XIII

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K a i r a M o o n.

Mis ojos pesan mientras los abro poco a poco, siento un leve dolor en la sien, frunzo levemente el ceño al medio levantarme de donde estoy, miro a mi alrededor, estoy en el asiento trasero de un auto. Mi ceño se frunce un poco más al no recordar nada, miro hacia la puerta izquierda y está abierta.

Empiezo a salir del auto, al sentir el aire frío y fresco me tranquilizo un poco más y mi mente se despeja. Suelto un leve suspiro y miro hacia mi alrededor, estoy como en un bosque y un risco, las luces del auto de enfrenten están encendidas en leve, en medio de ellas está alguien, sobre el auto, fumando un cigarro.

Reconozco su chaqueta de cuero y su cabello negro algo largo. Me acerco a él lentamente, mientras me abrazo a mí misma por el aire frío y mi blusa transparente no ayuda mucho, al igual que mi falda corta. Me pego en el auto, medio tapando la luz blanca.

—Despertaste — habla con su voz gruesa.

Me limito a mirar hacia enfrente, se puede ver perfectamente un gran volcán y montañas, todo está casi oscuro, de la parte abajo se empieza a ver claro, puedo sentir que son las siete de la mañana. Espérense... ¡las siete de la mañana!

—¿Son las siete de la mañana? — lo veo casi exaltada.

—Eres buena sabiendo la hora con el clima, perfecto — dice sarcástico.

—Drazhan — me quejo. — ¿Por qué no me fuiste a dejar a mi casa? — frunzo el ceño.

—Porque estabas desmayada — dice casi obvio.

—¿En serio? — enarco una ceja—, como si no hubieras entrado antes — le doy una mala mirada.

Drazhan baja un poco el cigarro y me mira enarcando una ceja.

—Porque antes si tenía un peón en tu casa que te entraba sin que tus padres se dieran cuenta — dice con la voz gruesa.

Rodo los ojos, evitando su mirada.

—¿Ya nos podemos ir? — le pregunto, soltando un leve suspiro.

—No.

—¿Qué? ¿Por qué? — frunzo el ceño.

—Porque no quiero — dice sin más.

—Drazhan — vuelvo a quejarme.

—Deja de quejarte, no es cosa de otro mundo — roda los ojos.

—Sabes que puedo tomarlo como secuestro — le digo de mal modo.

—Claro, a la persona que te salvó la vida — roda de nuevo los ojos.

—Colocaste tu número en mis contactos de emergencia — me quejo—, no pidas que te agradezca eso. Se supone que debía contestar mi papá.

—De nada, Kaira.

—Uy, ¿por qué sigo hablándote?

—Lo mismo me pregunto.

Le doy una mala mirada y regreso mi mirada hacia enfrente, empezando a ver más claridad hacia las montañas.

—¿Quiénes eran los que te perseguían? — pregunta.

—Que no lo sé.

—Dijiste que te dijeron Malik, debes saber algo ¿no? — insiste.

—Sí, pero no sé quiénes son, tampoco es como si hubiese tenido tiempo de preguntarles — contesto de mala manera.

—¿Dónde está tu papá? — pregunta, puedo ver por el rabillo del ojo que me mira.

Perfectamente imperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora