30

3.6K 310 34
                                    

Mis primeros días en... ni me acuerdo cómo se llama esa madre, pero desde que me quitaron la medicación la verdad he estado muy ansiosa.

—Ya tomaste mucho café, por eso estás toda hiperactiva. —Me dijo Roier quitándome el bote del café. —Y tampoco consumas azúcar, te vas a alterar.

—¿Alterarme? ¿Yo? ¿Pues que me guste cara de conejo? —Reí.

Roier me miró con cara de cansancio.

Al diablo con todo, mi humillación acabaría más temprano si le digo.

—Estoy yendo con el psiquiatra. —Murmuré y él me miró sorprendido. —Antes de volver a hablarte me recetaron medicamento para la ansiedad, pero hace unos días me lo quitaron porque podría hacerme una adicta, pero ahora estoy como en... no sé cuál se la palabra.

—¿Abstinencia?

—Eii, eso mero. Y me siento muy ansiosa, necesito algo para controlarme pero no sé que podría controlarme y... ¿Que haces? —Pregunté cuando lo vi acercarse a mi para después abrazarme.

—Ven, vamos a calmarnos tantito. —Me dijo dejando besitos en mi frente.

—¿Qué...?

—Calma, calma. Eres una chingona, tu puedes con todo.

—Roier, me voy a morir.

—No te vas a morir, mensa, solo estás en abstinencia, no es malo... te estás recuperando poco a poco. —Murmuró acariciando mi cabello.

—Pero...-

—Nada, ven, te voy a hacer un té de manzanilla, eso te va a relajar.

Después de eso, Roier me consintió demasiado, hizo una fortaleza de almohadas y cojines, en donde nos metimos con su iPad y mientras bebíamos té, él puso Winnie Pooh para relajarme.

Recargue mi cabeza en su hombro, sintiéndome en uno con la naturaleza.

Me relajé tanto que incluso me quedé dormida en su hombro, y cuando desperté él me abrazaba suavemente pero con firmeza, él también dormía, así que volví a dormir ahora yo abrazándolo.

°°°

Para cuando desperté, un par de besos en mi cara fueron los culpables de que eso sucediera.

—Despierta, quiero ir al baño. —Me dijo Roier al oído, cosa que me hizo retorcerme y él sólo rió. —Espera, ahorita vengo.

Lo solté y él salió de la fortaleza para ir al baño.

—¡Cierra la puerta! ¡No quiero escuchar tu pis o tus gases!

—¡Ay que penaa, se me olvidó cerrar! —Exclamó y luego escuché su pis.

—¡Roier!

Él soltó una carcajada y finalmente le cerró.

—¡Espero que te laves las manos!

—¡No te esponjes, ya me estoy lavando las manos!

Y fue en ese momento que noté algo.

¿Roier me besó la cara?

Me puse colorada al pensarlo.

—Oye, ¿Pido algo de comer? Ya hace hambre.

—Que no sea de donde pediste la última vez, dejaste oloroso el pinche baño.

—Ay, un pedito, ni apestaba tanto pinche exagerada.

—Pide suchi o algo, se me antojó.

—Ay no, me hace mal a la pancita.

—¿A ti qué no te hace mal?

—Rompiste el corazón de la pulga. —Dijo poniéndose la mano en el pecho.

Me reí y luego salí de la fortaleza para sentarme en el sillón.

—Gracias por ayudarme, Roierini. —Le dije.

—Cuando quieras, mailobs. —Lanzó un beso y yo me puse colorada. —No mames, te pusiste bien roja.

—¡Sueltame, me lastimas! —Lloriqueé corriendo a mi habitación.

—¡Ya, no chille!

Después de media hora, Roier fue a tocar mi puerta diciendo que ya había llegado mi sushi.

—¿Y tú? —Pregunté.

—Me pedí una pizza para mi solito. —Dijo, y justo en ese momento sonó el timbre. —Y ya llegó.

Roier fue hacia la puerta haciendo una risita, esa risa que hace para decir después: “Ay Chavito”.

—Mira lo que me voy a comer, y tú unos pobres rollos de suchi. —Me presumió.

—Ojalá te dé chorro. —Dije comiendo bien a gusto mi rollito de sushi.

—Pues ojalá a ti se te caiga. —Me dijo mostrándome su lengua en un acto muy infantil.

—Ojalá se te atore y te ahogues.

—Me das miedo, Teresa. —Me dijo ofendido. —Mira, mira, mira, como se ve el quesito de mi pizza.

—Ah si, que bueno, ojalá se te caiga, mamón.

Y que se le cae la pizza cuando ya la iba a morder, solté una carcajada pero por andar comiendo se me atoró. Roier también se rió de mi, pero al ver qué ya me andaba poniendo morada fue a auxiliarme hasta que me pude tragar bien el sushi.

—Ya mejor no hay que decir nada y hay que comer, ten, te regalo tantita pizza.

—Yo te regalo rollitos. —Le dije y ambos pudimos comer a gusto de lo que tenía el otro.

°°°

—¿Qué me ves? —Le pregunté al notar que me miraba muy fijamente.

—Te ves bien pinche hermosa.

—¿Insinuas que no me veo hermosa diario?

—Sabes a qué me refiero.

—¿Y a qué se debe repentino acto de cursilería?

—Oh, entonces no y ya, chingada madre, uno intentando hacer sentir bien a su mujer y no lo dejan.

—Ora, ¿Desde cuándo soy tu mujer?

—Desde que aceptaste que me mudara contigo, ya hasta te oriné para marcar territorio y no lo notaste.

—Cochino.

—Pero tu eres de mi territorio. —Dijo dándome un beso de repente.

Me quedé helada mirándolo.

—A ver otro, es que fue muy rápido.

—Para ti todos los que quieras, mi vida.

Y así me siguió dando besos por los siguientes treinta minutos.

Y fuimos felices para siempre, fin.

Cinnamon Girl   |   Roier Donde viven las historias. Descúbrelo ahora