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—¿Y esa carita? Uy si, sonrían besties, que mañana les puede faltar un diente. —Se burló Mariana y yo le lancé un plátano. —¡Pendeja!

—Tu eres el culpable de mi dolor de cabeza, mis idas a vomitar, y sentirme mal, y tú vas a ser el baboso que me cuide. —Gruñí.

—No, ni madres, es día festivo, hoy no circulo.

Iba a lanzarle otro plátano, pero Roier me detuvo.

—Ya, ya, yo te cuido, ¿Que necesitas?

—Necesito un electrolit, una sopa maruchan de habanero, unas pastillas y... no sé, quiero mimir. —Hice un puchero.

—Ten, cállate. —Me dijo Spreen dándome las pastillas y el electrolit.

—Que buena persona eres. —Le dije destapando la pastilla y la botella para después tomarme la pastilla.

—Yo te preparé la maruchan. —Me dijo Alana dándome dicho alimento.

—Ay, que Dios se los pague con muchos hijos.

—Ay no, mejor chinga tu madre. —Me dijo Alana y yo me reí.

—Me lele la cabeza. —Hice otro puchero.

—Con la pastilla ya se te pasa. —Me dijo Roier dándome un par de palmadas en la espalda.

—Me voy a morir, Roier, por eso ya no había bebido. —Lloriqueé. —¿Por qué me dejaste tomar? Me hubieras quitado todo lo que tenía, si es que hay una siguiente vez, quita todo de mi vista, Roier, no quiero ni una sola gota de alcohol en mi ser.

Roier se rió. —Está bien, yo te lo quito, y me lo tomo yo.

—No, no, ni tú, ni el pendejo del Mariana van a tomar.

—¿Y yo por qué no? —Se quejó el último.

—Porque lo digo yo y te callas. —Le dije entre diente, y él se quedó calladito. —Así me gusta, y pobre donde te vea con un vaso en la mano, te saco de la pinche casa como sacaron a Ludoviquito Peluche.

—Ay.

—Tsss, el alcohol te pone divertida, pero cuando estás cruda te pone agresiva.

—¿Cruda? Pues ni que fuera bistec, óyeme. —Bufé. —Ya déjenme comer mi maruchan, que bárbaros.

Roier se sentó a mi lado en la barra, y solo se quedó mirando un punto fijo en algún lugar.

—Ten, come. —Dije dándole de mi maruchan.

—No me gusta el habanero.

—Que bueno, porque no te iba a dar. —Le dije tomando con molestia la maruchan.

—No, pues ahora sí quiero. —Dijo tratando de tomar la maruchan.

—No, consíguete la tuya, anciano.

—¿Anciano?

—Ya vas a cumplir veintidós, eres un anciano.

—Y tu en algún momento cumplirás veinte.

—Mmm, no creo, yo a esa edad no me veo, y como no me veo a esa edad yo creo me muero antes. —Dije y él me pellizco el brazo. —¡Ayyy!

—No digas que te vas a morir, ¿Por qué entonces a quien voy a molestar?

—A la Rivis, ella es un blanco fácil.

—Si me molestas te pego. —Lo amenazó la rubia.

—¿Ya me das? Se me antojo. —Dijo y yo le pasé la maruchan, pero él abrió la boca para que le diera.

—No te voy a dar en la boca.

—Andale, no me lavé las manos.

—Iuuu. —Le dije burlona y él volvió a abrir la boca.

—Lo único que va a entrar en tu boca va a ser un putazo.

—No seas así, tengo hambrita.

Maldecí entre dientes pero después tomé sopa con el tenedor y tras asegurarme que no se saliera ni un solo fideo del vaso, le di a Roier en la boca.

—Ñam, ñam, ñam, delishus.

—Callese pedorro.

—¡Oye!

—Niña. —Habló Mariana mirándome con seriedad.

—¿Ahora que quieres, anciano?

—Tu y yo, hablar, ya.

—Yo no entender simio.

—Ya.

—No porque me vas a embriagar de nuevo.

—Que vengas, es urgente.

—¿Qué puede ser más urgente que mi maruchan? —Cuestioné comiendo maruchan.

—Estoy embarazado de ti. —Soltó de repente y me atragante porque quería reírme.

—¡No otra vez! —Exclamó Alana alarmada.

—¡Pajarito, pajarito! —Exclamó Roier señalando el techo. —¡Mira los calzones de tu papá!

Seguí tosiendo pero ahora sí me podía reír, me tomé el caldito de la maruchan para poder estar chida, y si se logró.

—Si me imaginé los calzones todos balaceados de mi papá. —Me reí.

—Los de Roier están igual. —Dijo Aldo.

—Me tienes que enseñar esos calzones. —Lo señalé antes de ir con el poste de luz. —¿Quién es? ¿Qué hay? ¿Qué quieres?

—Navi, tienes que darme una respuesta de lo que te dije la otra vez. —Me dijo y yo me quedé pensando en cual de todas las pendejadas que me había propuesto era de la que hablaba. —No puedo seguir viéndote con Rogelio...

—Pues nomás cierra los ojos y ya, corazón que no ve corazón que no siente.

—Yalid, esto es serio. —Me miró a los ojos y entonces me quedé helada. —En verdad creo que me gustas, y no soporto ver qué estás con Roier, dame una respuesta, tengo que saber si puedo estar contigo o no.

—Osvaldo. —Murmuré y clarito vi que se le baja la presión, supongo que porque nunca lo he llamado por su nombre. —Sabes que nunca he estado en una relación, así que... suena todo estúpido, pero no sé lo que significa gustar, no sé que se siente. Y no quiero darte esperanzas de algo que no sé cómo se siente.

—Yo puedo enseñarte, solo dame una oportunidad.

Fruncí mi entrecejo, bajé mi mirada al suelo, no por cobarde o algo así, realmente nunca había aguantado demasiado mirar a alguien a los ojos.

—Navi, todo lo que he dicho en redes de que soy un infiel, que voy a las pedas a tomar shots de las chichis de las morras no es cierto.

—Orale, yo no sabía eso.

—Bueno, finge que no lo escuchaste. Soy una persona totalmente diferente cuando me gusta alguien, yo me esmero por la persona que me gusta, y me encargo de enamorarla todos los días.

—Es que... yo soy insegura e indecisa, no quiero prometerte algo, porque quizás ahora sí quiero pero al otro momento ya me aburrí y ya no quiero nada, me gustaría poder corresponderte en este momento, pero sabes que no estoy aquí para tener pareja... si fuera así mejor me hubiera ido al doce corazones. —Murmuré haciéndolo reír. —Si quieres una oportunidad, podemos hablar de eso una vez que salgamos de aquí, ¿Okay?

—¿Y mientras que hago? ¿Me quedo como estúpido viendo como Roier también va teniendo sentimientos por ti? No quiero pelear con un amigo por una chica.

—Si eso pasa, entonces voy a tener que rechazarlos a los dos. —Murmuré yéndome.

Cinnamon Girl   |   Roier Donde viven las historias. Descúbrelo ahora