12.- Plan

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Gabriel

Ahora que Jessica y yo somos oficialmente amigos, hemos adaptado nuestra vida cotidiana a nuestras salidas de media noche para comer "frituras" aunque ahora es todo lo contrario a lo que estamos comiendo.

Miro mi horrible y asquerosa ensalada de rábano con queso ricota y zanahoria, antes de mirar el plato de Jessica y después a ella.

Su belleza siempre será algo que me asombre, pero por ahora, solo puedo hacer una mueca en mi rostro mientras la veo colocar una vinagreta amarilla a su ensalada.

—¿En verdad vas a hacerme comer esto? —pregunto y Jess hace una mueca, imitando a la mía.

—Debes comer ensaladas, Gabby —recalca—. Nuestras anteriores salidas comiste muy mal. El consumo constante de carne roja puede ser muy perjudicial a la salud.

—Pero es delicioso —me quejo, como un niño pequeño—. ¿Qué tiene de delicioso un rábano?

—Nada, pero es nutritivo.

—Soy un chico en crecimiento, princesa. Necesito grasa en mi vida. Comer esto es un pecado para mí.

Jessica se ríe, llevándose una mano a la boca porque al parecer su risa le ha tomado por sorpresa.

Me detengo solo un momento a admirarla. Se ve tan bonita con su cabello recogido en una cola de caballo, dejándome ver su lindo rostro y su largo cuello. Casi no lleva maquillaje, solo sus labios rosados y jugosos. Está usando un vestido de verano color blanco con flores azules estampadas, un collar de perlas y unas sandalias blancas. Luce tan perfecta como para un almuerzo de martes, pero Jessica siempre se ve hermosa.

Sé que no estoy siendo justo con ella y conmigo mismo. Ya he admitido hace varios días que Jessica realmente me gusta y yo no debería estar aquí, intentando pasar tiempo con ella para que ella empiece a sentirse atraída por mí de la misma manera, pero no puedo evitarlo. Por alguna razón que no puedo entender, siento la necesidad de pasar con ella. Me he obsesionado tanto que es molesto, pero no puedo alejarme.

Tampoco puedo hacer un movimiento. Jessica me gusta mucho, pero tampoco quiero incomodarla, así que aquí estoy, almorzando una horrible ensalada con una chica hermosa como si estuviéramos en una cita sin estar realmente en una.

Soy realmente masoquista.

El almuerzo continúa su curso, hablamos sobre cómo le ha ido esta semana en su trabajo y me cuenta la historia de un novio histérico que encontró a su futura esposa teniendo un amorío con su padrino y quiso desquitarse con Jess, a lo que ella le lanzó el pastel de bodas en la cara.

No puedo dejar de reírme.

—¡Te lo juro! —ella también se ríe—. Debías haber visto su expresión o como fue a llorar con su madre, una muy mala, por cierto, porque no podía dejar de reírse tampoco.

—Y yo que pensé que tuve una semana movida —tomo de mi jugo de naranja natural para quitar el odioso sabor del rábano de mi boca.

—Sí, fue horroroso... —se corta gracias al sonido estruendoso de mi teléfono. Lo tomo de encima de la mesa y miro el remitente.

Christian llamando...

—Lo siento, princesa —digo—. Tengo que contestar.

—Hazlo, está bien.

Contesto y me llevo el teléfono a la oreja.

—Habla Graham.

—¿Por qué siempre saludas así? —se queja Christian, uno de mis mejores amigos y cofundador de la empresa—. Es extraño.

Mi Mejor Decisión (AD #4) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora