XL. Rescate. Parte III.

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Rescate. Parte III.

Unos minutos antes

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Unos minutos antes.

—No hay reacción aunque estemos muy cerca —musita Yaoyorozu bajito, observando de reojo el lugar que marca el rastreador, parada delante de una máquina expendedora junto a los demás.

—Las luces están apagadas. No parece que haya nadie —comenta Kirishima.

—Usa un bosque para esconder un árbol —suelta Todoroki—. Deben estar en la bodega abandonada —supone.

—Las hierbas bajo la puerta son muy espesas. ¿No hay otra salida? ¿La camuflaron con el quirk de alguien? No podemos entrar sin tener cuidado. Tenemos que ver cómo es por adentro —murmura Midoriya mirando la puerta, concentrado.

—Oi, ¿qué hacen, nenas? Vengan a beber con nosotros —invita un borracho que pasaba por su costado, mirando a Yaoyorozu y Hirai. Yaoyorozu tiembla, asustada, y Hirai le da una mala mirada al tipo.

Midoriya se da cuenta rápidamente de que seguramente va a golpearlo, y teme que eso llame demasiado la atención, especialmente por la manera en la que pelea. Supone que es un efecto colateral de la familia en la que nació. Su padre fue un prodigio de las artes marciales en su juventud que después pasó a un corredor de motocicletas profesional y el hermano de su madre siempre fue un peleador bastante fuerte. Yuji tenía no tenía ni cinco años cuando ya estaban enseñándole como pelear a ella y a su primo Masahiro y eran escandalosamente buenos.

Afortunadamente, Kirishima se pone en frente de ella como protección, evitando que se acerque al tipo que, si bien se lo merece por estar molestando, no pueden permitir que nada arruine su fachada.

—Deja eso, idiota —lo regaña su acompañante, golpeándole la cabeza.

—Vámonos por ahora —dice Todoroki, dando la vuelta y comenzando a retirarse. La primera en seguirlo es Yaoyorozu y lleva a Hirai con ella. Kirishima las sigue, queriendo asegurarse que Hirai no volverá y golpeará a ese tipo. Iida y Midoriya no tardan mucho en seguirlos, parándose a un costado de ellos, ocultos en el callejón más cercano a donde estaban, todavía cerca de su objetivo—. Hay algunas personas pasando —señala.

—No podemos llamar la atención. ¿Qué hacemos? —pregunta Yaoyorozu.

—Vayamos por atrás —propone Midoriya—. Aunque tengamos poca información, es nuestra única opción.

Los demás asienten y cruzan la calle de la manera más disimulada posible, en completo silencio y cuidándose de las miradas, comenzando a desplazarse por el pequeño espacio entre un edificio y el otro.

—Es muy estrecho... No puedo pasar —se queja Yaoyorozu, sintiendo como las paredes se presionan contra su cuerpo y apenas puede deslizarse.

—No podemos actuar hasta que sepamos que es seguro. Nadie nos verá aquí —afirma Midoriya—. Podemos entrar a esa altura —propone, mirando la ventana en un costado del edificio.

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