III

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Creí su mentira, luego de su rut no hacía más que mirar su marca de repente la acariciaba y juraba que el orgullo se reflejaba en su rostro, el simple hecho de que ahora era suyo le alzaba el ego.

—En una semana será su enfrentamiento hay que cuidar su alimentación y procurar que no enferme.

Me miraba con fijeza manteniendo su mentón apoyado sobre su palma, desconocía si me estaba poniendo atención o no. —Sobre lo de su hombro, ¿aún tiene molestia?

—No, tu pomada habrá funcionado— movió su hombro corroborando su afirmación, parecía ser cierto.

—Me alegro, igual trataremos de no exigir demasiado a sus músculos, un desgarre y estamos perdidos.

—Ya lo sé, me repites eso cada que tengo un enfrentamiento— se alzó de su sitio y caminó hacia mi, ya sabía lo que haría, giré sobre mi eje y mostré la cicatriz, las costras se habían caído y solo quedaba una débil mancha —Casi se ha ido— deslizó sus dígitos por la marca, un estremecimiento recorrió mi espalda.

—Sí, después de todo ya pasó una semana y media— me alejé, pero una de sus manos sujetó la mía, tiró de ella haciéndome retroceder hasta chocar contra su pecho el cual subía y bajaba con pesadez, enterró su nariz entre mi cabello la calidez de su respiración calentó mi cuero cabelludo —Tenemos que ir al gimnasio...— pensé que funcionaría como la última vez, no corrí con la misma suerte.

Giramos quedando frente a la mesa, mi pulso se aceleró y mi respiración se volvió irregular —Abre tus piernas— indicó.

—Pero...

Abre tus malditas piernas. Tragué en seco, eran pocas las veces que usaba su voz para ordenarme hacer algo, sus feromonas se habían vuelto densas dificultando mi respiración y sus ojos brillaban nuevamente de un intenso y feroz dorado, apreté mis labios en una fina línea y acaté su orden, separé mis piernas lo suficiente para que él se acomodara entre ellas, me recargue sobre la mesa. Sus manos acariciaban la curvatura de mi cintura, sus pulgares se deslizaban en mi columna, descendió y con ello mis ropas inferiores, descubriendo mis glúteos, cerré las manos en un puño, sus feromonas se habían calmado pero seguían ahí, recordándome quién mandaba. Oí el plástico ser rasgado dejó la envoltura vacía sobre la mesa, el calor de su dureza recorría mis glúteos, tensé mi cuerpo preparándome para la irrupción, tensé mi cuerpo cuando estrelló su pene contra mi el aire siseo entre mis dientes, había rebotado generando desagrado en él —Relájate, carajo.

Eso intentaba pero la presión que ejercía su dominancia era más fuerte distrayéndome de todo, inhalé profundo liberando a la par mis feromonas buscando así calmar las suyas, o al menos tratar de que la presión disminuyera. Con éxito el ambiente se relajó y con ello también mi cuerpo, volvió a intentar entrar y esta vez ingresó, ahogue un gemido y reprimí los siguientes, sin embargo él al darse cuenta aumentó la brusquedad de las embestidas arrancándome gritos y obligándome a mantener la boca abierta gimiendo con dolor, con dulzura, una mezcla de sonidos que ni yo era consciente de que podía hacer, su respiración chocó contra mi nuca. Me marcaría de nuevo —E-espere...

Hincó sus dientes en el mismo sitio cerré los ojos con fuerza frunciendo los labios en una mueca dolosa, gimotee sintiendo de nuevo el líquido carmesí recorrer mi cuello, ya había manchado la mesa con mi semen y ahora también con mi sangre, se apartó deslizando su lengua sobre la herida, sacó su miembro retirando el preservativo —Ve a ducharte, vamos tarde.

Si me hubiese hecho caso estaríamos a tiempo, subí mi pantalón y caminé hacia la ducha, dejé correr el agua sobre la herida en un inicio salió teñida de rojo y después con su característica transparencia, deslice el jabón sobre mi piel, sobre la marca sintiendo el ardor, me enjuague y sequé mi cuerpo junto con mi cabello. ¿Por qué lo había hecho?, no había necesidad, no tenía porqué hacerlo y sin embargo lo hizo, era tan egoísta, quería mantener su ego en alto viendo su marca y asegurándose de que era suyo por sobre todas las cosas, intenté mirar por el espejo recogí mi pelo con cuidado, ahí estaba, tan perfecta con tanto detalle, aún rojiza pero ya comenzaba a ponerse violeta. Me coloqué la playera y salí, ya me esperaba de pie a un lado de la mesa, ahora limpia, sujetaba en su mano lo que parecía una bufanda —Hace mucho calor afuera.

Melodía de luna llena (Jinx)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora