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Cuatro años después

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Cuatro años después...

Encontré una forma para darle un agosto para siempre.

Nuestra hija, Somi, hace girar la falda de su vestido de cumpleaños en círculos sin gracia, sus dos pequeñas palmas envuelven a su peludo amiguito.

Nunca fui bueno en la vida, y aquí estoy ahora, viviendo, mientras de alguna manera me las arreglo para mantener viva a mi hija, así como a mi perro, que es milenario en este momento, la agresiva infiltración de Wonnie en las plantas de la casa, y este maldito hámster que supera claramente todas las leyes de la física del hámster.

―¡Papá, mira!

Preparándome, me acerco a mi hija mientras las briznas de hierba le hacen cosquillas en los dedos de los pies desnudos. Su sonrisa llena de dientes pequeños me hace dejar escapar un suspiro de alivio.

―¿Qué pasa, solcito?

Las coletas negras bailan con la brisa, mientras que sus ojitos brillan con el resplandor del mediodía.

Ella es una maldito sol que calienta nuestras vidas. Somi llegó dos años antes. Habíamos estado planeando adoptar un bebé pero cuando vimos a esa pequeña bailando con los pies hundidos un charco de agua en el hogar de niños, supimos que habíamos encontrado a nuestra hija.

—Ella baila en su pequeño lago —los ojos enormes de mi ahora esposo brillaban a la par de su sonrisa.

—Y tiene una sonrisa como la tuya...

Sonriendo me acerco a mi pequeña y la tomo en mis brazos.

―Nuez moscada usa sombrero de cumpleaños.

Una sonrisa se dibuja en mi boca mientras miro dentro de las manos ahuecadas de mi Somi y observo la pequeña flor rosa que descansa sobre la cabeza del hámster. Es un pétalo singular que se liberó del joven melocotonero que florece en nuestro patio trasero.

Fue una de las primeras cosas que hizo HyungWon cuando se mudó conmigo hace tres años. Plantó un melocotonero en honor a su difunto esposo, y esperamos que finalmente dé algunos frutos este verano.

―¡Hoseok!

La voz de pánico de mi esposo me llega desde la puerta trasera, y me doy la vuelta, mirando preocupado su larga figura que me hace un gesto con la mano, luciendo frenético.

Corro hacia él.

―Mierda, ¿qué pasa?

―Es una emergencia.

Doble mierda.

Me pongo pálido.

―Quemé los cupcakes ―confiesa, seguido de un grito de horror―. ¿Quién soy? Deberías hacerte cargo. ¿Qué carajos?

Su expresión está plagada de pesar. En los años que lo conozco, mi Wonnie nunca ha quemado un cupcake.

Es conocido en la ciudad, prácticamente una celebridad local, ya que abrió una exitosa pastelería en el centro a fines del año pasado. Fue una progresión natural una vez que su panadería en casa se volvió demasiado para mantener, y la proporción de polvo de harina y oxígeno dentro de nuestra casa se volvió preocupante.

Under Your SkinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora