Narra Yukio: Barry está demasiado pensativo. Cuando escucha la pregunta de Riccardo y contesta, Ilek y yo nos sorprendemos.
—¿Nosotros? —digo.
Espero que me responda con una ironía, pero en su lugar asiente con la cabeza.
—Ilek y tú sois los más indicados para tener su aura. Confío en que lo logréis.
Ilek coge el balón y le da toques con mucha alegría. Creo que "llevarás el aura de Cleopatra" es el mejor piropo que le puedes dar.
Yo, por mi parte, no lo entiendo. Marco Antonio era romano, dijo Riccardo, ¿entonces por qué lo persiguen los romanos y hay guerra?
Me marcho a dar una vuelta, y me encuentro con Marco Antonio de rodillas, postrado delante de una estatua.
Me fijo bien en la estatua. La mitad inferior es de un hombre, como las de los museos de la antigua Grecia. La parte de arriba tiene la forma de un pájaro. Un halcón, deduzco. Encima tiene un disco perfecto.
Marco Antonio se levanta y me ve. Sonríe un poco.
—¿Vienes a rezar, joven?
Me quedo en silencio. Creo que decir que no está mal visto y si no comparto su religión en una época tan religiosa…
—Eh…
—No importa —decide y agradezco en silencio—. Tu nombre era Yukio, ¿verdad?
De eso sí me sé la sorpresa.
—Así es.
—¿Qué te trae por estos lares? Perdona, pero algo no me cuadra. Se me hace extraño que hayáis venido. Y menos la chica, el resto no parecéis egipcios.
—Es porque no lo somos —repito lo mismo que Barry—. Venimos de unas tierras lejanas para pediros ayuda.
—¿Ayuda? Muchacho, Cleopatra y yo tenemos problemas en estos momentos.
—Lo sabemos. Pero aún así necesitamos su ayuda. A cambio les proporcionaremos estrategias para ganar la guerra.
Él lo medita. Se encoge de hombros.
—¿Cómo podemos ayudaros?
—Prestadnos vuestro poder —digo sin pensarlo dos veces.
Marco Antonio se queda en silencio.
—¿Cómo?
Cómo, debe de ser su palabra favorita.
Parpadeo un poco. ¿Será buena idea contarle lo del miximax? Dudo que acepte a que le disparen antes de una guerra.
Por suerte o por desgracia, no me dan tiempo a continuar, pues alguien lanza un balón directo hacia nosotros.
Instintivamente, me giro y detengo el tiro defendiendo así a mi acompañante.
—¿Quién ha sido? —gruño.
Una risa.
Se acerca una sombra y veo bien quién fue. Frunzo el ceño. Quién aparece delante no es otro que el chico de la época de Nobunaga, Steven.
—No esperaba menos —sonríe.
Le gruño. Es la persona a la que menos ganas tengo de ver. Marco Antonio permanece quieto detrás de mí, confuso. Steven recae en él.
—Oh, veo que lo habéis encontrado ya. ¿ya le dijistes que tendríais que dispararles? —se encoge de hombros con pena.
—¿Qué quieres? —pregunto.
Vuelve a encogerse de hombros.
—Dile a mi viejo amigo que en dos días habrá un partido de fútbol contra mi equipo.
Me sorprendo. Él simplemente se marcha, dejándome con el balón en los pies. Marco Antonio carraspea para llamar mi atención y yo me giro.
—¿Si?
—¿Dispararme? —contesta.
Suspiro.
—Sí, bueno. Es…
—¿Pensáis dispararnos a Cleopatra y a mí? —frunce el ceño.
Maldigo por lo bajo a Steven. Casi estaba convencido.
—¡Guardias! —ordena.
Al momento me veo rodeado por un pequeño ejército de guardias, que me atrapan y me arrastran hacia dentro del templo.
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La revolución del fútbol
Fiksi PenggemarEl instituto Raimon se enfrenta al Sector Quinto tras la llegada de Arion Sherwind. Yukio ve en su nuevo compañero cierto parecido con una persona muy importante para él y decide seguirle. Echa de menos poder jugar con libertad, como cuando era pequ...