Gemidos

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Gemidos

Ethan Spencer.

Río, y bebo un sorbo de mi licor mientras lo miro, pensando si preguntarle o no.

—Ya habla —fuma una calada—. ¿Qué te pasa? ¿Qué quieres? —el patán de mi mejor amigo, me conoce muy bien, lo admito.

Suelto un suspiro—. ¿Qué sabes de ella? —suelto sin pensarlo más.

—¿De quién? —pregunta confundido. Se queda viendo directamente a mis ojos, con una mirada seria que normalmente no lo caracteriza. Suelta una risa y rueda los ojos—. ¿No me digas que en serio te gustó Isabel? —pregunta con un tono divertido.

Me quedo callado, dedicándole una mirada seria.

Realmente no puedo negarlo, aquella mujer culta y sus pequeños gemidos no han salido de mi cabeza, tampoco su aroma y la manera en que mordía y disfrutaba sus pequeños y suaves labios.

Realmente no sé por qué cometí la tontería de acostarme con una mujer, que, claramente tiene todo el potencial para dejarme hechizado detrás de ella.

Su timidez, su inocencia y también, la manera pervertida en la que me miraba, mientras la desnudaba lentamente.

La manera en la que habla, es obvio que nunca me había topado con una mujer tan inteligente.

Sutileza al seducir a un hombre, es tan evolutivo que si así lo desea, podría tenerte en su cama cuando quiera y cuantas veces quiera.

O eso es lo que siento.

—Definitivamente estás loco —realmente concuerdo con él—. Aunque... Sí te soy sincero —suelta una sonrisa de malicia—. A mí me convendría que esté bien lejos de Valentina, así podría volver con ella, aunque no me gustó que se alejara de mí por tanto tiempo —admitió lo último con un tono enojado.

—Solo fueron tres meses —pongo los ojos en blanco.

--Fueron tres siglos para mí, que estoy más que enamorado —le dedico una mirada asesina.

—Si lo estuvieras, la valorarías —ante mis palabras, me dedica la misma mirada.

—Pero... Conociéndote... Obviamente me ayudarás.

—¿Ayudarte a qué? —me levanto del sofá, y empiezo a caminar hacia el gran ventanal.

—Ayudarme a deshacerme de ella —suspira y se estira en su asiento, con una sonrisa de satisfacción.

—Obviamente no la mataré —cierro las cortinas completamente y me volteo hacia él.

—Te enamoraste —me señala de manera juguetona antes de empezar a reír—. No lo puedo creer —se levanta y me observa sorprendido, con una mano tapando su boca, mientras sus ojos me ven con diversión. En serio quiere acabar con mi paciencia—. El mujeriego se enamoró —ríe—. En una noche.

—Claro que no —respiro profundo—. Yo no puedo enamorarme —halo mi cabello con frustración, mientras me dejo caer en mi sillón. Realmente aquel tema me frustraba—. Después... Después me voy a querer casar, y... Y entonces vendrían los desdichados b-bebés que... Q-Que tanto odio, y... Y mueren y-- respiro profundo. Mi mente está apunto de recordar, pero la freno rápidamente—. Quiero que llames a la chica... Para mí, es todo.

—Bueno... Con Isabel no me llevo tan bien, pero —lo interrumpo.

—Quiero que llames a la chica que estaba en tu casa la vez que te visité antes de ir al bar.

***

Mis ganas de acabar ya con esto, me llevan a abrir la puerta de mi apartamento de manera desesperada.

Embarazada de un mafioso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora