Veinte.

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Sábado.

Hugo ya salió del hospital y estuvo guardando reposo unos días en cama. Pero hoy, después de dos semanas retrasando la visita, por fin pudimos venir.

Ruggero baja los regalos del auto, timbro y espero pacientemente a que nos abran. Lo que sucede unos segundos después, y es el mismísimo Hugo que ha venido.

Sonrío agachándome a su altura.

—¡Vinieron!

Se lanza a abrazarme, me río mientras asiento.

Hemos venido.

Y quizá hubiese sido más temprano pero como todos los sábados, fuimos primero al cementerio.

—Que feliz estoy. —sonríe al separarse de mi.— ¡Hola, Ruru!

Ruggero le recibe con un fuerte abrazo, sonrío mientras tomo las bolsas y entro saludando a la monja que ya nos espera.

Tal y como lo hemos hablado, me encargo de repartir los regalos que trajimos con el resto de niños. Y aunque estar aquí me conmueve en lo más profundo del corazón, me mantengo con una sonrisa en el rostro.

Yo también perdí a mis padres, pero tuve la fortuna de quedarme con mis abuelos y el resto de mi familia. En cambio estos niños no tuvieron ni siquiera eso.

Y me causa sentimiento porque en un mundo ideal, se supone que todos seríamos felices.

Se supone...

Hugo nos saca de ahí avisando que nos ha hecho un dibujo y lo tiene en su habitación. Y mientras caminamos detrás de él, Ruggero me toma de la mano.

—Si te sientes incómoda, nos vamos.

Niego, no me quiero ir.

No me siento incómoda, me siento inutil al no poder hacer nada por estos niños. Quisiera darles un hogar a todos.

Pero son cosas que se me salen de las manos.

Hugo corre una puerta y nos señala dentro diciendo;

—Aquí duermo con los amiguitos.

Entramos a la habitación comprobando que en efecto, hay aproximadamente ocho cajas a lo largo de toda la habitación. Y en el pie de cada cama hay una caja con los nombres de cada niño.

Creí que las decoraciones así estaban solo en las películas.

Hugo corre hacia su caja y le pide ayuda a Ruggero para abrirla y poder sacar su dibujo. Me río al ver el nada pulcro dibujo que saca de entre sus cosas.

Está arrugado y manchado con lo que parece ser mermelada. Pero él luce realmente feliz de dármelo y eso me hace feliz a mi también.

—Somos nosotros. —explica mientras se sube a la cama poniéndose en medio de ambos.— Estamos en el parque.

—¿Te gusta mucho ir al parque? —le pregunta Ruggero. El pequeño asiente.— ¿Y vas seguido?

—Solo cuando me porto bien... —se ríe mirando debajo de las camas.— ¡Les voy a enseñar algo bonito!

Se baja y comienza a correr por la habitación. De inmediato miro a Ruggero.

Él traga saliva antes de decir;

—Me es inevitable no pensar en nuestro bebé cuando veo a Hugo.

Asiento, siento exactamente lo mismo.

—¿Estás seguro de que nuestro hijo murió, Ruggero? Cuando tuvimos el accidente...

—Si. —me corta.— Yo ví su pequeño cuerpo, y por supuesto también me dijeron que tenían que mostrarte al bebé muerto antes de enterrarlo, pero no despertabas y bueno, tomé la decisión de enterrarlo sin ti.

Persona Equivocada, Momento Correcto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora