Londres, Inglaterra, veinticuatro horas después.
Mayka escuchó la voz del piloto quien avisaba que estaban a punto de aterrizar en Londres. Sus ojos pesaban, como cada vez que llevaba adelante alguno de los «trabajitos» de la familia, aunque esta vez se sentía mucho peor. Matar la había agotado, la euforia transmutó en algo oscuro, como si su alma fuera engullida hacia un agujero negro sin retorno un poco más cada vez. Dolía, una vez que el subidón había pasado la realidad la golpeó con todo lo que tenía. La conciencia, esa maldita que debería haber desterrado de su cabeza la roía, comía una a una sus ideas. La línea del bien y el mal estaba más difusa que nunca.
Había asesinado a cuatro personas. No importaba si eran buenas o malas. El hecho drenó su energía. Otro buen consejo según sus primos, esa sensación era normal y mejoraba después de un buen polvo. El problema es que a Mayka no le interesaba eso, no quería un pene. Follar con alguien no llenaría el vacío existencial que la embargaba en ese momento, no taparía las ganas de gritar hasta desgarrarse la garganta. No, follar quizás les servía a los hombres, pero ella era más compleja que eso. Se abrazó a sí misma y se humedeció los labios. Observó al resto de los tripulantes en primera clase. La mayor parte eran personas mayores, un par de ancianos frente a ella la miraron y le dieron una sonrisa cálida. Mayka les correspondió el gesto, ambos estaban agarrados de la mano. Mayka pensó cómo se sentiría tener esa clase de amor a través de los años, siempre se lo había preguntado. Era consciente de que lo que sus padres habían tenido nunca se trató de ello. Dio un suspiro y su vista se fijó en el hombre que estaba a un par de asientos de donde ella estaba.
Tenía el cabello por debajo de los hombros, con suaves y sedosas ondas que caían, de un color dorado con algunas mechas más oscuras. Llevaba una camisa blanca cuyas mangas estaban dobladas por encima de los codos y leía en un Kindle. Mayka se giró hacia la ventanilla, pero sus ojos azules volvieron hacia al hombre casi de inmediato.
«Lo conozco».
Ese porte lo había visto antes, pero ¿dónde? Y la otra pregunta, ¿cómo podía ser tan idiota y olvidar a alguien así? Ella tenía una memoria visual envidiable, ¿qué le pasó en esta ocasión?
El hombre se estiró en el cómodo asiento en primera clase, y se hizo un pequeño rodete. Su cabello caía tan sensual mientras sus dedos bailaban entre las hebreas y lo recogía. Mayka pensó en lo mucho que le gustaba disfrutar visualmente de los hombres bien construidos. Y este ser de casi dos metros, al menos lo que Mayka había calculado, era todo lo que cualquier ser humano desearía. Se mordió el labio inferior, y pensó que quizás sus hermanos tenían razón. Un polvo con ese hombre la haría olvidar de muchas cosas, incluso de su propio nombre. Escrutó con detenimiento cada detalle, esa noche en su cama lo recordaría cuando se follara con el consolador.
Mayka tragó saliva y su corazón se detuvo cuando siguió la línea de tatuajes del lateral de la mano derecha, desde el pulgar e índice subiendo por la muñeca. Las rosas se envolvían en una calavera e iban hacia arriba. La luz solar ingresaba por las ventanillas abiertas y dejaba al descubierto cada detalle de ese precioso dibujo. No, este hombre era...
«Mierda».
Todos los sentidos de la mujer se activaron. Miró hacia los costados en búsqueda de señales de los acompañantes que seguro llevaba. No había nada sospechoso alrededor.
El avión tocó tierra en ese momento, la cabeza de Mayka se movió hacia adelante y se sintió mareada. Había perdido la noción del tiempo y el espacio, y ahora se estaba recuperando. Había bajado la guardia, el peor error que podía cometer. El hombre movió su cuello de un lado a otro, estirando las vértebras, Mayka casi las escuchó crujir, del mismo modo que a sus latidos que retumbaban en su cabeza. El avión comenzó a detenerse despacio, y el hombre se puso de pie mientras Mayka se recostaba en el asiento y apenas lo observaba. Era él. Bryce «el demonio» Morgan.
El tipo parecía solo concentrado en tomar su equipaje y salir del avión. Fue lo que hizo apenas lo tuvo en sus manos. Mayka esperó unos minutos a que el hombre se alejara y descendiera primero que ella. Había pasado mucho tiempo del último enfrentamiento entre su familia y ellos, sin embargo, una endeble paz entre su abuelo y el padre de Bryce no significaba que todos acataran esa orden.
Salió del aeropuerto casi media hora después y subió a su camioneta. Ya no había rastros de Bryce, ni tampoco de nadie de su familia. Era extraño, ¿qué había estado haciendo en Tanzania? Mayka se deshizo del objetivo y ni siquiera había albergado la posibilidad de que alguien más lo supiera ¿Bryce estaba allí por lo mismo? Tanzania no era el lugar típico de vacaciones.
«Contrólate».
Frenó a su corazón y a su mente, sea cual fuera el error, ya lo había cometido, pero no podía volver a ocurrir. Subió a la camioneta y observó el volante y luego los cambios, su cerebro seguían sin procesar información. Su cabeza volvía una y otra vez al tatuaje, a ese tatuaje que cada uno de los Morgan llevaban en su cuerpo. Era su marca, era su maldición. Los Callums también la llevaban, cada uno de los lideres de la familia llevaban un anillo con un dibujo celta. Un «lauburu». Un símbolo de cuatro cabezas que representaban la muerte y el renacimiento, y los cuatro elementos de la naturaleza; fuego, agua, viento y tierra. El lado masculino y femenino unidos como en todo ser. Su padre llevaba el símbolo, una vez que él falleciera lo heredaría Owen. Mayka no cargaba un tatuaje o un anillo, pero las raíces la aprisionaban del mismo modo. Eran invisibles, sin embargo, nadie se animaría a negar su existencia, su peso, la asfixia.
Pensó que el tatuaje era mucho más vistoso que un anillo, más puro y visceral. Más primitivo y salvaje, como quienes lo portaban. Un anillo era un símbolo de poder y elegancia, una marca de piel era eterna, apelaba a los sentidos. En un loco y retorcido giro de los acontecimientos Mayka comenzó a preguntarse cómo sería acariciar la piel dorada, perfilar cada rosa, cada calavera. Se imaginó a la novia de Bryce o alguna amante, tocando y besando ¿Cómo se sentiría en su lengua? ¿Su piel sería caliente como la suya?
«¿Has perdido la única neurona que te quedaba?».
Mayka se rascó la frente, ¿qué había sido todo eso? ¿Cómo había terminado a punto de tener una fantasía erótica con el enemigo? La mujer respiró profundo una vez más y se enfocó en el espejo retrovisor.
Estaba en Londres, había logrado su objetivo. No era momento de tonterías.
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Sangre y Cenizas (bilogía SYC) Romance hetero y gay +18
RomantikHay una leyenda que los valientes susurran y los cobardes callan por temor a una muerte segura. La leyenda de un demonio que se enamoró de la fragilidad de una rosa, de su sonrisa cálida y el océano que se reflejaba en sus ojos. Un demonio incauto q...