Mira lo que hiciste, babosa

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—No dejas de mirarlos, como si fuera la primera vez que vieras un tatuaje —sonó aburrido y no dije nada —oh, si es la primera vez. Debes estar horrorizada en ese caso de ver tantos.

No me horrorizaba, me asombraba. Si, era la primera vez que veía a alguien con tatuajes, en el pueblo son muy conservadores y de seguro jovenes tienen algunos, pero yo no me junto con ninguno de ellos.

Se acomodó en su cama acostándose boca abajo, dejando su espalda ancha y musculosa a mi vista. Cómo si yo no estuviera ahí.

—Estoy cansado si no debes decir nada más, puedes irte —soltó, apreté mi mandíbula.

¿Por qué es tan molesto?, uno no debería comportarse así con visita.

—Conoces la salida, cierra la puerta al salir —su voz se perdió en las almohadas.

Jamás había visto a un hombre sin camisa, me molestaba que este personaje se estaba volviendo mis primeras veces en ciertas cosas.

Antes de salir de la habitación me detuve de golpes recordando.

—Tienes mi libro —me gire, pero el no se movió —oye, ¿podrías contestarme?

—Podría, pero no quiero —se giró entre las sábanas, para verme.

Quise quitar mi mirada, pero en lugar de repetir lo dije algo completamente diferente.

—¿Por que eres tan grosero? —escupo.

—¿Otra vez con lo mismo?, eres un puto disco rayado —mi cara de sorpresa fue notable. Su tono suave y bajo, podría decir que nada de lo que dijo parecía estar mal.

—¿Que es lo que pasa, inadaptado mental? —di varios pasos hasta acercarme más a la cama, sin ser consciente de mi enojo.

No soy un "puto disco rayado". Jamás me lo habían dicho y aunque lo fuera esa no era la manera de hablarle a alguien.

Lentamente se acomodó en la cama, sentándose nuevamente en ella. Apoyando sus codos en sus muslos. Aunque yo estaba de pie, aquí el que intimidaba era el.

—¿De verdad quieres hacer esto? —levantó una ceja —,no peleó con mujeres, ni discuto por estupideces irrelevantes.

Me acaba de decir que discuto por tontadas, genial.

—Solo devuélveme el libro, por favor —regrese a mi yo natural.

Su estadía completamente tranquila me ponía nerviosa, comencé a intercalar mi peso de una pierna a otra.

Se levantó de la cama y abrió un cajón, sacando mi preciado libro que aún no termino y que probablemente no lo haga, siento un calor en mis orejas.

—Tus notas son interesantes —se acercó con el, pero no lo devolvió.

Mis cachetes ardieron de vergüenza. Las leyó, leyó mis notas en el libro.

—Deja de mirarme así, no soy como piensas —hablé bajito.

Embozó una media sonrisa. Fruncí el ceño.

—¿Ah, no? —su tono burlón me saca siempre de quicio.

—No. Ahora devuélvemelo —extendí mi mano, impaciente.

El aire se volvía muy áspero ya, me sentía incómoda y mis manos comenzaron a ponerse frías. Aún haciendo calor.

—¿Por que tan nerviosa, chiquilla? —dio un paso hacia mi y retrocedí por instinto.

No me gusta el contacto físico.

—No lo estoy, solo no me gusta tu presencia —levantó las cejas, sin creerlo —mira se que ha sido todo muy raro desde el día cero, pero no tengo intenciones de verte de nuevo, no me agradas.

Hasta que salga el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora