62.- Tortura

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Jessica

—Así que, ¿eres la razón por la que mi pequeño solecito esté con un carácter tan... difícil? —pregunta la madre de Gabriel mientras me sirve una generosa tasa de chai.

Tomo la tasa con mis manos antes de levantarla para dar un largo sorbo, sin poder mirar a Daya por la vergüenza que siento en este momento. Estamos sentados en la sala de té de su casa en Australia. Es grande, no tanto como el castillo donde crecí, pero sí tanto como para ser considerada una mansión. Sin embargo, es una casa muy acogedora y cálida. No he tenido mucha experiencia en lugares cómodos y cálidos, de hecho, la primera vez que me sentí tan bien en un lugar fue cuando visité la casa de Gabriel después del susto que pasé con mi acosador hace casi un año atrás... y cuando al fin me instalé en ese hogar junto a él.

Tal vez la calidez también es parte de su familia, o simplemente me siento cómoda al saber que él se encuentra aquí, en algún lugar.

Abro la boca para responder, pero una de las gemelas lanza una risita. En los cuarenta minutos que estoy aquí, he logrado diferenciarlas gracias a que Sarah tiene el cabello largo y Elle lo lleva corto, y Sarah usa ropa más a la moda, en cambio Elle viste cómoda porque en cualquier momento le toca salir corriendo detrás de su hijo de poco más de un año. Sin embargo, su cara es la misma, no hay ningún lunar o mancha que las haga diferentes. Tal vez si usaran estilos similares, lograrían confundir a todo el mundo.

—¿Difícil? —pregunta Sarah, apretando sus dientes para no reír cuando su madre le da una mirada que intenta ser atemorizante.

—Sí, Sarah Vanisha. Tu hermano ha estado un poquito difícil.

—Si por difícil te refieres a que ha lloriqueado por toda la casa durante tres días, entonces ha estado bastante difícil, mamá —dice su otro hermano, Ashton, quien está puesto un arnés con un biberón y da de amamantar a su hijo.

Esta familia tiene muchos hijos.

Y yo me quejaba de mis amigos...

—¡Ashton! —lo reprende su madre—. No estás ayudando. Ninguno de ustedes está ayudando a hacer quedar bien a su hermano.

—Pero no es mentira —acota Elle, tomando a su hijo, un hermoso bebé de rasgos chinos... o coreanos... o japoneses, o lo que sea que haya sido su padre—. Gabriel ha sido una bolsa de agua viviente. Llora todas las noches viendo 'Mujer Bonita'.

—O cualquier película de los dos mil con alguna historia amorosa muy mala —agrega su hermano mayor, Mark, quien está sentado frente a mí.

—¡Elle! ¡Mark! ¡Shhh! —Daya hace una señal con su dedo cubriendo su boca.

Sus hermanos ríen, pero yo no puedo hacerlo. No cuando sé que él ha estado sufriendo mucho más de lo que llegué a imaginar... o de lo que quise ignorar.

Mi corazón da un apretón en mi pecho, sintiendo la culpa carcomerme una vez más al recordar la mirada en sus ojos cuando me vio, la forma en que su piel palideció o su cuerpo empezó a temblar como si hubiera visto un fantasma. Tal vez lo soy. Tal vez soy un fantasma en su vida ahora y tal vez nunca llegue a recuperarlo y volver a ser algo para él...

Me clavo las uñas en las palmas de las manos al cerrar mis puños con fuerzas, pero no me hago daño. Ya no quiero hacerme daño y tampoco quiero hacérselo a los demás... aunque lo hice. Le hice daño a la persona que más amaba en el mundo al irme de esa manera tan fría, tan cruel.

—Por eso estoy aquí —murmuro lentamente, apretando mis manos contra mi regazo cuando todos se callan para mirarme—. Yo... le hice daño.

—Ya lo sabemos —bufa el padre de Gabriel, Mike. Intenta verse como el policía malo, pero en los pocos minutos que he estado aquí, he logrado notar que es tan blando como un malvavisco.

Mi Mejor Decisión (AD #4) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora