Rendí mis exámenes y ya tenia todos mis resultados, me fue muy bien, aquellas notas no solo eran un número, representaban mi esfuerzo, mi abuela siempre estaría orgullosa con cualquier nota, ella dice que la escuela no debe ser una prisión de fuerza. Aún así yo me esfuerzo, los buenos resultados siempre me han gustado. Puede que muchos sean más inteligentes que yo, pero si no eres dedicada lo pierdes todo en poco tiempo.
—¿Irás al campo? —asentí, cuando su mirada se posó en mi, sonrió de oreja a oreja —,que hermosa luces, hija mía —.se acercó y reparó como se me veía el vestido que ella me compró hace un tiempo.
Aquel vestido de pequeñas flores, celeste, de mangas caídas en los hombros, el pecho descubierto así también los hombros.
Llegue a la montaña a la cual siempre iba un día de por medio de la semana, fuera un sábado o domingo. El sol no estaba feroz, el clima era perfecto. Tendí mi mantel en el césped, acostándome y abriendo mi libro por donde lo dejé. Llevaba horas leyendo.
Escuché pasos pero no me moví, seguro no era nada. Me perdía tanto. Hasta escuchar una voz.
—Te dije que no quiero estar aquí —,sonó furioso —ya vi al abuelo, déjame regresar. No volverá a suceder.
Interrumpió mi lectura. Trate de retomar la lectura.
—No tengo diez años, deja de tratar de controlarme —gruño ante una respuesta, seguramente hablando por teléfono —.me iré pronto y pueden llorar si quieren, deben hacerse cargo hasta que cumpla la mayoría de edad.
Cerré mis ojos, enojada. ¿Quien viene a una montaña a hablar por teléfono? Las señales son buenas desde cualquier lado, creo, no las uso mucho.
—¿Hace cuando estás aquí? —aquella voz estaba enfrente de mi.
Podía ver sus tenis pulcros y de marca fina por debajo de mi libro. No levanté la vista, pretendí seguir leyendo, no debería meterme en lo que no me importa. Pero lo hice.
—Depende.
—¿De que? —levante la mirada al susodicho.
No respondí, su sombra era impresionante alta, su piel trigueña y su cabello negro contrastaba con el sol. Su cabello junto con el mío se mecían con el feroz viento que comenzaba a soplar.
Mis ganas de seguir mi lectura se esfumaron. Cerré el libro y me levanté, doblando la manta, ignorándolo.
—Todos en este pueblo son iguales —.se quejó.
—Entonces no has visto nada —,pase por su lado hablando en su mismo tono.
Debe ser nuevo aquí, pero eso no le da derecho de juzgar a todos como si nos conociera de años.
—¡Atrápenlo! —se escuchó un grito no muy lejos, pero para cuando quise girarme fui derrumbada.
La manta salió volando por el aire, pareció una eternidad, el golpe me afectó. Pero no tanto como a mi almohada de soporte, que me ayudo. Aquel chico estaba debajo de mi, podía sentir su cuerpo caliente, grande y duro rozando el mío. Sus brazos me rodeaban. Se escuchó un chillido fuerte. Pero sonó lejos de la realidad.
Sus ojos encontraron los míos por varios segundos, sorprendido al igual que yo, me separé al escuchar otro chillido. No dije nada y el tampoco.
—¿Que mierda? Es un cerdo —habló el chico disgustado.
Tome aire y me levanté correteando al cerdo. Aquel estaba como loco, pude ver a su dueño a lo lejos corriendo a nuestra dirección.
Entre en pánico.

ESTÁS LEYENDO
Hasta que salga el sol
Romance¿Si la vida te da limones qué haces? Probablemente muchos pensaran automáticamente "una limonada" o en el mismo dicho de los abuelo, pero en realidad la respuesta es "Nada", la vida no te da limones porque si. Debes ir a sembrarlos y recogerlos tú...