Treinta y Dos.

350 58 7
                                    

Cinco meses después.
San Francisco, California.

—¿Aún no ha llegado Hugo?

Me apoyo en la silla. Ruggero niega dejando de revisar su teléfono.

Hugo salió con Juliana y su novio a pasear, pero ya van a ser las cinco y el niño no llega. Ya llamé a mi amiga, y dijo que estaban por llegar, pero está tardando mucho.

No me gusta que mi hijo tarde.

—¿No vas muy destapada?

Centro mi atención en mi vestimenta y niego cruzándome de brazos. Me siento bien.

Además, me estaba muriendo de calor.

—Hace frío, cubrete un poco.

—No quiero. —me río.— Estoy bien, la calefacción está encendida y además voy a tomar mi siesta. Solo quería saber si Hugo ya llegó.

—Pues no ha llegado todavía.

Asiento, tomo mi manta y aviso que estaré arriba antes de perderme de su vista.

Digamos que... Ruggero y yo apenas y nos comunicamos para lo básico. Después de aquella pelea en casa de sus padres, lo poco que quedaba de nosotros se deshizo.

Y ahora somos dos conocidos criando de sus hijos en armonía. Bajo el mismo techo por decisión de la trabajadora social, pero sin sentimientos de por medio.

Ahora solo somos una pareja feliz una vez por mes.

Y hablando de eso... Mañana nos toca ser una pareja feliz.

Estoy a punto de acostarme cuando escucho el grito que distrae mi atención de lo que llevo en la mente;

—¡Mami, ya llegué!

Sonrío soltando la manta y salgo de la habitación en busca de mi hijo. Hasta que por fin llegó.

—¿Cómo te atreves a llegar hasta ahora, jovencito?

Entro a la sala, Hugo se ríe mientras se sube al sillón y se estira a darme un beso.

—Que guapa estás, mami.

—Gracias, niño bonito. —beso su frente.— ¿Qué hiciste hoy? ¿Cómo te fue? ¿Te portaste bien?

—Me porté muy bien. —asegura.— La tía Juli me compró muchas cosas bonitas.

—Siempre la tía Juli. —alarga Ruggero.— Ya le dije que deje de comprarte todo lo que pides.

—Pero yo no pedí nada, papi.

Una risita se me escapa, Ruggero me mira arqueando las cejas y me encojo de hombros.

—Teóricamente, tiene razón. —abrazo a mi hijo.— No le hagas caso a papá, está celoso porque no pasaste el sábado con él como siempre.

—Eso es mentira.

—Eso es verdad. —aseguro.— Pero bueno, van a poder pasar mucho tiempo juntos porque yo me voy a dormir mi siesta en lo que preparan la cena, ¿Qué tal?

Persona Equivocada, Momento Correcto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora