14.- Golden

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Gabriel

Creo que he roto todas las leyes de tránsito en lo que conducía a la casa de Jessica, pero no podría importarme menos. El pánico en su voz retumba en mis oídos y un instinto protector se ha hecho cargo de mi cuerpo. Lo único que quiero ahora es llegar a ella y revisar que esté bien.

Aparco en coche fuera de su edificio y salgo básicamente corriendo. El guardia de seguridad me mira con confusión cuando entro hecho una furia y me acerco al mostrador.

—Gabriel Graham —digo mi nombre sin siquiera saludar—. Vengo a ver a Jessica Jones.

Revisa en sus archivos antes de asentir y entregarme una tarjeta.

—La señorita Jones dijo que puede entrar en su apartamento, en la parte reversa de la tarjeta está la clave para poder ingresar.

No escucho nada más. Me acerco al ascensor privado de Jessica, tecleo la clave y subo. Miro la pantalla que indican en qué nivel estamos. Cada piso es una tortura y siento la ansiedad invadirme, pero intento mantener la calma. Puedo respirar cuando las puertas al fin se abren y entro en el apartamento más lujoso que jamás había visto, pero no puedo reparar en la decoración cuando estoy desesperado por encontrarla.

—Jessica —la llamo y escucho unos sollozos provenientes de la sala de estar.

La busco con la mirada y la encuentro arrodillada en el suelo, por un momento respiro con alivio al ver que está bien, hasta que me doy cuenta del temblor en sus hombros y mi cuerpo se tensa nuevamente. Me acerco a ella con paso rápido y la veo tallando el suelo limpio, pero ella mueve el cepillo sobre el piso de mármol como si estuviera embarrado de mierda mientras solloza.

—¿Jess? —tomo si hombro y ella se estremece como si le hubiera golpeado antes de girar su rostro y mirarme. Veo las lágrimas en sus ojos y me rompe el corazón en mil pedazos.

Solo está usando una bata de seda blanca, el cabello atado en un moño y va descalza. Luce vulnerable, pero parte de esa mirada perdida se va cuando me ve.

—¿Qué pasó? —pregunto con voz suave, arrodillándome a su lado.

Ella niega con la cabeza, sin decirme nada y puedo ver que ha entrado en estado de shock.

Siento tristeza porque sé exactamente qué hacer.

Tomo el cepillo de sus manos y hay rastro de sangre, como si hubiera estado tallando el suelo con sus uñas. Ella deja caer el cepillo y yo acaricio sus nudillos antes de mirarla fijamente.

—Ven conmigo. Yo limpiaré.

—Vomité —su voz suena tan pequeña que es casi imperceptible.

Casi.

Tomo su barbilla para que me mire en lugar del suelo.

—Lo sé, princesa. Ven, debes descansar.

Asiente lentamente, antes de permitir que la tome en mis brazos mientras me pongo de pie, con una mano en su cintura y la otra debajo de sus rodillas. Ella se aferra a mi cuello y hunde la cara en mi pecho, respirando hondo. Puedo sentir como sus sollozos se han calmado, pero su cuerpo sigue tenso y es mejor no preguntar nada por ahora, puede empeorar su estado vulnerable.

La coloco suavemente sobre el sofá de cuero y me abraza del cuello cuando empiezo a separarme. Tengo que reunir todo mi juicio para no quedarme ahí. Sé que ella necesita a alguien que le atienda, pero si no limpio su piso ya perfectamente brillante, podría entrar en alguna crisis.

—Princesa... —advierto porque mi fuerza de voluntad se va disminuyendo.

—No me dejes —susurra en mi cuello y su voz asustada termina de romper mi alma—. No te vayas.

Mi Mejor Decisión (AD #4) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora