Lizzie
De repente, una sensación extraña me recorre, como si algo se hubiera desvanecido de mi mente. Un cosquilleo suave recorre mi piel, mientras el zumbido en mis oídos se disuelve en silencio. Me siento como si acabara de despertar de un largo sueño, desorientada. Al dirigir mi mirada a mi alrededor, todo parece familiar, pero al mismo tiempo distante. Con incredulidad, reconozco el lugar.
Estoy... ¿en mi casa?
—Elizabeth, baja a almorzar —la voz de mi madre me llega, y me paraliza. Algo en ella me desconcierta aún más de lo que mi mente puede procesar en este momento.
Al mirar con más detalle a mi alrededor, me doy cuenta de que estoy en mi habitación. Hace tanto tiempo que no la veía, pero ahí está, tal y como la recordaba. Las paredes siguen adornadas con las fotografías que solía pegar, esas que capturaban paisajes y lugares del mundo que soñaba con visitar algún día.
Involuntariamente, me acerco a ellas, atraída por una necesidad inexplicable. Pero al observar más de cerca, noto algo extraño... hay muchas más fotos de las que yo había colocado. Algunas ni siquiera las reconozco. ¿Cómo es posible?
En algunas de las fotos, estoy con mamá y papá, compartiendo momentos que nunca creí que viviría: haciendo alpinismo, buceando, practicando puenting... muchos de los deportes que siempre me habían apasionado, pero que pocos llegué a experimentar. Otras fotos muestran algo aún más extraño, estoy en el aire, flotando entre las nubes con un paracaídas, una sonrisa inmensa en mi rostro.
Pero lo que me sorprende aún más son las imágenes que siguen, capturando el resto de ese día donde estoy tumbada en el suelo, con mis padres a mi lado. Los rodeo con mis brazos, y los tres nos reímos juntos, como si nada malo pudiera suceder. Como si la felicidad fuera eterna.
Todo es tan... irreal.
Ellos nunca habrían hecho algo así. Sus vidas giraban en torno al trabajo, al legado de la familia Collins, y a mantener su nombre como uno de los más respetados del país. La diversión, los deportes extremos, todo eso era un lujo ajeno a su forma de ver el mundo. Para ellos, el tiempo era dinero, y jamás se habrían permitido una escapatoria tan frivola. Sin embargo, ahí estaban en esas fotos, sonriendo, compartiendo momentos que no encajaban con la imagen que tenía de ellos. ¿Cómo era posible que todo eso existiera? Yo...
—Elizabeth, hija, se está enfriando —volvió a llamar mi madre, y la forma en que me dijo "hija" solo aumentó la confusión que me invadía. No era en absoluto su manera usual de dirigirse a mí.
Bajé las escaleras sin decir una palabra, esperando que todo esto, de alguna manera, se aclarara. Algo no encajaba. Sentía como si estuviera en un lugar donde dos versiones completamente diferentes de las personas que conocía coexistieran. Este no era mi mundo, y de alguna forma, no era yo la que estaba aquí.
Al llegar al comedor, lo que vi me dejó aún más perpleja. En la cabecera de la mesa, como siempre, estaba mi padre, con su postura recta y su mirada autoritaria. A su derecha estaba mi madre, perfectamente arreglada, como siempre, con ese aire de perfección que solía proyectar. Frente a ella, un plato servido me indicaba que debía sentarme allí.
Todo era normal, o al menos así lo parecía. Ella, con su esbelta figura y esa presencia refinada, llevaba joyas que la hacían parecer aún más joven, más radiante. Su cabello rubio estaba recogido en un moño impecable, y sus ojos color miel brillaban con una calidez que jamás había sido tan reconfortante como ahora.
—Espero que te guste, lo preparé con mucho entusiasmo, Elizabeth —me dice mi madre, con una leve sonrisa en sus labios, invitándome a probar el plato que tengo frente a mí.
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Renacidos en Orlox
FantasíaVarada en un planeta desconocido, infestado con bestias de todo tipo, sin esperanzas y con todos los planes estropeados para sobrevivir. Y, entre esas criaturas, está un Naga... Un hombre mitad serpiente como en la mitología o cualquier fantasía que...