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La suela de mi zapato golpea el piso al mismo tiempo con el bolígrafo de la Señorita Miyeon

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La suela de mi zapato golpea el piso al mismo tiempo con el bolígrafo de la Señorita Miyeon.

Señorita Miyeon.

Como si fuéramos jodidos niños de kinder reunidos alrededor de la alfombra del área para una interpretación fascinante de los hermanos Heungbu y Nolbu*.

Ojalá pudiera salir corriendo de allí. De ese lugar que huele a naftalina.

Desafortunadamente, estoy atrapado aquí porque la única persona en el mundo que me importa una mierda quiere que mejore.

Sí. Que mejore.

Como si tuviera una aflicción que puedo curar en unos pocos meses asistiendo a clases de kumbaya con una alegre banda de idiotas. Clases que apestan a tonterías y falsedades, cuidadosamente empaquetadas en una gran caja de mierda, atadas con una cinta con purpurina.

Como si de repente me importara lo suficiente como para… importarme.

El viejo murciélago parpadea a través de una fina sonrisa que parece dibujada con un lápiz de color ciruela. Su pluma sigue golpeando contra un diario encuadernado en cuero.

Tap, tap, tap.

Me irrita. Mi mandíbula se tensa y mis dientes rechinan hasta que el esmalte casi se astilla. Con los ojos entrecerrados, enfocados y afilados, casi extraño el sonido de mi nombre penetrando el aire con olor a vainilla.

Vainilla y madreselvas, para ser exactos. Vi que el paquete vacío de cera se derretía en el cubo de la basura cuando estaba tomando una taza de café rancio y de mierda, y tuve que burlarme.

La fragancia está diseñada para ser relajante.

Suave y dulce.

Femenina.

Pura mierda. La asociación es igualmente ridícula y exasperante.

―Señor Shin.

Mi ceño fruncido es suficiente para que la mujer diminuta se tambalee hacia atrás sobre las patas de su silla. Aparte de la amenaza en mis ojos que atraviesan las capas de base pastosa asentadas entre sus arrugas, mi
rostro permanece inexpresivo.

Esta falta de reacción parece ponerla aún más nerviosa.

―Señor Shin ―repite, aclarando un nudo en su garganta que se asemeja al terror puro―. ¿Por qué no empieza hoy?

Intento mantener mi rostro frío y estoico como una piedra, pero mi ceja izquierda se arquea automáicamente. 

―Yo puedo empezar, señorita Miyeon.

La tímida voz de una chica emo a mi lado me roba la respuesta. Su cabello es negro, como un cielo sin estrellas a medianoche. Como el mío, solo que el mío no tiene las ridículas mechas violetas y la diadema tonta.

Under Your SkinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora