70.- Por el resto de mi vida

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Gabriel

Hace dos días los padres de Jessica despertaron y todo ha sido caótico. Peter y Josephine aún no recuerdan nada del accidente y tampoco pueden estar despiertos durante más de dos horas. Pensaba que el salir de un coma era como en las películas; te despiertas y después sigues viviendo tu vida simplemente, pero pueden pasar cosas muy extrañas en la mente de una persona, como en el caso de mi suegra, que no recuerda como agarrar una cuchara, o como Peter, quien olvidó algunas palabras dentro de su vocabulario.

Gracias a Dios ambos están bien y estables en lo posible. Pudo haber sido mucho peor.

No obstante, Jess ha estado muy ajetreada ahora que su madre despertó. Entre sus visitas al hospital, su trabajo, la absorción de su empresa que está realizando el Grupo Jones y su futuro nombramiento de CEO, la han tenido tan tensa estos días que me rompe el corazón. Casi no tiene tiempo para comer o relajarse y sería un pésimo novio si sigo permitiendo que mi chica esté así.

Sé que no puedo hacer mucho para aliviar su estrés, pero haré lo que esté en mis manos para que sienta que siempre estaré aquí, a su lado apoyándola.

Saco la bandeja del horno, huele delicioso y para mí es una sorpresa porque jamás pensé que la comida vegetariana sería deliciosa. Dejo la bandeja sobre la mesa, me quito los guantes y los dejo en su sitio para que mi mujer no me eche la bronca. Tomo el encendedor y regreso al comedor, encendiendo las velas que están sobre la mesa.

Golden me mira con su sonrisa canina y después mira a la mesa, donde estira su lengua y lame uno de esos pétalos de rosa sobre la misma. Me río, pero tomo el pétalo y lo boto a la basura.

—¿Crees que a tu madre le guste? —le pregunto a Golden, quien saca la lengua y me mira, es como si me diera su aprobación.

Justo la puerta se abre y mi corazón da un vuelco cuando Jess entra, lanzando un profundo suspiro y sus llaves sobre la mesa de bienvenida.

—Gabby, ¿estás en casa cariño? —pregunta con voz somnolienta y desde mi escondite veo como se quita sus zapatos, quedando diez centímetros más baja.

No puedo evitar la infinita ternura que siento en el pecho.

Me muevo hasta quedar frente a ella y abro los brazos. Aun llevo mi delantal de cocina y las mangas de mi camisa arremangada, lo que me toma por sorpresa cuando Jessica me mira y el fuego aparece en sus ojos azules.

—Sorpresa, amor —le digo y una sonrisa llena de ternura se posa en sus labios—. Te preparé la cena.

Ella lanza una risita antes de correr hacia mis brazos y hundir su cara en mi pecho. La envuelvo con mis brazos, deleitándome por su calor y la forma perfecta en que su cuerpo encaja con el mío. Es como si ella hubiera sido diseñada solo para mí.

Levanta la cabeza, aun abrazada a mi cintura, pidiéndome un beso silencioso. Lo hago. Hundo mi boca con la suya, acariciando sus labios lentamente, con amor, con pasión, con todo lo que nos hace ser nosotros.

—Te amo tanto —murmura en mis labios al mismo tiempo que su estómago gruñe.

Me rio al escucharlo y me separo un centímetro de ella. Subo mi mano y aparto su cabello de su rostro, colocándolo detrás de su oreja y acariciando su mejilla en el proceso.

Me encanta mirarla así de cerca porque puedo fijarme en sus facciones, en los pequeños e imperceptibles lunares de sus mejillas, o de la casi invisible manchita en su labio inferior, o del sonrojo que adquiere su pálida piel cada vez que estoy muy cerca de ella, como justo ahora.

No importa que hayan pasado varios meses ya desde que empezamos a ser nosotros, aún sigue sonrojándose por mí al igual que mi corazón late como un loco cada vez que ella me mira.

Mi Mejor Decisión (AD #4) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora