2.- Cena

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Gabriel, 28 años

Cierro la puerta de la suite de Jessica con más fuerza de la necesaria, pero no puede importarme menos. Pego mi frente contra la madera y respiro hondo, tragando saliva, pero mi garganta se encuentra tan seca que solo aquel movimiento se siente como miles de cuchillas cortando mi interior.

Respiro hondo e intento pensar en algo que me distraiga, mi mente me obliga a recordar a mi abuelo materno Tarak y su apasionante discurso que lanzó cuando supo que yo era ateo y no hindú. Lo hizo en hindi, su idioma natal, así que casi no le entendí nada porque habló demasiado rápido explicándome el significado de cada ente sagrado en su cultura y el por qué debería venerarlos antes de sufrir eternamente en El Naraka, la versión del inframundo en el hinduismo. Le dije en mi idioma que todo eso eran tonterías, aunque me disculpé con él y con la cultura que corre en mis venas por no sentirme interesado. Me desheredó ese día, pero mamá jamás dejó que vuelva a meterse con mis ideologías.

Pero el punto es que pensar en el abuelo Tarak y en su charla sobre como el hinduismo es un estilo de vida en lugar de simplemente una religión... no me está ayudando en nada, joder.

Aprieto mi mandíbula y siento como si un músculo se desencajara por la presión.

Tengo una maldita erección dolorosa en este momento y me odio por ello.

Soy un maldito cerdo.

Soy un degenerado.

Jessica ni siquiera quería mostrarme su desnudes, lo entiendo, ¿vale? Pero saber eso no quita la imagen más erótica que he visto en mi vida.

Piel lisa, suaves curvas, piernas largas, las mejores tetas que he visto alguna vez adornados por pezones rozados y duros... el coño rosa más hermoso que he visto en mi vida y no puedo dejar de preguntarme como se sentiría en mi lengua...

Sacudo la cabeza, alejando la imagen mental de mi cabeza entre sus muslos.

Me gusta Jessica Jones, todo el mundo lo sabe.

Todo el mundo... menos ella.

O si lo sabe, lo ignora como una profesional.

Y me vuelve loco porque sé que ella lo sabe y aun así no hace nada por detenerlo. Sigue coqueteando conmigo cuando quiere, me ignora cuando no lo quiere. Lo ha hecho desde hace mucho tiempo, pero no me había dado cuenta de su coqueteo hasta que me divorcié y empecé a fijarme en ella.

Me alejo de la puerta y me obligo a caminar lentamente hacia el ascensor, bajar dos pisos hasta mi suite (una versión más pequeña y menos ostentosa que la de Jessica), abrir la puerta y correr al baño. Abro la ducha y le coloco el agua helada, desnudándome en el proceso y tropezando con mis pantalones, lanzando gruñidos aquí y allá.

Me meto en la ducha y respiro hondo mientras las gotas caen sobre mi piel.

La dolorosa erección baja lentamente, aunque no desaparece por completo cada vez que el recuerdo de la piel desnuda de Jessica aparece en mi mente. Me niego a tocarme por esa imagen por dos simples puntos; el primero: no soy un pajero. Puede que no haya tenido sexo durante muchísimo tiempo, incluso antes de mi divorcio, pero eso no significa que voy por la vida masturbándome. Sí, me toco porque lo necesito, pero el tocarme por la imagen de una chica desnuda, me parece muy triste; y eso me lleva al punto número dos: Jessica no me mostró su cuerpo porque quiso. Fue un accidente que la avergonzó. Sé que lo hizo por la mirada horrorizada que me dio cuando la toalla blanca se deslizó por su cuerpo hasta el suelo, y no voy a tocarme cuando la mujer involucrada no quiere que lo haga, así de simple.

Me obligo a eliminar esa imagen de mi mente y empiezo a respirar con tranquilidad cuando mi cuerpo se ha calmado lo suficiente.

Después de como media hora estoy listo y limpio. Salgo de la ducha, gruñendo cuando no encuentro una toalla en su sitio. En mi rapidez por entrar a la ducha, había olvidado los detalles pequeños como ese. No importa, estoy solo, así que salgo de la ducha desnudo completamente y busco en mi habitación una maldita toalla que no encuentro.

Mi Mejor Decisión (AD #4) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora