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―La canción, Unchained Melody

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―La canción, Unchained Melody.

Aprieto el dobladillo de mi camisa entre mis dedos, hundiéndome en dulces recuerdos. Me encanta discutir los puntos de partida. Me encanta reconocer el poder de las cosas simples, cosas que ni siquiera nos damos
cuenta de que son importantes para nosotros.

La señorita Miyeon ofrece su amable sonrisa, apretando el diario encuadernado en cuero contra su pecho. No estoy seguro de si alguna vez lo ha usado, pero lo lleva a todas las reuniones.

―Los Righteous Brothers. Unos de mis favoritos.

―Es un poco de la vieja escuela, lo sé, pero mis padres solían escucharla todo el tiempo. Era su canción.

―Y ahora es tu canción ―concluye, ampliando su sonrisa.

―Sí. Supongo que sí. ―Una calidez me recorre cuando recuerdo estar de pie junto a mi padre y bailar lentamente al ritmo de la balada clásica en nuestra sala de estar mientras mamá preparaba la cena en la cocina. Los sabrosos aromas de ajo, mantequilla y cebollas salteadas siempre nos llamaban a la mesa antes de que terminara la canción, pero papá agitaba sus cubiertos en el aire, imitando el crescendo épico al final, y yo me reía, mientras mamá negaba con la cabeza hacia él.

Decido en ese momento que iré a visitarlos esta noche después de la reunión.

―No creo que conozca esa canción ―agrega Somi, recostándose en su silla con las piernas cruzadas. Viste toda de negro como siempre, y su delineador de ojos es alado y morado, a juego con las mechas de su cabello―. Tendré que escucharla.

Me giro a mi izquierda, regalándole una sonrisa. Es imposible no notar a Hoseok al otro lado de ella, inclinado con los codos en las rodillas, mirándome. Siempre me mira cuando doy mis puntos de partida, casi
como si estuviera absorbiendo cada palabra.

Es confuso.

No mira a nadie más.

―Deberías ―le digo a Somi―. Es un poco anticuada para tu generación, pero es realmente hermosa.

Ella asiente, baja los ojos y se toca las uñas.
Somi y yo nos hicimos cercanos en una reunión reciente, intercambiando números de teléfono y direcciones. Si bien no puedo imaginarme sentirme como lo hice en esa
noche oscura, con el cuchillo en la mano y el corazón en la garganta, me siento más seguro con el número de Somi guardado en mi teléfono. La desesperación se filtra en ocasiones inesperadas, ennegreciendo nuestras venas hasta que todo lo que sentimos está... acabado.

No quiero sentirme nunca acabado.

No estoy listo.

Sé que aún no estoy listo.

Under Your SkinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora