinda pintado con letras de diferentes colores.
La puerta rechinó un poco. La sensación abrumadora era mucho más fuerte en este sitio que en el resto de la casa. Di un paso hacia atrás, pero Hanna me sostuvo y me dijo que no con la cabeza.
Tragué saliva y entré.
Junto a la cama estaba sentada Sarah, la madre de Gabriel, ella se veía cansada y triste. Igual que su hijo. Me alegré de que Evan no estuviera por ninguna parte, el hombre no me caía bien.
Vaya que a Mel le gustaba el color morado. Todo en su habitación era de ese tono.
Y en la cama, cubierta con una manta del mismo color de la puerta, estaba ella. Mi amiga.
Su piel estaba demasiado pálida, y una fina capa de sudor la cubría. Sus ojos estaban abiertos, pero realmente no veía nada. Su vista completamente nublada, como si realmente no estuviera ahí con nosotros.
Retrocedí dos pasos al verla.
¿Esto era lo que Hanna me estaba pidiendo? ¿Curar a Melinda? ¡Yo nunca lo había hecho con un ser humano! ¡Nunca jamás!
— ¿Qué está pasando? —preguntó Sarah.
—Acompáñame afuera y te explicaré— pidió Gabriel.
La mujer asintió, se puso de pie y juntos salieron de la habitación.
— ¿Puedes hacerlo? —preguntó Hanna cuando la puerta se cerró.
—No lo sé— admití—. Tengo miedo, te prometo que no diré nada, pero déjame ir de aquí. Estoy asustada.
Mis ojos estaban a punto de derramar lágrimas.
—No podemos irnos, no sin que antes por lo menos intentes curarla.
— ¡Ella ni siquiera siente dolor! —Grité— ¡Mírala! ¡Déjame ir!
Avancé dos pasos más a la salida, pero Hanna se interpuso y me lanzó atrás, para que me quedara junto a Mel.
—Por favor— pedí en un sollozo.
— ¡Es tu amiga! —Replicó mi hermana—. Por primera vez en tu vida has algo que no sea malditamente egoísta.
Asentí lo más fuerte que pude. Me acercaría a Melinda, y si la energía no acudía, yo no haría nada, solo así, no me podía obligar a curar a nadie.
Hanna se quedó en la puerta, obstruyendo mi salida.
Caminé a la cama, evitando ver los ojos vacíos. El pecho de la chica subía y bajaba en una rítmica respiración.
—Voy a hacer lo que pueda, no más— dije más para mí que para ella.
Saqué sus manos de debajo de la manta y coloqué las mías sobre ellas. Cerré los ojos y esperé. La imaginé como una vieja flor muerta. Una flor que había perdido su belleza a causa del crudo invierno. Mi mente la hizo así, mi energía la cubrió como si de algo sumamente delicado se tratara y así fue que fluyó, encontrando lo que estaba mal y arrastrándolo lejos, muy lejos. La flor volvía a ser un retoño, todo el daño se había ido, no recordaría nada de ese dolor ni ese sufrimiento por el que tuvo que pasar en algún momento.
Abrí los ojos y me levanté trastabillando.
Melinda parpadeó un par de veces y me miró.
— ¿Mamá? —preguntó en voz muy alta.
La puerta del cuarto sonó cuando Gabriel y Sarah entraron.
Nadie se fijó en mí, a nadie le importó nada más que la chica que acababa de despertar.
Hanna me miraba con una mezcla de orgullo y tristeza.
Los mareos, el cansancio y todo lo demás llegó de golpe y de pronto solo hubo oscuridad.
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Corazón de hielo
FantasyHabía una vez cuatro hermanas ellas vieron que al mundo le hacía falta algo. Antes, según la leyenda, el mundo se dividía en partes y en cada parte haría una estación. Las cuatro hermanas sintieron que estas estaciones deberían ser compartidas, que...