XXIII

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K a i r a M o o n.

Kiara habla sobre lo tanto que odia esté lugar, su mala señal y que da miedo de noche, Drazhan, le reprende diciéndole que se vaya o el por qué está acá, Wynnston está afuera haciendo patrulla como siempre, está parado cerca de la acera donde pasan los autos. Aaron está cocinando el almuerzo. La nieve está cada vez más elevada, esté es el segundo día que llevamos acá.

Me levanto del sofá y camino hasta el perchero donde están los abrigos, me coloco las bota negras de combate que Aaron, consiguió para mí en una tienda pequeña que está a unos veinte minutos caminando de acá. Tomo el abrigo negro de Drazhan y salgo de la cabaña. No había salido, ayer iba hacerlo, pero tenía mucho frío para hacerlo.

Hoy tengo doble sudadera, el abrigo de Drazhan y un pants calientito. Miro a mi alrededor, la cabaña por fuera es del mismo color que por dentro, madera oscura barnizada. Hay grandes árboles de pino vestidos de blanco, puedo ver las otras cabañas a lo lejos. Mis huellas quedan marcadas en la nieve, a pesar que el camino de los autos ya no tiene nieve encima, parece hielo, perfecto para patinar sobre ella.

Me coloco a la par de Wynnston, y aunque no me mira, sé que sabe que estoy aquí. Miro hacia donde él ve, un árbol de pino algo lejos de nosotros, hay dos pájaros carpinteros, están sacando la nieve que hay en el hoyito que ellos hicieron, esbozo una leve sonrisa.

—¿Qué es lo que sueles hacer para la época de navidad? — Wynnston pregunta en un tono suave.

Ladeo a mirarlo, pero él no me mira.

—Mm, tomar chocolate caliente, mi abuela suele mantener más de cinco litros de chocolate caliente para esas fiestas — comento —, suelo enterrar a Lucas en la nieve, y dejarlo ahí por un largo tiempo por venganzas de todo lo que me hace en el año — burlo levemente.

Wynnston, frunce levemente el ceño con diversión.

—Solía ir a esquiar con mi abuelo — mi voz sale un poco baja—, subíamos la montaña más alta y aunque nos perdíamos, siempre encontrábamos el camino de vuelta. A veces terminábamos con uno o dos huesos rotos, pero no eran huesos importantes — trato burlar.

La nostalgia me pega de nuevo.

Ahora no podre hacer nada de eso con él.

—Lamento lo de tu abuelo, Kai, y lo de tu familia — está vez sí me ladea a ver.

—Gracias — curvo un poco mis labios hacia arriba —, supongo — susurro.

Nos volvemos a quedar en silencio, pero ni uno retira la mirada del otro, sus ojos avellana combinan muy bien con su piel aceituna, se ven muy brillosos, como cristalinos.

—¿Qué haces tú? — pregunto.

—Yo... — vacila un poco —, no recuerdo alguna navidad con mi familia, soy huérfano, el papá de Drazhan, me tomo cuando tenía cinco años y fue cuando conocí a Drazhan y desde entonces nunca nos separamos.

No tiene padres, supongo que el padre de Drazhan lo tomó justo en el trafico de niños ¿no?

—Pero con Drazhan, solíamos escabullirnos en la cocina y robar comida de los banquetes, construimos un trineo una vez, era rojo, muy mal hecho — sonríe burlón —, bajamos una alta colina y... no resultó tan bien, Drazhan se rompió el brazo izquierdo y se lastimó el tobillo derecho, yo me rompí el brazo derecho y la pierna izquierda.

—Madre mía — suelto una risa nasal.

—Lo sé, su madre se volvió loca esa noche y en vez de regañarnos, lloró porque estábamos bien — sonríe.

Perfectamente imperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora