XVI

63 11 0
                                    

K a i r a M o o n.

Esbozo una sonrisa torcida mientras miro a las personas que están enfrente de mí tratando de lastimarme, han ajustado más las cadenas de mis muñecas y han estado insultándome por varios minutos ya, aunque ni siquiera sé si ya pasaron horas. Me limito a sonreírles mientras me miran aburridos y estresados.

—¿Se les acabaron las ideas de tortura? — pregunto.

—Las rubias me dan dolor de cabeza — habla uno de ellos.

—Pobrecito, una rubia no te siente bien la cabeza — me burlo.

—Estoy harto — dice el mismo.

Un puñetazo viene directo a mi cara, ladeo la cabeza soltando un leve grito y gruñido.

—No puedes golpearla de más — habla el otro.

—¡Hemos estado acá todo el puto día! — se queja.

—Son órdenes del jefe.

—El jefe — susurro irónica.

Elevo la mirada, la mayoría de mi cabello cae enfrente de mi cara.

—Su jefe es un jodido idiota que el mismo no puede hacer su estúpido trabajo y los manda a ustedes par de idiotas — hablo entre dientes.

—¿Es que nunca se calla? — se queja uno.

—Me sorprende que no me hayan callado ya.

—Eso estas buscando rubia — el otro se acerca a mí, pero su compañero lo detiene.

—Déjala.

Siento dolor de cabeza, en la cara, dolor en las muñecas, mis brazos se sienten adormecidos no sé si la sangre ha dejado de circular. Tengo hambre, sed, frío, estoy desesperada, quiero salir de acá, necesito saber sobre mi familia, mi abuelo, mi primo. El idiota de Biersack no se ha aparecido por acá, me sorprende.

Y Drazhan... tampoco va a aparecerse por acá. Por supuesto que esta con su familia detrás de esto, por supuesto que él sabe sobre todo esto, él nunca dejó de saber sobre esto, se acercó a mí, intento hacerse la puta victima contra su familia y sí que me la creí, por él estoy acá.

—El jefe dijo que podíamos torturarla.

—Se supone que tiene un trato con alguien, no podemos tocarla.

—El trato inicia hasta que ese alguien se aparezca por acá y no lo veo.

—Nos meteremos en problemas.

—¿Entonces por qué estamos acá? Además, no la tocare, técnicamente.

El sonido de las cadenas resuena por el lugar, se aprietan de nuevo a mis muñecas, suelto un grito y hago la cabeza hacia atrás, mirando mi muñecas, el dolor es más intenso que cualquier otro, hay sangre seca en mis brazos y sangre que aun brota de ellos. Cada vez la aprietan más, mis ojos se nublan y suelto un leve sollozo junto con un gruñido.

Desde el día que llegue acá estoy rogando al cielo porque esto pare, me siento cansada. No sé cuántas veces he caído desmayada y sigo de pie aún. ¿Alguien escucha mis plegarias? No puedo hacer nada más que tratar de seguir de pie, aunque cada vez se complica más. No he visto la luz del día, no sé qué horas son o que día es, solo sé que ya no soporto esto.

—Ya, suéltala.

La cadena deja de apretar y deja un alivio en mis muñecas, pero aun así siento el dolor. Puedo jurar que he escuchado los huesos de ahí crujir. Trago gruesamente saliva y vuelvo a verlos, uno de ellos me mira con preocupación como lo ha hecho desde que llego y el otro, bueno, él sí parece odiar a las rubias.

Perfectamente imperfectosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora