58.- Escapar

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Jessica

El agua caliente se envuelve a mi alrededor como una manta osca, me quema la piel a tal punto que siento la necesidad de arrancarla de mi cuerpo, de hundirme en la agonía hasta que ya no quede rastro de mí. Sin embargo, es la primera vez en días que he dejado de estar entumecida y he logrado sentir algo en una semana completa.

Es doloroso, pero aliviante a la vez. El tormento y la aflicción que me causa el agua me ayuda a despejar la mente, despejar los malos recuerdos y concentrarme en mi presente, en lo que estoy sintiendo justo en este momento, en donde estoy.

Puede que me esté causando dolor, pero por primera vez en mucho tiempo al fin me siento en control de mi vida. En control de lo que siento y anhelo justo en este momento.

Abro los ojos aun bajo el agua, no tan caliente como mi mente pide que lo esté, pero aún funcional como para lastimarme y mantenerme un poco cuerda a la vez. Había olvidado lo que el dolor hacía en mí, lo en paz que me sentía cada vez que el calor me arrancaba la piel, el control que sentía porque yo elegí hacerme daño, porque nadie me lo hizo además de mí misma.

Es extraño, pero las veces que he estado más en control de lo que he sentido, ha sido en una bañera llena de agua caliente...

No obstante, olvidé que no estaba sola, que no he estado sola todo este tiempo a diferencia de antes, cuando podía ahogarme en mi miseria con libertad y sin que nadie interfiriera en ella.

Porque lo veo.

El reflejo de Gabriel es borroso a través del agua, pero no tengo tiempo para pensar si es real o no. Mete sus manos en el agua caliente y me saca de allí. El choque térmico me cala los huesos y el tacto de sus manos en mi piel se siente doloroso. No puedo evitar lanzar un grito, el primer sonido que he hecho en días.

—¡Jess! —grita Gabriel, abrazándome contra su cuerpo completamente vestido pero empapado por mí.

Me sostiene la cara contra su pecho y siento como tiembla, su respiración se entrecorta y pequeños sollozos de su parte resuenan en el cuarto de baño cubierto de vapor.

Trago el nudo en mi garganta que se forma con rapidez y siento las lágrimas formarse en mis ojos. Es la primera vez que lloro en la semana y que no tiene que ver con mi familia o las pesadillas.

Se supone que él no debía verlo... soy tan estúpida.

Gabriel sube una mano y aparta el cabello mojado de mi cara. Su ligero tacto me arde en las mejillas, no puedo evitar gemir de dolor y que unas cuantas lágrimas se formen detrás de mis párpados.

Probablemente el agua estaba mucho más caliente e hizo más daño del que pensaba.

—Lo siento —llora y escuchar su voz desolada desencadena mis lágrimas—. No debí dejarte sola, Princesa. Lo siento mucho...

No digo nada, de hecho, solo lloro en silencio a menos que su tacto roce alguna parte magullada de mi cuerpo. Él intenta no tocarme cada vez que me quejo, pero es peor no sentir su tacto.

Pensé que el dolor era lo único que me podía atar a la realidad pero, oh Dios, qué equivocada estaba; porque al momento en que lo abrazo, siento como si fuera anclada a la tierra. No de una manera extraña o dependiente, pero sí de la manera en la que un simple tacto puede recordarte la felicidad.

Gabriel es el recuerdo que necesitaba de la persona que me convertí y decidí no verlo durante estos días. Añoré el dolor en lugar de querer sostener ese amor. Decidí perderme en lugar de quedarme.

—¿Por qué lo hiciste? —solloza—. ¿Por qué...?

Me encantaría responderle el por qué, pero no puedo. No es porque no pueda hablar y no haya dicho nada en días, sino porque simplemente no puedo responder esa pregunta con alguna razón lógica.

Mi Mejor Decisión (AD #4) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora