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Yoomin atraviesa mi vestíbulo más tarde esa semana con una caja de donas, interrumpiendo mi siesta de la tarde en el sofá con Yeoreum, quien está acurrucado en una bola cerca de mis pies

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Yoomin atraviesa mi vestíbulo más tarde esa semana con una caja de donas, interrumpiendo mi siesta de la tarde en el sofá con Yeoreum, quien está acurrucado en una bola cerca de mis pies. Estoy bastante seguro de que es la primera vez que hace el esfuerzo de saltar aquí conmigo.

La parte trasera de mi brazo cubre mi frente mientras gruño un hola a mi hermana, mirándola con un solo ojo abierto. Este es el primer día libre que he tenido en meses, así que solo quiero volver a dormirme.

―Oh, Dios... mira a tu perro, Hoseok.

La voz alegre de Yoomin me hace parpadear con los dos ojos abiertos mientras me levanto hasta la mitad de los brazos. Miro la bola de pelo blanco y negro al final del sofá, todo marchito y huesudo, con lunares oscuros y marcas que cubren su piel.

―Parece viejo como la mierda ―murmuro, luego froto una palma por mi cara.

―Su cabello está creciendo ―dice―. Pensé que se veía diferente cuando lo dejaste el otro día.

Ella corre, realmente corre, hacia nosotros, sus rizos castaños rebotan con cada paso. Mi ceja se arquea con escepticismo.

―Lo dudo.

―Lo digo en serio. Mira estos nuevos mechones de cabello. ¿Cambiaste su dieta?

―No. Se come las croquetas de las que compraste una cantidad psicótica y, a veces, esa mierda desagradable en una lata que parece tripas gelatinosas.

―Parece estar funcionando. Sigue así.

―Anotado lo de las tripas gelatinosas.

Yoomin se inclina sobre el respaldo del sofá y le da a Yeoreum un rasguño entre las orejas que hace que el pobre animal se despierte sobresaltado porque está sordo como una piedra.

―Lo siento, cachorro. No quise asustarte ―lo arrulla, con una sonrisa amplia.

Yeoreum deja escapar un profundo suspiro y se vuelve a dormir.

Bastardo suertudo.

Sacando mis piernas por el costado del sofá, me rasco la barbilla y le lanzo a mi hermana una mirada rápida. La miro dos veces cuando la descubro estudiándome con esa sonrisa de complicidad, y sus ojos castaños brillando.

―¿Qué?

―Por fin te vas a acostar con alguien, ¿no?

―¿Qué demonios?

Ella frunce los labios, mirándome, con los ojos entrecerrados y escrutándome.

―Lo harás.

―Claramente estás bajo la influencia de algo.

―Tú también ―bromea―. ¿Cuál es su nombre?

―Adiós.

―Hoseok, vamos. Tu casa está más limpia de lo que probablemente ha estado nunca, a tu perro de repente le está brotando pelaje como a una maceta de Chía, y... ―Se acerca a mi lado del sofá y hace girar un dedo con la manicura frente a mi cara―. Esto.

Under Your SkinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora